Hace unos días me había propuesto escribir algo sobre mi experiencia como lector de las novelas de aventuras tanto de Julio Verne como de Alejandro Dumas durante la época de mi preadolescencia. Del primero leí, además de sus trabajos más célebres, como sus viajes a la luna o al centro de la tierra y el trayecto del Nautilus al mando del capitán Nemo en el fondo del mar, otras obras menos difundidas, incluida alguna sobre la guerra de secesión en Estados Unidos: Norte contra sur y El Faro del fin del mundo, cuyo título siempre me ha fascinado. De Dumas, admito que disfruté más El Conde de Montecristo que Los tres mosqueteros. Y en los últimos años me ha asaltado la pregunta de cuál pudo ser la razón por la que mi madre preferiese que mis lecturas infantiles fueran, por ejemplo, Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, por sobre Verne y Dumas, dos autores más afines con mi origen francés paterno. Como mi madre falleció hace algunos años, será imposible hacerle esa pregunta que no se me ocurrió plantearle en vida, a menos que consiga un buen espiritista que me pudiera poner en contacto con ella. Aunque si ese fuera el caso, me parece que tendría otras cuestiones más importantes que dilucidar desde ultratumba. Pero volviendo de la digresión, hurgando en las biografías de ambos autores, me encontré con algo de lo que, si bien dudo mucho que mi madre estuviera al tanto, tampoco puedo dejar de considerar: mi padre era muy católico, Caballero de Colón del cuarto grado -cualquier cosa que eso signifique, y en varias ocasiones me beneficié de la capa y espada que utilizaba en sus ceremonias para disfrazarme, debo subrayar que sin ningún afán de irreverencia, en la total ignorancia de su significado-, y tanto Verne como Dumas eran miembros de una sociedad secreta conocida como La Niebla, más afín con la masonería y los rosacruces, que con la iglesia católica.
De hecho, existen algunas investigaciones al respecto, como la de Michel Lamy, autor de Jules Verne: Iniciado e iniciador (publicada originalmente en francés en 1984) y traducida al inglés bajo el extenso título de El mensaje secreto de Jules Verne: Decodificando sus escritos ocultos, masónicos y rosacruces, quien coincidía con Charles Nöel- Martin, un científico francés muy respetado, creador de las llamadas tablas numéricas de la física nuclear, autor de El hombre galáctico: introducción a la filosofía del tercer milenio, y además de traducir al francés obras de Jack London y Robert Louis Stevenson, era reconocido como un apasionado experto en la vida y obra de Verne, hasta su fallecimiento en 2005.
En cuanto a Dumas, siempre fue bien conocida su inclinación por el esoterismo y sobre Los Mohicanos de París, la novela que he mencionado en fecha reciente con motivo de la expresión cherchez la femme, en ella se hacía referencia a la sociedad secreta de los carbonarios -de la que por cierto, se acusó a Stendhal de pertenecer, lo que provocó su expulsión de Italia-. Fue precisamente Dumas quien presentó a Verne con Pierre-Jules Hetzel, que se convertiría en su editor. Aquél fue masón y apoyó a Garibaldi en su proyecto de unificar Italia, mientras que Hetzel llegó a desempeñar cargos políticos de alto nivel en los ministerios de Marina y Asuntos Exteriores. A los escritores que llegaban a formar parte de La Niebla por invitación de Dumas, solían publicarlos en el Magazine de Educación y Recreo (Magazine d'Education et Récréation), de Hetzel, que dirigía Jean Macé, también masón.
En la novela El Imperio de color sangre, el canadiense Denis Coté reúne en una delirante aventura intemporal a ambos, Dumas y Verne, con Cagliostro, un personaje de dimensiones míticas, alquimista, estudioso de la cábala, masón y alto iniciado rosacruz, acusado de herejía por la inquisición -que no tenía nada de santa- y a quien el Papa Pío VI acusó de ser una amenaza para la supervivencia de la iglesia católica. Fue personaje en algunas novelas de Dumas, como sería el caso de Vida de Giuseppe Balsamo, también conocida como Memorias de un mago, y El collar de la reina. La primera fue adaptada al cine con el título original en inglés de Black Magic, en 1949 -aunque en español fue exhibida simplemente como Cagliostro-, protagonizada por Orson Welles.
Ahora me encuentro en plena lectura de la obra citada de Michel Lamy, la cual espero concluir en los próximos días, para ocuparme entonces de compartir con quienes tienen la paciencia de visitar este blog, las relaciones de Verne con las llamadas sociedades ocultas y sus polémicas profecías.
La ilustración de Cagliostro (1778), es obra de Le Gay de Meaux.
He leído los mismos libros que tú, según lo que describes en el blog, pero... hay un PERO, tengo las obras completas de Dumas, y con respecto a Cagliostro, que por cierto... me parece un estafador, pero fascinante (el personaje), mencionas el libro Memorias de un Mago, en mi colección aparece como Memorias de un Médico, la historia sobre José Bálsamo. Es interesante el asunto para mí. Nada, baraka y que sigas disfrutando de la lectura.
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