Diana a veces parece una niña. Tiene esa desfachatez de quien no le pide nada a la vida y desconoce la angustia por la muerte. Es la temeridad de la inconsciencia. Sólo los puros de corazón atraviesan el pantano sin preocuparse por las manchas del plumaje. Tu divagación se trunca cuando ella regresa. Te peina con su mano y te pide que se vayan. La convences de que es prudente que salga sola, en tanto que tú la vas siguiendo para poderte asegurar de que no haya alguien al acecho. Lo acepta más como un juego que como una precaución necesaria.
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