"He arrancado ya todas las hojas del mes de mayo y de junio -dijo Susana- y veinte días de julio..."
(Fragmentos)
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¡Durante cuántos meses -dijo Susana., durante cuántos años he subido
estas escaleras, en los días lúgubres del invierno y en los días helados de la
primavera!. Ahora estamos en pleno verano. Jinny y yo subimos a cambiarnos
trajes blancos para ir a jugar tenis. Rhoda nos sigue. A medida que subo, voy contando
los peldaños que quedan atrás como algo definitivamente pasado. En la misma
forma, cada noche, arranco del calendario el día que acaba de terminar y hago
con él una pelotilla de papel. Hago esto para vengarme, mientras Betty y Clara
dicen sus oraciones arrodilladas. Yo no rezo. Yo me vengo del día que acaba de
pasar. Sobre su imagen le enrostro mi despecho y mi rencor. «Por fin estás
muerto, le digo, ¡día pasado en el internado, día aborrecido!...»
(...)
He arrancado ya todas las hojas del mes de mayo y de junio -dijo Susana- y veinte días de julio. Las he arrancado y he formado con ellas una pelotilla, de modo que ya no existen, excepto como un peso sobre mi corazón. Han sido días truncos, semejantes a mariposas nocturnas con sus alas quemadas, incapaces de emprender el vuelo. Sólo me quedan ocho días aquí; dentro; de ocho días, descenderé del tren y saltaré a la plataforma a las seis veinticinco. Entonces mi libertad desplegará sus alas desprendiéndose de todas las restricciones que las tenían trabadas: de las horas de disciplina, de la rutina de los días, de la obligación de estar aquí y allá a horas determinadas. La vida comenzará de nuevo el día en que, al abrir la portezuela del tren, vea a mi padre con su viejo sombrero y sus polainas. Voy a estremecerme de emoción, voy a echarme a llorar. Y, a la mañana siguiente, me levantaré al amanecer. Saldré por la puerta de la cocina e iré a pasearme por el campo. Grandes caballos montados por fantasmas galoparán detrás de mí y se detendrán súbitamente. Veré a las golondrinas rozar la hierba. Me dejaré caer sobre la tierra húmeda, junto al río, y contemplaré a los peces deslizándose entre las cañas. Las agujas de los pinos dejarán sus huellas en las palmas de mis manos. Allí voy a poder entreabrir y examinar de cerca esta cosa dura que ha crecido aquí dentro de mí durante todos estos inviernos y veranos, en las escaleras y en los dormitorios. Yo no quiero, como Jinny, ser admirada. Yo no quiero que la gente alce sus ojos en éxtasis al entrar a una habitación. Yo quiero dar y que me den, y quiero la soledad para desplegar en ella mis posesiones.
Virgina Woolf (Inglaterra, 1882-1941).
(Traducido del inglés por Lenka Franulik).
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