Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 11 de abril de 2011

Páginas ajenas: LA ISLA, de Aldous Huxley


(Fragmento del capítulo IV)

- Y hay nubes blancas -decía la voz-, y el cielo azul entre ellas es tan pálido, tan delicado, tan exquisitamente tierno...

Tierno, repitió él, el tierno cielo azul del fin de semana de abril que había pasado allí, con Molly, antes del desastre del matrimonio. Entre la hierba había margaritas y dientes de león, y al otro lado del agua se erguía la gigantesca iglesia, como un desafío de su austera geometría contra la locura de las suaves nubes de abril. Un desafío a la locura y al mismo tiempo un complemento de ella, una concordancia con ella en perfecta reconciliación. Así habría debido ser entre él y Molly... así había sido entonces.

- Y los cisnes -canturreó soñadora la voz-, los cisnes...

Sí, los cisnes. Cisnes blancos cruzando el espejo de jade y azabache... un espejo palpitante que se movía y temblaba, de modo que las argentadas imágenes se quebraban a cada rato y volvían a formarse, se desintegraban y recomponían.

- Como las invenciones de la heráldica. Romántica, imposiblemente bellos. Y sin embargo, helos ahí... aves de verdad en un lugar real. Tan próximos a mí, ahora, que casi puedo tocarlos... y sin embargo tan lejanos, a miles de kilómetros de distancia, Lejos, en esas aguas quietas, moviéndose como por arte de magia, suave, majestuosamente...


(Traducido del inglés por Floreal Mazía)

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