Me encuentro leyendo El Buscador de oro, de Jean-Marie Gustave Le Clézio. Confieso que cuando recibió el premio Nobel, hace un par de años, desconocía su obra. De manera que todo lo que ahora leo es un descubrimiento personal. Cuando concluya la lectura de esta novela me ocuparé de comentarla, pero por lo pronto quisiera dejar establecida una primera observación.
Hace muchos años, formaba parte de un taller literario coordinado por el entrañable Edmundo Valadés. Durante una de nuestras sesiones semanales surgió la discusión. El maestro, quien era gran admirador de Marcel Proust, apreciaba la minuciosidad descriptiva de su prosa. Y en alguna ocasión previa, Rafael Ramírez Heredia nos había dicho que en la literatura actual a la primera frase debe corresponder una acción. Es decir, la estructura clásica de las novelas que iniciaban con adjetivos en su primera línea, habría sido desplazada por la fuerza del verbo.
Hoy me topo, con sorpresa, que Le Clézio emprende la narración en tono descriptivo para desembocar en una extensa introspección: "Por mucho que retroceda en mi memoria, siempre oigo el mar. Mezclado con el viento en las agujas de los filaos, con el viento que no cesa, ni siquiera cuando te alejas de las costas y te adentras por los campos de caña, es el ruido que ha arrullado mi infancia. Lo oigo ahora, en lo más profundo de mí, me lo llevo adondequiera que voy. El ruido lento, incansable, de las olas que rompen a lo lejos en la barrera de coral y que vienen a morir en la arena..."
Traté de hacer un rápido recuento al azar, basado en mi memoria, de las primeras líneas de los autores que acostumbro a leer y me topé, en efecto, con un predominio del verbo. Por ejemplo, nadie tan contundente comoArtemio Cruz cuando dice: "Yo despierto..." para comenzar la novela de Carlos Fuentes. El párrafo inicial de El Amor en los Tiempos del Cólera, de García Márquez, es de una gran belleza, "Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados."
Imposible dejar de mencionar La Metamorfosis, de Franz Kafka: "Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto." El Extranjero, de Albert Camus, es un paradigma de la capacidad para sintetizar el espíritu que permea la totalidad de la obra: "Mamá ha muerto hoy. O tal vez fue ayer, no lo sé. He recibido un telegrama desde el asilo..."
"¿Encontraría a la maga?", se pregunta Julio Cortázar en el arranque de Rayuela. Es probable que el inicio más famoso de las letras mexicanas corresponda a Juan Rulfo: "Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo."
Sin embargo, mantengo mi admiración por Crónica de una Muerte Anunciada, una breve obra maestra que da principio anunciando lo que sucederá al final: "El día en que lo iban a matar, Santiago Nassar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que iba a llegar el obispo." La justificación del propio García Márquez para hacerlo de ese modo obedece a que decidió despojar al texto de la incertidumbre sobre si se cometería el crimen o no, para que los lectores se despreocuparan por la intriga y pudieran concentrarse en la lectura de sus pormenores.
Jules Etienne
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