Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La nueva ortografía: ¿el precio de la globalización?



Desde el pasado 5 de noviembre en que me enteré, a través de una nota en el diario El País, que algunas reglas ortográficas habían sido modificadas por la Real Academia Española, tenía la intención de escribir algo al respecto. Un correo electrónico que recibí ayer, con una breve plegaria irónica de un viejo conocido, a quien no he visto desde hace muchos años, me obsequió el pretexto.

La primera novedad radica en que ya no existirá la llamada "y griega" y desde ahora, como en las matemáticas, se le llamará "ye". Esto lleva como consecuencia que la "i latina", se denominará en el futuro simplemente "i". De tal manera que el alfabeto que nos enseñaron en la escuela a los niños de mi generación -hace ya medio siglo-, es obsoleto: la "b" labial es solamente "be", mientras que la "v" labiodental, es "uve". Para la "w" no se dice "doble u", sino "doble uve". Se supone que todo esto mejora el aprendizaje y facilita su uso cotidiano. Tal vez así sea.

Las letras "ch" y "ll" -"doble ele"- ya no son letras del alfabeto, primero fueron degradadas a la condición de dígrafos, es decir, signos ortográficos de dos letras, hasta su supresión. Se seguirán utilizando y pronunciando igual, sólo que ya no aparecerán en los diccionarios como letras. Quienes los publican estarán preguntándose qué hacer con los ejemplares que todavía tienen en bodega y planearán recuperarse anunciando nuevas ediciones con las modificaciones ya incluidas. Para quienes radicamos en países que no son hispanoparlantes, es una comodidad la supresión de esas dos letras, exclusivas de la lengua española. En cambio, para aquellos que hablan de manera cotidiana nuestro idioma, no estaría tan seguro.

Cuando impartía la materia de redacción, en mi tierra natal, Tampico, hace ya un largo trecho, recuerdo que algunos de mis alumnos tenían que esforzarse mucho para aprender a usar correctamente el acento diacrítico. Buenas noticias para los perezosos, se ha suprimido. Antes se decía: "Sólo quiero estar solo", y ahora se escribe sin acento en ambos casos. Es decir, el uso adverbial y el adjetivo serán la misma cosa. Lo mismo sucederá con los demostrativos como "éste" y "este". Si se toma en cuenta que muchos tienen computadoras con programas que no incluyen el español, ya tendrán menos acentos de los cuales preocuparse (como si de veras alguna vez hubiese sido motivo de su inquietud). En términos generales, para quienes hablan como primera lengua otro idioma, el aprendizaje del español se les facilitará un poco más.

La letra "o", cuando va entre números para evitar confusiones con el signo numérico cero, tampoco se acentuará. Con eso sí estoy plenamente de acuerdo, siempre me pareció ridículo aquello del "5 ó 6".

Por último, aquellas palabras que se escribían con la letra "q" pero sin estar acompañadas por la "u" muda, como es requisito en el idioma español, habrán de sustituirse por la "k" o la "c". Ejemplos: "Iraq" será "Irak" (o, más bien, lo que quede de Irak una vez que las fuerzas pacificadoras concluyan su noble tarea después de haber arrasado Bagdad con todo y el ladrón de las Mil y una noches), tampoco será más "quórum", sino "cuórum" (aunque no incluye sanción alguna para los legisladores cuando no lo completen). Si se prefiere seguir escribiéndolo con grafía latina, entonces será sin acento y en cursivas, como si fuese un extranjerismo: quorum.

El mantenerse al día en aspectos ortográficos hará, sin duda, que por estas fechas los correctores de estilo sean más requeridos. Y es aquí donde quisiera referirme a Héctor Carreto. Lo conocí a través de un querido amigo, Alfonso López, cuando ambos trabajábamos en Cotsa (la desaparecida Compañía Operadora de Teatros), y entre otras tareas, programábamos una sala de cine que se llamaba Pecime, allá por la avenida Universidad en la ciudad de México. Una época divertida, sin duda. Más tarde ingresé a trabajar en la Dirección de Cinematografía, primero como asesor, y al poco tiempo me designaron al frente de la Cineteca Nacional, a finales de los años ochenta. Entonces tuve la oportunidad de rodearme de amigos muy valiosos gracias a quienes, sin duda, les debo el que mi gestión haya resultado positiva. En programación nos asesoraba el entrañable Seth Vázquez (supongo que es correcto seguir acentuando su apellido), y Alfonso nos recomendó a Héctor Carreto para la supervisión de las publicaciones. Lo recuerdo como alguien muy inteligente y siempre de buen humor. Como ya lo he señalado, ayer me llegó un correo de Paco, otro amigo, que reproduce un texto irreverente de él, a manera de oración (me parece que la palabra jaculatoria, ya en desuso, podría ser la adecuada):
 
"Señor:
Bendice a los redactores improvisados,
bendice también los dedos de las tipógrafas
que bailan sobre las teclas;
bendice, especialmente, a los escritores sin ortografía,
porque gracias a ellos existimos los correctores.
 
Señor, hiciste un mundo apresurado.
Ninguna obra maestra, debes saberlo,
se escribe en siete días.
 
Por si decides corregir tu creación
te dejo mi tarjeta."
 
Ya que he abordado el tema de los correctores de estilo, en un futuro quisiera ocuparme de nuevo de su labor y compartir con quienes tienen la paciencia de visitar este blog, mi lamentable experiencia en ese terreno, cuando apareció publicada la primera edición de mi novela Decir Adiós es morir un poco. Espero poder hacerlo esta misma semana.

Creo que la mayoría de las medidas comentadas, tienden a volver al español un idioma más sencillo para quienes intentan aprenderlo. No podemos olvidar que el nuestro es ya el mundo que pronosticaba Marshall McLuhan en La aldea global (War and Peace in the Gobal Village, 1968). Como quiera que sea, el caso es que me siento nostálgico por el español que aprendí en la escuela y que me ha permitido comunicarme a lo largo de mi existencia. Por eso, cuando mi querida amiga de la infancia Clara Martha, me envía sus mensajes escribiendo todavía "obscuro" y no ese prosaico oscuro que se acostumbra ahora, me siento incapaz de elaborar algún argumento congruente como sustento de que obscuridad, en sí misma, implica algo poético. La oscuridad, en cambio, espanta.

 
Jules Etienne

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