martes, 31 de agosto de 2021

Venecia: MI ROMERÍA, de Emilia Pardo Bazán

"... a la plaza de San Marcos, donde una nube de torcaces, pero mansísimas palomas, acude con la mayor desvergúenza a comer en la mano..."

(Fragmento del Epílogo)

I. Don Carlos

Nosotros proponemos y las circunstancias disponen. Pensé escribir estas líneas en mi alojamiento del Hotel de la Luna, en Venecia -de cuyas ventanas veía las ondas verdosas del Canalazzo morir besando la escalinata del embarcadero, y desde el cual, en cinco minutos y a pie, podía trasladarme a la plaza de San Marcos, donde una nube de torcaces, pero mansísimas palomas, acude con la mayor desvergüenza a comer en la mano, y si uno se descuida, en la boca del viajero, la ración de maíz-. Y he aquí que estoy trazándolas en mi cuarto de estudio, con vistas a la bahía de Marineda, sobre cuya superficie, que refleja el azul plomizo del firmamento, se columpian botes y esquifes, aunque graciosos, muy diferentes de las venecianas góndolas.

No es lo peor escribir en Marineda impresiones recogidas al borde del Adriático, sino hacerlo por vez segunda a causa de extravío del primer original.

(...)

El objeto de mi viaje á Venecia no era admirar la soñada ciudad de las lagunas, con su doble collar de palacios y la inmortal poesía de sus calles de agua y sus góndolas finas y curvas como el puñal de Otelo. Conocía ya a la dogaresa: la había visto en todo su teatral esplendor, alumbrada por millares de fuegos artificiales y por guirnaldas de los clásicos farolillos, arrullada por serenatas melodiosísimas, y había oido de noche, a la luz de la luna, en el Gran Canal, la barcarola de I due Foseari, que entonaban a voces solas los gondoleros. Mi propósito, al recorrer una vez más la Italia del Norte, fué saludar y tratar á D. Carlos de Borbón, duque de Madrid. También le conocía, pero por breve audiencia obtenida en París el mismo año y el mismo día en que visité a una especie de monarca literario, rodeado de una corte muy etique- tera: Víctor Hugo.

Emilia Pardo Bazán (España, 1851-1921).

lunes, 30 de agosto de 2021

VENECIA, de Mihai Eminescu

"Para exhalar un aliento de vida a su dulce novia, golpeando los viejos muros con sus olas."

La vida se extingue en Venecia. Su orgullo cae.
No se escuchan los cantos, ni se ven las luces de los bailes;
En las escaleras de mármol, a través de portales antiguos
La luna penetra las paredes, lo inunda todo con su brillo.
 
Océanos se lamenta, llorando en los canales…
Condenado a la eterna juventud, florece:
Para exhalar un aliento de vida a su dulce novia,
Golpeando los viejos muros con sus olas.
 
Sobre la ciudad, silencio como el de un cementerio.
Un sacerdote permanece sobre el pasado vivo,
En San Marcos, siniestras campanadas de medianoche.
 
Con voz profunda, el discurso ominoso de Sibila
Tiene la cadencia de su presagio sombrío;
“Es en vano, niño, los muertos no reviven”.
 
 
Mihai Eminescu (Rumania, 1850-1889). 

domingo, 29 de agosto de 2021

Venecia: EDIMBURGO, de Robert Louis Stevenson

"El resto puede tener admiradores, pero sólo ella, la famosa belleza, cuenta con amantes en su séquito."

(Fragmento del capítulo I)

Se ha dicho que Venecia se diferencia de todas las demás ciudades por el senti- miento que inspira. El resto puede tener admiradores, pero sólo ella, la famosa belleza, cuenta con amantes en su séquito. Y, efectivamente, ni siquiera los mejores amigos de Edimburgo la consideran de la misma manera. A ellos les gusta por muchos motivos, ninguno de los cuales resulta satisfactorio en sí mismo. Les gusta caprichosamente, por decirlo de algún modo, y de forma algo similar a un virtuoso que adora su gabinete. Su atracción es romántica en el sentido más limitado de la palabra. Pese a que es hermosa, no resulta tan hermosa como interesante. Es fundamental- mente gótica, y más todavía desde que se ha engalanado con aires griegos y ha erigido templos clásicos en sus riscos. En una palabra, y por encima de todo, es una curiosidad.

Robert Louis Stevenson (Escocés fallecido en Samoa, 1850-1894).

(Traducido al español por Ismael Attrache)

sábado, 28 de agosto de 2021

Venecia: LA VIDA ERRANTE, de Guy de Maupassant

"... la contemplamos (...) con una mirada expectante y encantada, la miramos a través de nuestros sueños."

Venecia

(Fragmento)

¡Venecia! ¿Acaso existe otra ciudad más admirada, más celebrada, más alabada, por los poetas, más deseada por los enamorados, más visitada y más ilustre?

¡Venecia! ¿Acaso existe algún nombre en alguna lengua que haya hecho soñar más a los hombres? Además, es una palabra encantadora, sonora y suave: evoca de inmediato en nuestras almas una luminosa sucesión de recuerdos magníficos y un horizonte de fantasías cautivadoras.

¡Venecia! La sola palabra parece desencadenar en el alma una exaltación, excita todo lo que hay de poético en nosotros, despierta todas nuestras facultades admirativas. Y al llegar a la ciudad singular la contemplamos inevitablemente con una mirada expectante y encantada, la miramos a través de nuestros sueños.

Al hombre que vaga por el mundo le resulta prácticamente imposible no mezclar su imaginación con la visión de la realidad. Se acusa a los viajeros de mentir y de engañar a quienes les escuchan. Pero no mienten, no, lo que ocurre es que observan mucho más con el pensamiento que con la mirada. Basta con una novela que nos haya fascinado, con veinte versos que nos hayan emocionado, con un cuento que nos haya cautivado, para disponernos al singular lirismo de los aventureros, y cuando estamos excitados de ese modo, aún desde la distancia, por el deseo de un lugar, nos seduce de manera irresisitible. Ningún otro rincón del mundo ha dado lugar a una conspiración de entusiasmo comparable a la que despierta Venecia. Cuando penetra- mos por primera vez en su tan alabada laguna, resulta casi imposible vencer el sentimiento anticipado, sufrir una desilusión. El hombre que ha leído, que ha soñado, que conoce la historia de la ciudad en la que se adentra, que está imbuido de todas las opiniones de quienes le han precedido, arrastra consigo esas impresiones casi completamente formadas; ya sabe qué hay que amar, qué hay que despreciar, qué hay que admirar.

Guy de Maupassant (Francia, 1850-1893).

(Traducido al español por Elisenda Julibert).

viernes, 27 de agosto de 2021

Venecia: ESPAÑA, VIAJE DURANTE EL REINADO DE DON AMADEO I DE SABOYA, de Edmundo de Amicis

"¡Qué bonito!, cumplido que iba dirigido al Gran Canal..."

(Fragmento del capítulo VIII: Córdoba)

- ¿Ha visto usted Venecia?

- ¡Ya lo creo!

- ¿Es verdad que es una ciudad que nada sobre el mar?

Instóme para que le describiera Venecia, y yo le expliqué como era el pueblo de esa extraña ciudad, lo que hace durante el día, cómo se viste. Y mientras hablaba, con el esfuerzo que hacía por expresarme con alguna elegancia y tragar los huevos mal cocidos y el chorizo rancio, vi que se iba acercando poco a poco, tal vez inadver- tidamente, para escucharme mejor, aproximándose tanto, que pude percibir el olor de la rosa que tenía en sus cabellos y el aliento de su respiración; y debía hacer tres grandes esfuerzos a la vez: uno con mi cabeza, otro con el estómago y otro con todo mi ser, oyéndola decir de vez en cuando: ¡Qué bonito!, cumplido que iba dirigido al Gran Canal, pero que me producía el mismo efecto que le causaría a un hombre arruinado un saco de escudos que le hiciera sonar en las narices un banquero impertinente.

Edmundo de Amicis (Italia, 1846-1908).

jueves, 26 de agosto de 2021

Venecia: LA CASA SOLARIEGA (La familia Polianecki), de Henryk Sienkiewicz

"... se disponía a abordar una góndola en compañía de su mujer para ir a la iglesia de Santa María de la Salud..."

(Fragmento del capítulo XXXI)

Dos semanas más tarde, el portero de la fonda Bauer, de Venecia, entregaba al señor Polianecki una carta que llevaba el sello de Varsovia, cuando se disponía a abordar una góndola, en compañía de su mujer, para ir a la iglesia de Santa María de la Salud, donde tenía que asistir a una misa que mandaban rezar con motivo del aniversario de la muerte de la madre de Marina.

Como Polaniecki no esperaba noticias importantes de Varsovia, se metió la carta en el bolsillo y le dijo a su esposa:

- Me parece que es temprano para ir a la iglesia.

- Sí -contestó ella-, aún tenemos media hora de tiempo.

- Entonces nos podemos hacer llevar hasta el puente de Rialto.

Marina consentía siempre en todo. Era la vez primera que viajaba por el extranjero, y todo cuanto veía le producía un verdadero entusiasmo. En la plenitud de su alegría abrazaba entusiasmada a su marido, como si Venecia hubiese sido construida por él y como si a él se le debieran agradecer todas aquellas bellezas.

Como era temprano, había poco movimiento; la laguna estaba tranquila como si dormitase, no se percibía ni un solo soplo de viento, y el Canal Grande resplandecía de toda su belleza en aquel día tranquilo y sin sol. Reinaba la quietud de un cementerio, los palacios parecían vacíos y desiertos. Se admiraba sin despegar los labios por temor de interrumpir aquel silencio general. Así se conducía Marina, pero Polaniecki, menos sensible, sacó la carta del bolsillo y se puso a leerla.


Henryk Sienkiewicz (Polonia, 1846-1916).
Obtuvo el premio Nobel en 1905.

miércoles, 25 de agosto de 2021

Venecia: A VENECIA, de Olindo Guerrini

"¡Espejo tranquilo de monumentos altivos!"

Eres hermosa, Venecia en medio de las olas
¡Espejo tranquilo de monumentos altivos!
Eres hermosa, canto de los gondoleros,
¡Que al Lido el mar bramando responde!

Amo, Venecia, tu vida alegre,
Ya testimonio de imperios sometidos,
amo esos palacios tuyos soberbios y negros,
y a tus mujeres con las trenzas rubias.

Amo, tus templos donde brilla cada tesoro
y de arte y de memoria, donde Tiziano
doncellas pinta con cabellos de oro.

Amo, tus trofeos secuestrados a los musulmanes
de Candia y Morea: te amo y te adoro,
lenguado frito y vino de Conegliano.


(Sei pur bella, Venezia, in mezzo all'onde
Specchio tranquillo ai monumenti alteri!
Sei pur bella, canzon de' gondolieri,
Cui dal Lido muggendo il mar risponde!

Amo, Venezia, le tue vie gioconde,
Già testimoni dei domati imperi,
Amo i palagi tuoi superbi e neri
E le tue donne dalle treccie bionde.

V'amo, templi ove splende ogni tesoro
E d'arti e di memorie, ove Tiziano
Pingea fanciulle dai capelli d'oro.

V'amo, trofei rapiti al mussulmano
Di Candia e di Morea: v'amo e v'adoro,
Sogliole fritte e vin di Conegliano.)

Olindo Guerrini (Italia, 1845-1916).

(Traducido del italiano por Jules Etienne).

martes, 24 de agosto de 2021

VENECIA, de Friedrich Nietzsche

"Gotas de oro rodaron sobre la temblorosa superficie."

De pie en el puente
yo el más joven en la noche café.
Acá lejos llegó el canto:
Gotas de oro rodaron
sobre la temblorosa superficie.
Góndolas, luces, música
-hongo borracho hacia fuera del atardecer… 
 
Mi alma, un intérprete de cuerdas,
canta, por eso toca,
invisible y secreta, un canto gondolero,
trepidante de colorida felicidad
 -¿Alguien la escucha?
 
 
Friedrich Nietzsche (Alemania, 1844-1900).

lunes, 23 de agosto de 2021

Venecia: HISTORIA DE LA NOCHE, de Jorge Luis Borges

"Por Venecia de cristal y crepúsculo..."
 
Inscripción
 
Por los mares azules de los atlas y por los grandes mares del mundo.Por el Támesis, por el Ródano y por el Arno. Por las raíces de un lenguaje de hierro. Por una pira sobre un promontorio del Báltico, helmum behongen. Por los noruegos que atraviesan el claro río, en alto los escudos. Por una nave de Noruega, que mis ojos no vieron. Por una vieja piedra del Althing. Por una curiosa isla de cisnes. Por un gato en Manhattan. Por Kim y por su lama escalando las rodillas de la montaña. Por el pecado de soberbia del samurai. Por el Paraíso en un muro. Par el acorde que no hemos oído, por los versos que no nos encontraron (su número es el número de la arena), por el inexplorado universo. Por la memoria de Leonor Acevedo. Por Venecia de cristal y crepúsculo...  Por la que usted será; por la que acaso no entenderé.  Por todas estas cosas dispares, que son tal vez, como presentía Spinoza, meras figuraciones y facetas de una sola cosa infinita, le dedico a usted este libro, María Kodama.

 J. L. B. 
 Buenos Aires, 23 de agosto de 1977.
  
Jorge Luis Borges (Argentino rallecido en Suiza, 1899-1986). 

domingo, 22 de agosto de 2021

Venecia: LAS ALAS DE LA PALOMA, de Henry James

"... salvo por algunos grupos de palomas importunas que picoteaban las migajas de un perpetuo festín..."

(Fragmento del capítulo 24)

La prueba de que la había comprendido totalmente estaba en aquel mismo lugar y ella, desde un principio, no había objetado para nada su magnífica adquisición. Le había demostrado lo que pensaba al respecto y él se alegró de su manera de aceptarlo; no tardó en tener conocimiento de esa parte de la transacción que le concernía directamente y la relación de Eugenio con tales cifras no pudo dejar de hacerse, por así decirlo, más y más insignificante. Gente encantadora, declarados amantes de Venecia, evidentemente, le habían abandonado su casa, y habían partido de allí hacia otras regiones para ocultar su vergüenza a la vez por aquello que enajenaban, aunque fuese brevemente, y por aquello que recibían, por más durable que fuera. Ellos habían preservado y respetado, y ahora Milly -su participación en esto era descarada- iba a disfrutar y a apropiarse. El palacio Leporelli guardaba su propia historia en su vasto interior, como un ídolo pintado, un solemne títere cargado de condecoraciones. Ornado de cuadros y de reliquias, el rico pasado de Venecia, con su estilo imborrable, era allí la presencia reverenciada y servida: lo que nos lleva otra vez a nuestro asunto de hace un momento, al hecho de que más que nunca, en aquella mañana de octubre -por torpe que fuera como novicia-, Milly se desplazaba lentamente de un extremo al otro del palacio como la sacerdotisa de un culto. Esa sensación, por cierto, se la daba el dulce sabor de la soledad, añorada y recuperada. La soledad era una necesidad para su espíritu cuando las cosas le hablaban profundamente, y era en medio del sosiego cuando las oía mejor: las otras voces le hacían perder su sentido. Eran otras voces las que la habían rodeado durante semanas y ella se había esforzado por escucharlas, por cultivarlas y responderles. Aquéllas habían sido semanas en las que eran otras cosas las que habían podido muy bien evitarle oír. Se había visto -mucho más de lo que las perspectivas en un principio prometían o amenazaban- abriéndose paso entre una multitud con una múltiple escolta. Las cuatro mujeres que habían descrito a sir Luke Strett como una falange relativamente compacta y aislada habían resultado ser, en última instancia, una bola rodante de nieve condenada a ocupar cada día más espacio.

(Fragmento del capítulo 27)

Esta conversación se había desarrollado en el centro de la plaza de San Marcos, vasta sala de recepción de suelo llano y de techo azul, enorme cámara de entrete- nimientos, siempre propicia a la conversación, o, mejor aún, para ser exactos, no en el centro sino donde nuestra pareja se detuvo al azar después de abandonar la amplia iglesia con forma de mezquita que ahora se elevaba detrás de ellos con sus cúpulas y sus agujas. A su frente se extendía el gran espacio  abierto, rodeado por las arcadas, donde a esa hora era mayor el movimiento y el tránsito. Venecia, la Venecia de los turistas y de los posibles encuentros, desayunaba y, salvo por algunos grupos de palomas importunas que picoteaban las migajas de un perpetuo festín, la perspectiva se hallaba despejada y los dos jóvenes podían ver que sus compañeras aún no habían abandonado la mercería, en uno de los porches, donde momentos antes las habían dejado con el pretexto de echar una ojeada -la expresión era de Densher- a San Marcos.

Henry James (Estadounidense nacionalizado inglé, 1843-1916).

(Traducido al español por Alberto Vanasco).

sábado, 21 de agosto de 2021

Venecia: LOS PAPELES DE ASPERN, de Henry James

"... la luz de la luna en Venecia es famosa..."
 
Capítulo 1: "La góndola se detuvo, el viejo palacio estaba ahí; era una casa de esa clase que en Venecia lleva siempre un digno nombre aún en el más extremado destartalamiento."

Capítulo 4: "No podría haber asunto en Venecia sin paciencia, y puesto que me encantaba el sitio, estaba mucho más en su espíritu por haber acumulado una amplia provisión. Ese espíritu me hacía perpetua compañía y parecía mirarme desde el revivido rostro inmortal -en que brillaba todo su genio- del gran poeta que era mi inspirador. Le había invocado y él había llegado: se cernía sobre mí casi todo el tiempo; era como si su luminoso espectro hubiera vuelto a la tierra a decirme que consideraba el asunto no menos suyo que mío, y que lo vigilaría hasta su conclusión, de modo fraternal y alegre. Era como si hubiera dicho: «Pobrecilla, tómalo con tranquilidad con ella; tiene algunos naturales prejuicios, pero dale tiempo. Por extraño que te parezca, era muy atractiva en 1820. Mientras tanto, ¿no estamos juntos en Venecia, y qué mejor sitio hay para la reunión de buenos amigos? Mira cómo refulge con el verano que avanza; cómo el cielo y el mar y el aire rosado y el mármol de los palacios cabrillean y se funden en unión.» Mi excéntrica misión personal se convertía en parte de la novelería y la gloria de todo; incluso sentía un compañerismo místico, una fraternidad moral con todos los que en el pasado habían estado al servicio del arte. Habían trabajado por la belleza, por una devoción; ¿y qué otra cosa hacía yo? Ese elemento estaba en todo lo que había escrito Jeffrey Aspern y yo no hacía más que sacarlo a la luz."
 
Capítulo 5: "Rara vez me quedaba en casa al anochecer, pues cuando trataba de ocuparme en mis habitaciones, la luz de la lámpara atraía una multitud de insectos molestos, y hacía demasiado calor para cerrar las ventanas. Por tanto, pasaba las últimas horas o bien en el agua (la luz de la luna en Venecia es famosa) o en la espléndida plaza que sirve como vasto atrio a la extraña y vieja basílica de San Marcos."
 
Capítulo 5: "¿Qué podría ser más natural? Somos del mismo país y tenemos por lo menos algo de los mismos gustos, puesto que, como a ustedes, me gusta mucho Venecia."
 
Capítulo 5: "Encontramos un banco menos aislado, menos confidencial, como quien dice, que el del cenador, y todavía estábamos sentados allí cuando oí dar la medianoche en esas claras campanas de Venecia que vibran con una solemnidad única sobre la laguna y se demoran en el aire mucho más que los sones de otros lugares."
 
Capítulo 9: "No sé dónde me llevó mi gondolero; flotamos sin objetivo por la laguna, con golpes lentos, infrecuentes. Al fin me di cuenta de que estábamos cerca del Lido, lejos, a mano derecha, de espaldas a Venecia, y le hice dejarme en la orilla. Quería andar, moverme, para quitarme de encima algo de mi desconcierto. Crucé la estrecha franja y llegué a la playa frente al mar; me encaminé hacia Malamocco."
 
 
Henry James (Estadounidense nacionalizado inglés, 1843-1916).

viernes, 20 de agosto de 2021

La Venecia de Henry James (segunda parte)

"En el centro de la explanada hay una fuente que parece aún más vieja que la iglesia (...) La cara de las chicas venecianas tiene una asombrosa dulzura..."

Prosiguiendo con el tema iniciado ayer sobre las persistentes alusiones a Venecia en las novelas y relatos de Henry James, procede la inclusión de La princesa Casamassima, uno de sus trabajos menos difundidos, publicado en 1886, el mismo año que Las bostonianas. Al capítulo XXX corresponden los siguientes párrafos:

"Tres semanas más tarde estaba en Venecia, desde donde dirigió una carta a la princesa Casamassima de la que reproduzco los principales pasajes:

Ésta será, probablemente, la última vez que le escriba antes de volver a Londres. Como ya ha estado en este lugar, podrá comprender con facilidad por qué aquí, precisamente aquí, siento deseos de hacerlo. Querida princesa, qué ciudad tan maravillosa, qué inefables impresiones y qué revelación tan exquisita. Tengo una habitación en una pequeña explanada y enfrente de una iglesia antigua que tiene la fachada cubierta de losas de mármol; en las hendiduras de las losas crecen florecillas silvestres cuyo nombre no conozco. En la puerta de la iglesia hay colgada una cortina de cuero vieja y oscura, tan gruesa como un colchón y con botones como si fuera un sofá; y no para de ir de un lado a otro mientras entran y salen de la iglesia mujeres y chicas que llevan la cabeza cubierta con un chal y calzan zuecos de madera. En el centro de la explanada hay una fuente que parece aún más vieja que la iglesia; tiene un aspecto muy primitivo, y creo que quienes la pusieron fueron los primeros pobladores, los que pasaron a Venecia desde el continente, desde Aquilea. Verá que he tragado ya mucha información histórica, y supongo que no se sorprenderá porque no ha vuelto a sorprenderse de nada desde el día en que descubrió que sabía algo de Schopenhauer. Puedo asegurarle que hoy no me acuerdo para nada de ese misógino rancio, porque miro con mucha simpatía a las mujeres y a las chicas que van a la fuente haciendo ruido con los zuecos y con el cántaro de cobre en la cabeza. La cara de las chicas venecianas tiene una asombrosa dulzura, y produce un efecto incomparable cuando su óvalo pálido y triste (todas parecen mal alimentadas) está enmarcado por el chal viejo y descolorido. Tienen un pelo precioso, que no ha conocido las tenacillas, y andan juntas de dos en dos o de tres en tres cogidas del brazo y sin mirar nunca a los ojos -así que no importa que las mire uno-, y llevan vestidos baratos de algodón, con unos pliegues sueltos, que tienen una línea tan bonita como todas las cosas de Italia. El tiempo es espléndido y me aso de calor, pero me gusta; por lo visto estaba hecho para que me espetaran como un pollo, y ahora descubro que he pasado frío oda mi vida, hasta cuando creía que tenía calor. No he visto uno solo de los hermosos patricios que posaban para los grandes pintores, aquellos señores gordos con cabellos de oro y perlas entrelazadas; pero estoy estudiando italiano para hablar con las chicas que trabajan en las fábricas de collares, porque estoy decidido a hacer que una o dos de ellas me miren por fin. Cuando han llenado los cántaros en la fuente, da gusto verlas ponérselos en la cabeza y andar otra vez sobre las lustrosas piedras de Venecia. Me encanta estar en un país donde las mujeres no llevan esos odiosos gorritos británicos. Ni siquiera entre las mujeres de mi clase -perdone la expresión que recuerdo que le molestaba- he visto en mi vida una chica joven que asomara las narices a la puerta sin habérselo puesto antes; y si usted las hubiera tratado tanto como las he tratado yo, sabría la degradación a que conduce una imposición semejante. El suelo de mi cuarto está hecho de ladrillos pequeños, y para refrescar el ambiente en esta temperatura, lo rocían, como ya sabrá usted, con agua. Como sigan rociándolo mucho, dentro de poco tiempo podré nadar; las persianas verdes están bajadas y el sitio resulta una buena piscina. La luz ardiente de la plaza entra por las rendijas. Fumo cigarrillos y en los momentos de descanso me tumbo en un sofá descolorido que hay en un rincón. Cuando estoy allí tengo al alcance las obras de Leopardi y un diccionario de segunda mano. Soy muy feliz, más feliz que en toda mi vida, salvo cuando estuve en Medley y no me preocupo por nada sino por el momento presente. No durará mucho, porque estoy casi sin dinero. Cuando termine la carta saldré a dar una vuelta por ahí, en esta espléndida tarde veneciana; y pasaré la noche en esa maravillosa plaza de San Marcos, que parece un gran salón al aire libre, escuchando música y sintiendo la brisa que se cuela entre esas dos extrañas columnas de la piazzetta que parecen formar un pórtico para ella. Casi no puedo creer que soy yo quien cuenta todas estas cosas tan bonitas; me digo más de doce veces al día que no es Hyacinth Robinson el que lo hace, y tengo que pellizcarme las piernas para saber que no estoy soñando. Pero dentro de poco, cuando vuelva al ejercicio de mi profesión en las dulzuras de Soho, tendré pruebas más que sobradas para convencerme; lo notaré en seguida por la vida y la condena que me esperan."

En 1888 fueron editadas tanto una breve narración titulada en inglés The Liarcomo la novela Los papeles de Aspern. Con esa proclividad que James siempre mantuvo para los contactos epistolares entre sus personajes, en el tercer capítuo del relato El mentirosose puede leer:

"Así que, con este fin, decidió escribirle una carta desde Venecia utilizando un tono amistoso -puesto que no tenía por qué pensar que su amistad había terminado- pidiéndole noticias, narrando sus andanzas, esperando que pudieran verse pronto en Londres y sin decir una sola palabra acerca  del cuadro. Los días fueron transcu- rriendo, pasó el tiempo, y no recibió respuesta alguna."

Tal vez Los papeles de Aspern sea, entre todas sus obras, la que mejor captura la atmósfera de Venecia. Pero eso merece un texto íntegro.

Dos años más tarde, en el cuarto capítulo de La musa trágica, se registra una muy breve alusión veneciana:

"La señora Rooth tenía un viejo pote verde, y oí hablar de su viejo pote verde. Oír hablar de él fue encapricharme del mismo, así es que fui a verlo, en el secreto de la noche. Lo compré, y hace un par de años se me cayó y lo hice añicos. Fue el fin de esa pequeña fase. Sin embargo, como ya habrán notado, no fue el fin de la señora Rooth. La vi posteriormente en Londres, y me la encontré hace uno o dos años en Venecia. Parece ser una gran errabunda."

Maude-evelyn es un relato de fantasmas que apareció en abril de 1900 en las pági- nas de la revista Atlantic Monthly. Al principio del capítulo 2 dice:

"Marmaduke le había escrito, ya que continuaban siendo amigos; y así ella supo que la tía y la prima del joven habían regresado sin él. Marmaduke había prolongado su estancia en Suiza, dirigiéndose después a los lagos italianos y a Venecia; ahora se encontraba en París. La noticia me extrañó un tanto, sabiendo yo como sabía que Marmaduke siempre andaba más bien escaso de dinero y que había podido permitirse ir a Suiza sólo gracias a la generosidad de su tío."

La copa dorada (The Golden Bowl, 1904), en su capítulo VII con el que inicia la se- gunda parte de la novela, propone la siguiente analogía:

"La abominación poco importa, pues eres irremediablemente redondo. Esto en ti es una de esas cosas que se siente, al menos las siento yo, como si se tocasen con la mano. Imagina que hubieras sido formado íntegramente mediante una gran cantidad de pequeños rombos piramidales, como aquella maravillosa parte del Palacio Ducal de Venecia, lo cual es muy bello en un edificio, pero condenadamente desagradable en un hombre con el cual uno se tiene que rozar, principalmente cuando este hombre es un pariente próximo."

Después de esto, sólo quedan pendientes Las Alas de la paloma, publicada en 1902 y adaptada exitosamente al cine en 1997, además de la ya mencionada Los papeles de Aspern, cuya más reciente versión fílmica se exhibió en el festival de Venecia en 2018.

Jules Etienne

Henry James (Estadounidense nacionalizado inglés, 1843-1916).

La ilustración corresponde a Coqueteo (Flirtation, 1894), de Eugene de Blaas.

jueves, 19 de agosto de 2021

Venecia: COMPAÑEROS DE VIAJE, de Henry James

"No hay ninguna Venecia como la de esa hora mágica. Durante ese breve instante regresa a su antigua gloria."

(Fragmento)

Regresamos a la laguna bajo el brillo de la puesta de sol en un silencio esplendoroso que me permitía escuchar el lejano murmullo de otras góndolas en la estela que iban dejando. Había una claridad dorada tan perfecta que el rosado rubor de los palacios de mármol parecía ligero y puro como la sangre en la frente de un niño dormido. No hay ninguna Venecia como la Venecia de esa hora mágica. Durante ese breve instante regresa su antigua gloria. El cielo se arquea sobre ella como un vasto dosel imperial repleto de sus apiñados misterios de luz. Su entera apariencia es de un esplendor sin mácula. Ninguna otra ciudad toma la evanescencia carmesí del día con ese magnífico efecto. La laguna se cubre de una alfombra de fuego. Todos los colores pálidos y aletargados del mármol se transmutan en un resplandor dorado. El mortecino tono veneciano se ilumina y se apresura hacia la vida y el esplendor, y la visión hechizada del espectador parece descansar en un sueño perfecto del gran pintor que reflejó sus ensoñaciones inmortales en los techos del Palacio Ducal.

 
 Henry James (Estadounidense nacionalizado inglés, 1843-1916).

miércoles, 18 de agosto de 2021

La Venecia de Henry James (primera parte)


Henry James es, sin duda, el más veneciano entre todos los escritores de habla inglesa. Su obra sería imposible de concebir sin Venecia como escenario. 
Cuando viajó por primera vez a Europa, era un joven neoyorquino de veintiséis años deslumbrado ante su derroche arquitectónico y la atmósfera impregnada de historia a orillas del mar Adriático: "Venecia es en verdad la Venecia de los sueños", aseguraba en una carta a su amigo John LaFargue fechada el 21 de septiembre de 1869.

Y en sus Cuadernos de notas escribió: "De allí me dirigí directo a Venecia, en donde permanecí hasta fin de junio -entre tres y cuatro meses-. Sería muy largo ocuparme ahora de aquello; y, con todo, no puedo evitar detenerme. Fue un período maravilloso; una de esas cosas que no se repiten; tenía la impresión de haber rejuvenecido. La adorable primavera veneciana llegó y se fue, trayendo consigo una infinitud de impresiones, de horas deliciosas. Creció en mí un apasionado amor por el lugar, la vida, la gente, las costumbres. A veces me preguntaba si no sería una idea feliz establecer allí un pequeño pied-à-terre que se pudiera conservar para siempre."

El esplendor de sus palacios, las góndolas, los canales pero, sobre todo, su insólita luminosidad, lo sedujeron a tal grado que se quedó para residir allí durante cuarenta años. La consecuencia de dicha estancia impregna por completo su trabajo literario. Un breve repaso sobre el mismo, así lo corrobora.

En 1870 publicó Compañeros de viaje, desde cuyo principio se suscita un diálogo que ya predice los acontecimientos posteriores:

"- Tiene usted ante sí una gran cantidad de cosas. Van ustedes al sur, supongo.
- Sí, vamos directamente a Venecia. Allí veré los Tizianos.
- Tiziano y Paolo Veronese.
- Sí, apenas puedo creerlo. ¿Ha viajado usted alguna vez en góndola?
- No, esta es mi primera visita a Italia.
- Ah, entonces todo es nuevo también para usted.
- Divinamente nuevo -dije con emoción.

Ella me miró con una sonrisa, un rayo de amistoso placer en mi placer.

- Y, ¿no está usted decepcionado?
- En lo más mínimo. Soy un alemán ejemplar.
- Yo soy una americana ejemplar. Viivo en Araminta, Nueva Jersey."

Poco después, ambos se reúnen con el padre de la joven:

"- Partimos mañana hacia Venecia -dijo-. Estoy deseando respirar el frescor de la brisa marina y comprobar si las góndolas merecen tanto la pena.

Como yo también esperaba estar en Venecia en unos días, estaba seguro de que nos encontraríamos. Previendo esta circunstancia, mi aligo propuso que nos intercam- biáramos tarjetas, cosa que hicimos, allí y entonces, ante el altar mayor, sobre la preciosa capilla que contiene las sagradas reliquias de San Carlos Borromeo."

Respetando el orden cronológico, su novela El americano, la cual apareció editada en 1877, establece una referencia inicial: "Ah, quiero ver el Mont Blanc -dijo Newman-, y Amsterdam y el Rin, y muchos sitios. Sobre todo, Venecia. Me imagino cosas magníficas de Venecia." Se establece en el diálogo con el que concluye el segundo capítulo. Más adelante, cuando el mismo personaje ya ha logrado llevar a cabo ese viaje, relata: "Newman hacía su vida habitual, conocía a gente nueva, estaba a sus anchas en las galerías y en las iglesias, invertía un tiempo desorbitado en pasearse por la Piazza de San Marcos, compraba muchísimos cuadros malos y durante dos semanas disfrutó de Venecia a lo grande."

Retrato de una dama corresponde a 1881 y en el prólogo de una edición posterior, aseguraba James que "Hay lugares, como Venecia, que a veces no sirven de ayuda a la creación, porque expresan quizá demasiado, más de lo que en un caso concreto puede resultarnos útil." Durante su estancia veneciana Henrietta, protagonista de la novela, contrasta la vida en el continente con la que tiene en Inglaterra. "Había estado estudiando Venecia durante dos meses y desde allí envió al Interviewer una serie de brillantes crónicas acerca de las góndolas, de la Piazza, del puente de los Suspiros, de las palomas de San Marcos y del bello gondolero cantando, mientas rema, poemas de Tasso. Tal vez el Interviewer sufriera con ello una decepción, pero, por lo pronto, ella estaba conociendo Europa."

En Washington Square, publicada también en 1881, el capítulo 23 establece: "Y en Europa, entre tantas cosas bellas y tantos notables monumentos, quizás el anciano se conmoviese; las obras de arte tenían una influencia humanizadora. El doctor podía conmoverse mediante la paciencia de Catherine, y su buena voluntad para hacer cualquier cosa que le complaciese; si esta supiese hablarle en algún lugar famoso -en Italia, una noche; en Venecia, en una góndola iluminada por la luna-, si ella era lista y sabía tocarle la cuerda sensible, quizás su padre le abriese los brazos y le dijese que le perdonaba."

Como el fragmento que he seleccionado de La princesa Casamassima resultaría demasiado extenso para añadirlo a este mismo texto, más adelante lo incluiré en una segunda parte del recorrido sobre la presencia de Venecia a lo largo de la obra de Henry James.

Jules Etienne

Henry James (Estadounidense nacionalizado inglés, 1843-1916).

martes, 17 de agosto de 2021

Venecia: CÁDIZ, de Benito Pérez Galdós

"... las calles son de agua y los coches unas lanchitas que llaman góndolas..."

(Párrafo del capítulo II)
 
Después nos habla de la incomparable Venecia, ciudad fabricada dentro del mar, de tal modo, que las calles son de agua y los coches unas lanchitas que llaman góndo- las; y allí se pasean de noche los amantes, solos en aquella serena laguna, sin ruido y sin testigos.
  
Benito Pérez Galdós (España, 1843-1920). 

lunes, 16 de agosto de 2021

Venecia: CUENTOS DE WESSEX, de Thomas Hardy

"...acudieron una noche al teatro (...) y por el descuido de uno de los apagavelas, el teatro se había incendiado..."

(Fragmento de Un grupo de nobles damas)

Dama segunda. Barbara de la casa de Grebe, por el anciano médico

El año de formación de Edmond se había ampliado a catorce meses y la casa estaba lista para acogerlo a su regreso, en compañía de Barbara, cuando, en lugar del habi- tual correo para ella, llegó una carta para sir John Grebe escrita por el tutor, en la que se informaba de la terrible desgracia que les había ocurrido en Venecia. El señor Willowes y el tutor acudieron una noche al teatro la semana previa de Carnaval, con intención de presenciar una comedia italiana, y, por el descuido de uno de los apaga- velas, el teatro se había incendiado y venido abajo. Muy pocos perdieron la vida, gracias a los esfuerzos sobrehumanos de algunos de los miembros del público por rescatar a los heridos inconscientes, y de todos ellos fue el señor Willowes el que más heroicamente arriesgó su vida. Cuando entraba por quinta vez para salvar a sus congéneres, cayeron sobre él algunas vigas en llamas, y se le dio por muerto. Se recuperó, sin embargo, por obra de la Providencia, y aún conservaba la vida, si bien había sufrido quemaduras muy graves; y casi milagrosamente había logrado sobre- vivir, pues era su constitución de una fortaleza extraordinaria. Naturalmente, no se hallaba en condiciones de escribir, pero estaba recibiendo los cuidados de los mejo- res médicos. Tendrían más noticias con el siguiente correo o por emisario privado.

El tutor no detallaba el sufrimiento del pobre Willowes, pese a lo cual, nada más conocer la noticia, Barbara comprendió lo terrible que debió de para él y fue su instinto inmediato correr junto a su marido; pero, tras sopesar la posibilidad, juzgó imposible emprender tal viaje. Su salud estaba muy debilitada, y cruzar Europa en esa época del año o aventurarse a la travesía del golfo de Vizcaya en un velero eran empresas que difícilmente podían justificarse por su resultado. Estaba sin embargo ansiosa por partir, hasta que releyendo el final de la misiva cayó en la cuenta de que el tutor de su marido se mostraba de todo punto contrario a esta decisión, si es que llegaba a contemplarse, y los médicos eran de la misma opinión. Y, aunque el compa- ñero de Willowes se abstenía de exponer las razones, no tardaron éstas en descubrir- se poco después.

Sucedió que las peores quemaduras afectaron a la cabeza y el rostro del muchacho   -ese rostro tan hermoso que a ella le había robado el corazón- y tanto el tutor como los cirujanos sabían que verlo antes de que las heridas hubiesen cicatrizado causaría en una dama joven y sensible más sufrimiento, por la impresión, que la felicidad que a él pudieran procurarle los cuidados de su esposa.

Thomas Hardy (Inglaterra, 1840-1928).

(Traducido al español por Catalina Martínez Muñoz).

domingo, 15 de agosto de 2021

Venecia: AXËL, de Auguste Villiers de L'Isle-Adam

"¿... o en las lagunas de Venecia, abandonando en la estela de la góndola alguna maravillosa tela de Esmirna o de Basora?"

Cuarta parte: El mundo pasional

(Fragmento de la escena IV)

Allí, las suplicantes hiedras detienen al peregrino a su paso. Pero emprendamos, más bien, el vuelo, como los alciones, hacia horizontes siempre azules y calmos, en Corinto, en Palermo, bajo los pórticos de Silistria. ¡Ven!, pasaremos en trirreme por encima de la Atlántida. A menos que vayamos a contemplar, más bien, las claridades nocturnas, en la tierra de Idumeo. Luego, ¡el septentrión también! ¡Qué placer atar nuestros patines de acero por las rutas de la pálida Suecia! ¡O hacia Cristiania, en los senderos y los fulgurantes fiordos de los montes de Noruega! ¿Y no podemos, también, ir a vivir, perdidos en una casa de campo cubierta de nieve, en alguna aldea del norte? ¿Quieres ver las desoladas landas del país de Gales, los parques de Windsor y la brumosa Londres? ¿Roma, la sombría ciudad de los esplendores? ¿El frívolo París iluminado? ¡Qué extraño debe de parecer vagar por las abigarradas calles de Nuremberg, la paciente ciudad de medianoche! ¿Quieres turbar el reflejo de las estrellas en el golfo de Nápoles o en las lagunas de Venecia, abandonando en la estela de la góndola alguna maravillosa tela de Esmirna o de Basora?

Auguste Villiers de L'Isle-Adam (Francia, 1838-1889).

sábado, 14 de agosto de 2021

Venecia: EL CARNAVAL, de Gustavo Adolfo Bécquer

"Las góndolas, vacías, se balancean amarradas a los postes del Rialto..."

(Fragmento)

En vano has llamado a las puertas de Roma, la ciudad clásica para las fiestas; el pueblo se ha reunido en el Foro, pero no alegre, bullicioso y llamado por el repiqueteo de tus sonajas, sino grave como sus ruinas, silencioso como sus sepulcros y convocado por incógnitos agitadores de una revolución terrible; y has tenido que huir. ¿A dónde? ¿A Venecia? ¿Al seno de la desolada reina del Adriático, donde antes tenías mil palacios por trono y todo un pueblo, ebrio de placeres y goces, por vasallo? No; no vayas allí. Las góndolas, vacías, se balancean amarradas a los postes del Rialto, con cadenas de hierro que al moverlas el agua parece que gimen. Ni una antorcha refleja en el mar su larga cabellera de chispas; ni se oye una voz, ni el acento lejano de una música. ¡Pobre carnaval! ¡Pobre Venecia...!

Gustavo Adolfo Bécquer
Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida (España, 1836-1870).

viernes, 13 de agosto de 2021

Venecia: INOCENTES EN EL EXTRANJERO (Guía para viajeros inocentes), de Mark Twain

"... y bajo la delicada luz de la luna, se nos reveló la Venecia de la poesía y el romance."

(Fragmento inicial del capítulo XXII)

Esta Venecia, que fue una República altanera, invencible y magnífica durante casi mil cuatrocientos años; cuyos ejércitos inspiraron el aplauso del mundo en cualquier lugar que batallasen y siempre que lo hacían; cuyas armadas casi dominaron el mar por completo, y cuyas flotas mercantes blanquearon los mares más remotos con las velas de sus buques y llenaron sus muelles con productos llegados de todos los climas, se ha convertido en presa de la pobreza, del abandono y de la decadencia melancólica. Hace seiscientos años, Venecia era la Autócrata del Comercio; sus almacenes eran el gran centro comercial, la casa de distribución desde la que se expandía el enorme comercio del Oriente hacia el mundo occidental. Hoy, sus muelles están desiertos, sus almacenes vacíos, sus flotas mercantes han desaparecido, sus ejércitos y armadas ya no son más que recuerdos. Su gloria ha pasado a mejor vida, y con la desmoronada grandiosidad de sus embarcaderos y palacios, ocupa su sitio entre lagunas estancadas, desamparada y empobrecida, olvidada del mundo. Aquel que en sus días prósperos dominaba el comercio de todo un hemisferio y procuraba el bienestar o el infortunio de las naciones con sólo mover un dedo, se ha convertido en el más humilde de los pueblos de la tierra: un mercachifle de cuentas de cristal para señora, de juguetes insignificantes y baratijas para niños y colegialas.

La venerable Madre de las Repúblicas apenas constituye un tema adecuado para una charla frívola o para el vano chismorreo de los turistas. Parece una especie de sacrilegio perturbar la sofisticación de los viejos romances que nos la presentan dulcemente, desde muy lejos, como a través de una bruma tintada que oculta a nuestros ojos su ruina y desolación. En realidad, deberíamos alejarnos de su miseria, de su pobreza y de su humillación, y pensar en ella sólo como era cuando hundió las flotas de Carlomagno; cuando humilló a Federico Barbarroja o cuando hizo ondear sus estandartes victoriosos sobre las almenas de Constantinopla.

Llegamos a Venecia a las ocho de la tarde, y subimos a un coche fúnebre propiedad del Grand Hotel d’Europe. En cualquier caso, se parecía más a un coche fúnebre que a ninguna otra cosa aunque, hablando con propiedad, era una góndola. ¡Así que ésta era la tan cacareada góndola de Venecia! La barca de cuento de hadas en la que los magníficos caballeros de los viejos tiempos acostumbraban surcar las aguas de los canales iluminados por la luna y contemplar la elocuencia del amor en los dulces ojos de las bellezas patricias, mientras el alegre gondolero, con su jubón de seda, tocaba la guitarra y cantaba como sólo los gondoleros saben cantar. Ésta era la famosa góndola y éste el guapísimo gondolero: la primera, una vieja canoa negra y oxidada, con el renegrido cuerpo de un coche fúnebre pegado en la mitad, y el segundo un golfillo descalzo y sarnoso que exhibía una parte de su indumentaria que debía haber quedado oculta al escrutinio público. Al poco, mientras doblaba una esquina y lanzaba su coche fúnebre hacia una deprimente zanja entre dos largas hileras de edificios altos y sin inquilinos, el alegre gondolero empezó a cantar, fiel a las tradiciones de su raza. Lo soporté un ratito. Después dije:

- Escuche, Rodrigo González Michelangelo, soy un peregrino, soy un extranjero, pero no permitiré que nadie hiera mis sentimientos con unos gañidos como ésos. Si continúa, uno de nosotros tendrá que acabar en el agua. Ya me parece bastante que mis hermosos sueños sobre Venecia se hayan visto socavados para siempre, en lo que se refiere a la romántica góndola y al hermoso gondolero; esta destrucción sistemática no debe continuar; aceptaré el coche fúnebre, a la fuerza, y podrá usted hacer ondear su bandera de tregua en paz, pero aquí mismo juro por algo muy negro y muy sangriento, que usted no seguirá cantando. Un solo aullido más, y lo arrojo por la borda.

    Comencé a sentir que la vieja Venecia de las canciones y de la historia se había ido para siempre. Pero me estaba precipitando. A los pocos minutos nos adentramos, graciosamente, en el Gran Canal y, bajo la delicada luz de la luna, se nos reveló la Venecia de la poesía y del romance. Al borde mismo del agua se erguían largas hileras de imponentes palacios de mármol; las góndolas se deslizaban veloces de acá para allá, y desaparecían de repente adentrándose por verjas y callejones insospe- chados; pesados puentes de piedra arrojaban sus sombras contra las rutilantes olas. Por todas partes había vida y movimiento, y a la vez, un silencio, una especie de furtiva quietud que hacía pensar en los asuntos secretos de los valientes y de los amantes; y envueltas en parte por la luz de la luna, y en parte por las sombras misteriosas, las desoladas y viejas mansiones de la República parecían estar buscando formar parte, justamente, de ese tipo de asuntos secretos, y en ese mismo instante. La música llegaba flotando sobre las aguas. Venecia estaba completa.


Mark Twain: Samuel Langhorne Clemens (Estados Unidos, 1835-1910). 

jueves, 12 de agosto de 2021

Venecia: UN JARDÍN EN VENECIA, de Frederic Eden

"Sabes cuánto he ansiado tener un jardín, pero no hay tal cosa en Venecia."

(Fragmento)
 
Venecia es un lugar delicioso para el hombre, enfermo o sano. Me hallaba en un estado deplorable que me llevó a una deriva que se prolongó durante más de veinte años. Me sentía flotar en la góndola sin el sentimiento álgido o el enervamiento que me causaba la bañera o el coche. Ni ruidos, ni moscas, ni polvo. Un aire tan suave que apenas podía llamarse brisa. Un sol templado que rara vez quema; una luz, como un suave y blanco velo, que permite leer sin fatigarse. Un clima que invita al hombre a no hacer nada y que responde favorablemente a todo. Así que deberíamos habernos sentido dichosos de no hacer nada.
 
En Venecia no hay monotonía. De todos los lugares en la tierra es el más variable en cuanto a sus estados de ánimo. Esa variabilidad, que desespera a su aplicado estudioso, es la alegría de su ocioso amante. El pintor halla un objeto precioso, de hecho se hallan a su alrededor y en su primer día de trabajo, y tal vez en el segundo, le encantan las tonalidades captadas. Incluso aunque aconteciera un cambio que le hiciera dudar de la valía de su trabajo. La luz dorada ha tornado en plata, las sombras azules frescas nadan en el esplendor del cinquecento. Él debe alterar todo su esquema cromático o regresar a casa. El siguiente día puede ser incluso peor, siendo necesario aguardar varias semanas para elaborar el efecto que aún no había tenido tiempo de plasmar. Así que concluido el estudio pictórico de imágenes venecianas, que rara vez son elocuentes para quien conoce Venecia, pueden verse rápidos y encantadores bocetos, fieles al ojo y al gusto del artista. Para el hombre ocioso este cambio de estado de ánimo y de color debería significar la perfección. Nunca debería sentirse cansado, y rara vez lo hace, de la inconstancia de su amante. Cada día se mece por donde flotaba ayer. La laguna, la isla, ¡todos los edificios son iguales, pero diferentes! Las colinas Euganeas, o tal vez los Alpes, evocan a Shelley, o a la nieve, una línea distante de tierra firme que parece un marco de fino corte, las aguas aceradas de la laguna, permanecen ahora ocultas por la neblina. El Palacio Ducal, la cúpula de la Salute, que ayer se mostraba diáfana y terrenal, la gran campana de San Marcos -triste víctima de su propio peso y de la corrosión del tiempo- la casi tan hermosa campana de San Giorgio, cuyos limpios contornos destacaban sobremanera en el intenso ambiente azul, a diario nadan sobre las etéreas brumas doradas. Eso es todo, más un sueño que una realidad, más una imagen espiritual que un motivo para un sketch.
 
¡Ay! Instantes aberrantes sobrevienen a los fieles. El hombre nunca se siente enteramente satisfecho. Me imagino que Adán y Eva estaban realmente hartos del paraíso antes de cometer pecado. Y yo, como descendiente menor heredo el anhelo de actuar y, al ver que no puedo hacer nada, me siento también hastiado. Ojos saciados de la belleza del palacio y de la iglesia, del cielo y el mar, y mis nervios, entreabiertos con la perfección del descanso, se desataron una tarde más hermosa que las anteriores, y dije: "Estoy harto de toda esta agua". Estoy cansado del color rosa y gris, del azul y el rojo. Tengo sed de tierra seca y de árboles verdes, de arbustos con sus flores; de un jardín.
 
-¿Un jardín? -fue la respuesta. Sabes cuánto he ansiado tener un jardín, pero no hay tal cosa en Venecia.
 
Frederic Eden (Inglaterra, 1828-1916)
 
La ilustración corresponde al jardín del autor en la isla de Giudecca, conocido como Giardino Eden.