Henry James es, sin duda, el más veneciano entre todos los escritores de habla inglesa. Su obra sería imposible de concebir sin Venecia como escenario. Cuando viajó por primera vez a Europa, era un joven neoyorquino de veintiséis años deslumbrado ante su derroche arquitectónico y la atmósfera impregnada de historia a orillas del mar Adriático: "Venecia es en verdad la Venecia de los sueños", aseguraba en una carta a su amigo John LaFargue fechada el 21 de septiembre de 1869.
Y en sus Cuadernos de notas escribió: "De allí me dirigí directo a Venecia, en donde permanecí hasta fin de junio -entre tres y cuatro meses-. Sería muy largo ocuparme ahora de aquello; y, con todo, no puedo evitar detenerme. Fue un período maravilloso; una de esas cosas que no se repiten; tenía la impresión de haber rejuvenecido. La adorable primavera veneciana llegó y se fue, trayendo consigo una infinitud de impresiones, de horas deliciosas. Creció en mí un apasionado amor por el lugar, la vida, la gente, las costumbres. A veces me preguntaba si no sería una idea feliz establecer allí un pequeño pied-à-terre que se pudiera conservar para siempre."
El esplendor de sus palacios, las góndolas, los canales pero, sobre todo, su insólita luminosidad, lo sedujeron a tal grado que se quedó para residir allí durante cuarenta años. La consecuencia de dicha estancia impregna por completo su trabajo literario. Un breve repaso sobre el mismo, así lo corrobora.
En 1870 publicó Compañeros de viaje, desde cuyo principio se suscita un diálogo que ya predice los acontecimientos posteriores:
"- Tiene usted ante sí una gran cantidad de cosas. Van ustedes al sur, supongo.
- Sí, vamos directamente a Venecia. Allí veré los Tizianos.
- Tiziano y Paolo Veronese.
- Sí, apenas puedo creerlo. ¿Ha viajado usted alguna vez en góndola?
- No, esta es mi primera visita a Italia.
- Ah, entonces todo es nuevo también para usted.
- Divinamente nuevo -dije con emoción.
Ella me miró con una sonrisa, un rayo de amistoso placer en mi placer.
- Y, ¿no está usted decepcionado?
- En lo más mínimo. Soy un alemán ejemplar.
- Yo soy una americana ejemplar. Viivo en Araminta, Nueva Jersey."
Poco después, ambos se reúnen con el padre de la joven:
"- Partimos mañana hacia Venecia -dijo-. Estoy deseando respirar el frescor de la brisa marina y comprobar si las góndolas merecen tanto la pena.
Como yo también esperaba estar en Venecia en unos días, estaba seguro de que nos encontraríamos. Previendo esta circunstancia, mi aligo propuso que nos intercam- biáramos tarjetas, cosa que hicimos, allí y entonces, ante el altar mayor, sobre la preciosa capilla que contiene las sagradas reliquias de San Carlos Borromeo."
Respetando el orden cronológico, su novela El americano, la cual apareció editada en 1877, establece una referencia inicial: "Ah, quiero ver el Mont Blanc -dijo Newman-, y Amsterdam y el Rin, y muchos sitios. Sobre todo, Venecia. Me imagino cosas magníficas de Venecia." Se establece en el diálogo con el que concluye el segundo capítulo. Más adelante, cuando el mismo personaje ya ha logrado llevar a cabo ese viaje, relata: "Newman hacía su vida habitual, conocía a gente nueva, estaba a sus anchas en las galerías y en las iglesias, invertía un tiempo desorbitado en pasearse por la Piazza de San Marcos, compraba muchísimos cuadros malos y durante dos semanas disfrutó de Venecia a lo grande."
Retrato de una dama corresponde a 1881 y en el prólogo de una edición posterior, aseguraba James que "Hay lugares, como Venecia, que a veces no sirven de ayuda a la creación, porque expresan quizá demasiado, más de lo que en un caso concreto puede resultarnos útil." Durante su estancia veneciana Henrietta, protagonista de la novela, contrasta la vida en el continente con la que tiene en Inglaterra. "Había estado estudiando Venecia durante dos meses y desde allí envió al Interviewer una serie de brillantes crónicas acerca de las góndolas, de la Piazza, del puente de los Suspiros, de las palomas de San Marcos y del bello gondolero cantando, mientas rema, poemas de Tasso. Tal vez el Interviewer sufriera con ello una decepción, pero, por lo pronto, ella estaba conociendo Europa."
En Washington Square, publicada también en 1881, el capítulo 23 establece: "Y en Europa, entre tantas
cosas bellas y tantos notables monumentos, quizás el anciano se conmoviese; las obras de arte tenían una
influencia humanizadora. El doctor podía conmoverse mediante la paciencia de Catherine, y su buena voluntad
para hacer cualquier cosa que le complaciese; si esta supiese hablarle en algún lugar famoso -en Italia, una
noche; en Venecia, en una góndola iluminada por la luna-, si ella era lista y sabía tocarle la cuerda sensible,
quizás su padre le abriese los brazos y le dijese que le perdonaba."
Como el fragmento que he seleccionado de La princesa Casamassima resultaría demasiado extenso para añadirlo a este mismo texto, más adelante lo incluiré en una segunda parte del recorrido sobre la presencia de Venecia a lo largo de la obra de Henry James.
Jules Etienne
Henry James (Estadounidense nacionalizado inglés, 1843-1916).
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