(Fragmento del capítulo VIII: Córdoba)
- ¿Ha visto usted Venecia?
- ¡Ya lo creo!
- ¿Es verdad que es una ciudad que nada sobre el mar?
Instóme para que le describiera Venecia, y yo le expliqué como era el pueblo de esa extraña ciudad, lo que hace durante el día, cómo se viste. Y mientras hablaba, con el esfuerzo que hacía por expresarme con alguna elegancia y tragar los huevos mal cocidos y el chorizo rancio, vi que se iba acercando poco a poco, tal vez inadver- tidamente, para escucharme mejor, aproximándose tanto, que pude percibir el olor de la rosa que tenía en sus cabellos y el aliento de su respiración; y debía hacer tres grandes esfuerzos a la vez: uno con mi cabeza, otro con el estómago y otro con todo mi ser, oyéndola decir de vez en cuando: ¡Qué bonito!, cumplido que iba dirigido al Gran Canal, pero que me producía el mismo efecto que le causaría a un hombre arruinado un saco de escudos que le hiciera sonar en las narices un banquero impertinente.
Edmundo de Amicis (Italia, 1846-1908).
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