sábado, 30 de octubre de 2010

Decir Adiós es morir un poco (página 199)


 
Y ahora que te queda claro que a nadie le interesa "el colchoncito" porque ya no es nota, ¿seguirás investigando por tu cuenta? Con el único fin de cerrar el círculo, de llegar al fondo para conocer la verdad, igual que el detective de la novela: ¿quién dio la orden de que asesinaran a Dolores? ¿Hasta cuándo se les va a permitir a los poderosos pasear alegremente su cinismo por esa ancha avenida de la impunidad? Y tú, ¿qué puedes hacer para evitarlo? Disculpe las molestias que le ocasione esta corrupción, pero estamos construyendo otra nueva. Más sofisticada. Más redituable. Ya lo verá. Usted también va a querer formar parte de ella. Para una gran ciudad, grandes traiciones.
 
 
Jules Etienne

viernes, 29 de octubre de 2010

Páginas ajenas: ABIERTO A TODAS HORAS, de Rafael Alberti


(Fragmentos)

Este bosque, este bosque
es igual que otros bosques.
Y sin embargo, yo quizás quisiera
estar en otros bosques.

Era alta y verde. Tenía
largas ramas por cabellos,
con hojas rubias, perennes.
Toda ella
siempre andaba en primavera.
Me pregunto ahora, lejos,
perdido entre tantos muertos:
¿Le habrá llegado el otoño?
Y si alta y verde era siempre,
¿cómo podrá ser ella en otoño?

De pronto el sol irrumpe entre las nubes
para echar una rápida ojeada
y quedarse tranquilo.
Llovió poco.
Saldré al instante y quemaré las últimas
hojas verdes que aún tiemblan en los árboles
y apuraré la copa del otoño.
...
Otoño silencioso de este bosque,
¿me estoy desvinculando de la patria,
alejándome, perdiéndome?
Haz que tus hojas, que se lleva el viento,
me arrastren hacia ella nuevamente
y caiga en sus caminos
y me pisen y crujan
mis huesos confundiéndose
para siempre en su tierra.

Espero el desprenderse de mí el verso
como el árbol de otoño
espera el desprenderse de la hoja.

Alguien o muchos pensarán: -¡Qué inútil
que ese poeta hable del otoño!
-¿Cómo no hablar y mucho y con nostalgia,
si de pronto ya va a entrar el invierno?
...
Vendrías esta noche, aunque en el cielo
callado del otoño vuela un temor oscuro.
Vendrías esta noche y te diría,
muy dulcemente: Pasa.
Mas sé que no vendrás y, sin embargo,
abro la puerta temeroso y digo,
apenas susurrado entre las sombras,
muy dulcemente: Pasa.

Llega tu carta en el otoño, amigo,
de aquel país ahora en primavera.
Me dices: "Aquí cárceles,
penas y angustias, llanto y llanto y llanto".
Me pregunto, mi amigo,
desde esta clara cima del otoño:
Dime: ¿en aquél país hay primavera?

En aquella ciudad fue aquel otoño
más otoño que en todas las ciudades del mundo.
...
Solo y abandonado de mis perros,
el otoño me invade lentamente.
Diana murió a la puerta de la casa.
No sé cuál fue su muerte.
Sé que la llevó el agua de la acequia
y la dejó en la noche al pie de un árbol.
Vive aún, enterrada en mi jardín,
a la sombra del álamo.

La ilustración corresponde a Paisaje de otoño con cuatro árboles (1885),
de Vincent Van Gogh

jueves, 28 de octubre de 2010

Rafael Alberti: poeta del otoño


Alberti nació en el otoño de 1902. Muy joven, aún adolescente, su vocación original por la pintura daría el salto definitivo a la poesía, ante el ataúd de su padre, cuando escribe sus primeros versos. El mar y el exilio marcaron su vida. Tras la guerra civil se fue a París, junto con su esposa María Teresa León -de quien ya me he ocupado con motivo de Memoria de la Melancolía-, pero el gobierno de Pétain les retira el permiso de trabajo por su filiación comunista y Pablo Neruda los ayuda a trasladarse a Chile ante la inminencia de la invasión alemana. Después radicaron en Buenos Aires y Roma. Regresarían a España hasta 1977, tras la muerte de Franco.

Por cierto, no resisto la tentación de mencionar la anécdota de cuando a Alberti y a su mujer no les permitieron desembarcar en el puerto de Tampico y el cónsul español en mi tierra natal había dejado en sus muros letreros advirtiendo que habían llegado "las hordas antipatria", por lo que el poeta escribió entonces en respuesta un soneto que empezaba diciendo: "Tampico entero sabe que respinga/ su excremencia por ser un caballero..."

Volviendo al otoño, siempre presente en la poesía de Alberti, como en El regreso:

"He elegido este día.
Aquí va a comenzar otra vez el otoño.
Allí, la primavera.
He elegido este día.
Aquí todas las hojas se preparan
para morir. Una neblina tierna,
movida por el viento,
va a hacer más delicada su caída."

Y ahora, este fragmento que pertenece a Retornos del otoño:

"Miro el otoño, escucho sus aguas melancólicas
de dobladas umbrías que pronto van a irse.
Me miro a mí, me escucho esta mañana
y perdido ese miedo
que me atenaza a veces hasta dejarme mudo,
me repito: Confiesa
grita valientemente que quisieras morirte."

A Versos sueltos de cada día, publicados en 1982, corresponde "bajo el contraste ardido de las hojas/ del otoño fantástico..." Y en El viaje a Europa, de 1968, dice: "Bajé a ti desde un cielo de otoño una mañana./ Noviembre entre la bruma azul se deshacía." Para exclamar en Retornos de amor en la noche triste, "Amor mío, amor mío, es tu cabeza/ de oro tendido junto a mí, su ardiente/ bosque de largo otoño quien me escucha."

Rafael Alberti era el último sobreviviente notable de la llamada generación del 27. Falleció en el mismo lugar que le vio nacer, el Puerto de Santa María, en Cádiz, a los 96 años de edad. Sus restos fueron incinerados y las cenizas arrojadas al mar, se declararon tres días de luto y se le rindió homenaje popular. Murió un 28 de octubre, como debía ser, en pleno otoño.


La ilustración corresponde a Canibalismo en otoño (1937), de Salvador Dalí,
miembro también de la generación del 27.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Tiempo después, otro ferry de octubre a Gabriola


Hace muchos años ya, cuando aún vivía en México, algunos escritores con quienes conviví por aquella época, tenían la costumbre de que al visitar Cuernavaca hablaban del "recorrido Lowry". Un fin de semana que se organizó traté de tomar parte, aunque confieso sin rubor alguno, que no me fue posible terminarlo. La idea era evocar el itinerario que se dice cubría Malcolm Lowry de camino a su casa, ya que se trasladaba a un bar alejado de ella y de regreso se iba deteniendo en todas y cada una de las cantinas con las que se iba topando. Por supuesto, muchos de los lugares originales ya ni siquiera existen y han sido reemplazados por otros nuevos en los que, quienes emprenden esa aventura etílica, están obligados a hacer una escala. Conocida es la fama de bebedores de largo alcance de muchos escritores, particularmente mis amigos de entonces. Debo admitir que no es mi caso. Pero al menos lo inicié junto con ellos, hasta que el deseo irreprimible de una siesta me venció. El pasado fin de semana me entusiasmé a llevar a cabo un segundo trayecto que, supongo, han cubierto menos escritores de habla hispana que el referido.

En octubre de 1946, poco antes de que apareciera publicada la primera edición de Bajo el Volcán, el matrimonio Lowry abordó una lancha que los llevó a Victoria, en la isla de Vancouver, de ahí se trasladaron en autobús hasta Nanaimo, en donde un pequeño ferry los llevaría a la isla Gabriola. El resultado de ese viaje fue un relato que bosquejaron entre ambos pero juzgaron que la calidad no era la deseada y archivaron la idea. Tampoco les fue posible quedarse a radicar en ese lugar, como era el plan que tanto les entusiasmaba a ambos.

Sin embargo, Malcolm Lowry continuó trabajando en la idea y en 1951, desde su casa en Dollarton, le escribió a su agente, Harold Matson: "El Ferry de octubre a Gabriola, otra novela, cuyo primer borrador escribimos juntos, no se dio. Ahora he reescrito una versión más extensa que trata sobre el tema del desalojo, el cual se relaciona con un hombre en particular, pero cuyo tema es universal. Creo que es un condenado asunto que puede ser muy interesante."

En 1953, Lowry envió una nueva carta a su agente, en la que le informaba que su novela seguía creciendo y le había obsesionado y deleitado por meses. Finalmente, en 1957, ya de regreso en Inglaterra, Lowry comentaba con sus amistades que estaba escribiendo una gran novela de atmósfera triste. En junio de ese mismo año, falleció. Su viuda, Margerie Bonner, trabajó en la publicación póstuma de sus cuentos y poemas, en 1961 y al año siguiente. Tiempo después se dedicó a trabajar en la recuperación y orden de los manuscritos de la novela. En 1964 aparecieron tres capítulos en una revista literaria y fue hasta 1970, que por fin Ferry de octubre a Gabriola quedó concluida y publicada.

De manera que convencí a mi amigo Raúl Herrera -siempre dispuesto a romper con la rutina-, de que me acompañara en este viaje, qu debía llevarse a cabo durante el mes de octubre, para cumplir con su verdadero cometido. Sin embargo, en el transcurso de los poco más de sesenta años en que los Lowry lo efectuaron -que según el propio escritor eran conocidos entre sus amistades como "alcohólicos sinónimos" y nosotros íbamos en plan más bien abstemio-, muchas, quizás demasiadas cosas han cambiado. Para empezar ya existe un transbordador directo a Nanaimo, de manera que no es necesario trasladarse por carretera desde Victoria -que es lo que motiva el título del capítulo inicial de la novela: The Greyhound, y del cual ya incluí un fragmento la semana pasada-, y más obvio todavía que las embarcaciones descritas por Lowry no coinciden con las que atraviesan el estrecho de Georgia en la actualidad. Pero la intención ahí queda. Apelando a la benevolencia de quienes estén dispuestos a compartir el relato de mi experiencia, he cubierto en cierto modo, los dos recorridos de Malcolm Lowry. Ahora ya sólo me faltaría escribir una novela con la importancia de Bajo el Volcán. Tengo la impresión de que ésa será la parte más difícil de lograr.


La ilustración es una fotografía del ferry que cubre el trayecto a Nanaimo.

martes, 26 de octubre de 2010

Páginas ajenas: POEMA DONDE AMOR DICE..., de Alí Chumacero

Eres el tallo que los ojos hiere
murmurando una luz anochecida;
eres aliento encadenado al fuego,
paloma navegando en la mirada
con inocencia de disuelto aroma.

Eres perfume espeso, flor vencida,
caricia de un aroma enamorado;
eres espacio donde se origina
un oscuro gemido prisionero,
como latido de ala en el rocío.

Eres lenta penumbra que los labios
cruza en silencio; apenas leve huella
de un sabor a la sombra derramado;
espuma prisionera en su cristal,
hecha sonido, luz, aroma y pluma.

Eres tal un murmullo transparente
en temblorosa vibración vertido;
eres flor de aire que navega incierta
como sonoro viaje hacia el oído
o aleteo herido de azucena.

Eres aroma preso entre mis manos
hasta decir caricia fugitiva;
una huida paloma sobre el cuerpo,
al contacto del mío temblorosa,
bajo el cálido vuelo de mi tacto.

Mas cruzas como un sueño desnudado,
fugaz como el correr del agua pura;
sueño que se desborda de su forma,
última espuma que en tu piel murmura
la postrera fatiga del deseo.

Sólo un aroma erige la blancura
o aurora de tu voz acariciada,
así de alba es la antigua ola
que urdida en sal y caracol asciende
y después en afán queda anegada.

Así también mis labios en silencio
reciben el murmullo de tu piel,
al oír a las alas de tus poros
convertirse en alientos y gemidos
y en un suave sudor de flor tranquila.

Entonces ya no labios, sino oídos
ardientes para asirte y contemplarte,
como a estatua bañada por la música
de una tristeza o ángel deslizado
que mordiera tu imagen silenciosa.

Porque el tacto ilumina tu desnudo
que a su trémulo encuentro se ha mudado
en sal, paloma, vuelo, rosa y llama,
y oye cómo por tu piel florece
y madura la sombra de la muerte.

 
Alí Chumacero (México, 1928-2010)

lunes, 25 de octubre de 2010

Alí Chumacero: la muerte de un poeta


El sábado me encontraba junto con mi entrañable amigo Raúl Herrera, dispuestos a abordar el ferry que nos llevaría a la Isla Gabriola, para cumplir el trayecto que hiciera Malcolm Lowry en 1946, y que culminaría con su novela Ferry de Octubre a Gabriola, la cual ya he consignado previamente. El plan original era escribir hoy algo sobre esa experiencia cuando, al leer las noticias me enteré de la muerte, precisamente ese día, de Alí Chumacero. No creo que este sea el espacio adecuado para una nota necrófila como las que se redactan en las agencias noticiosas y se publican en los medios, escritas de manera impersonal y siempre impregnadas con esa desagradable sensación de que el tiempo apremia.

Únicamente consignaré que Chumacero fue un poeta longevo (nació en Nayarit, en 1918), cuya obra -su brevedad no va en menoscabo alguno de sus méritos y cualidades-, comprende tres poemarios: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1947) y Palabras en reposo ((1956). Sus discursos fueron recopilados y publicados con motivo de sus noventa años, por Jorge Asbun Bojalil, en Alas de centella.

Recuerdo cuando el año pasado me encontraba trabajando en una antología de poemas sobre los espejos, y me encontré uno suyo con el título Espejo de zozobra, al que pertenece el siguiente párrafo, tan oportuno en esta ocasión:

"... y en vano quiero ya cerrar los ojos,
dejar los brazos a su propio peso
o que el agua del silencio lave mi cuerpo,
pues ya mi sueño frente a mí me nombra,
ya destroza el espejo en que se guarda
y reclina su voz sobre la mía:
ya estoy frente a la muerte."

Advertía que no pienso dedicar este breve texto a los consabidos apuntes biográficos, pero sí resulta oportuno recordar que fue él, cuando trabajaba en el Fondo de Cultura Económica, el corrector y editor de Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

Lo que se pueda decir de Chumacero ya lo ha escrito -mejor de lo que podríamos hacerlo otros-, José Emilio Pacheco en una remembranza crítica a la que llamó Jardín de Ceniza, como el título de uno de sus poemas que también me he permitido reproducir.

Terminaré citando un párrafo de René Avilés Favila, mi antiguo maestro en la Facultad de Ciencias Políticas hace ya más de treinta años: "Alí fue un roble poderoso, cuyas hojas se esparcieron por todo el país. Deja hueco en las letras, en la historia cultural de México. Imposible de llenarlo. Un poeta espléndido que supo combinar dos artes: las letras y la amistad en una larga y memorable vida."

(Es posible leer el texto de José Emilio Pacheco sobre Alí Chumacero en:

viernes, 22 de octubre de 2010

Decir Adiós es morir un poco (páginas 136 y 137)


Extraña lógica la que rige los principios del PPD. Si uno de sus dirigentes comete fraude, si Rosa Ríos incluye a su modista particular, al plomero que le destapa la ceñería en la nómina bajo el rubro de asesores, si los medios exhiben videos en los que aparecen en flagrancia miembros prominentes del partido cometiendo actos de corrupción, si quienes están a cargo de las finanzas son apostadores empedernidos, lo grave no es la falta en sí misma ni la obligación de proceder para castigar a los culpables, sino descubrir quién filtró la información a los medios y con qué propósito. Confiriendo al hecho de que alguien se oculte detrás de la maniobra, la categoría de eximente de responsabilidad.

Como si de repente se supiera que a "garganta profunda" le antipatizaba Nixon y tenían alguna rencilla personal, o incluso que alguien le hubiese pagado para que confesara lo relativo al caso a los periodistas del Washington Post. Su motivación, por indigna que fuese, ¿borraría la inmoralidad que implicaba Watergate?

De camino a la cita haces una escala obligatoria en El Moro para comer unos churros. Los prefieres con canela. Con una parsimonia digna de un ritual, los vas remojando en el chocolate de manera que al morderlos se deshacen en tu boca. Es seguro que a Diana le han de encantar, porque ella disfruta tanto los postres. Le dedicas la faena del sexto churro de la tarde mientras imaginas qué estará haciendo en el mar. Alguien habrá atracado en el muelle de su cuerpo. Al terminar ya casi es la hora. Tendrás que apresurarte para coincidir con Jorge Orión en la esquina de la Torre Latinoamericana. Caminar por la antigua San Juan de Letrán no es fácil. Los lateranenses configuran una fauna muy peculiar. Las banquetas cumplen diversas funciones de compraventa, desde los merolicos ponderando sus mercancías hasta el que despacha tacos de canasta que se comen allí mismo, pasando sobre los objetos de contrabando extendidos en el suelo. Porque solamente así, unos arriba de otros, cabemos todos. La fila se desplaza inexorable, impidiendo cualquier intento por cambiar el ritmo del paso. Como la vida misma.


La ilustración es una fotografía del interior de Churros El Moro.
Fue tomada del blog chutemoc.blogspot.com

miércoles, 20 de octubre de 2010

Para documentar el morbo: LAS RELACIONES ENDOGÁMICAS DE VARGAS LLOSA


Casi todos los que conocen la obra de Mario Vargas Llosa tienen una referencia, aunque sea lejana, de Julia Urquidi. Quienes leímos La Tía Julia y el escribidor, podemos decir que la conocimos, a partir de esa primera impresión que narra Varguitas, protagonista de la novela y alter ego del autor: "la recién llegada, en bata, sin zapatos y con ruleros, vaciaba una maleta".
 
La dedicatoria de la novela no deja margen a la duda: "A Julia Urquidi Illanes, a quien tanto debemos yo y esta novela". La tía se lo agredeció afirmando que le gustaban algunos pasajes pero se sentía un tanto amargada de que hubiese puesto su vida al descubierto. O por decirlo parafraseando a mi querida amiga Narda Solís: "su vida privada se volvió del dominio público".
 
Fue hasta que adaptaron la obra de Vargas Llosa al formato de telenovela, que ella se disgustó, porque sentía que la presentaban como una seductora de menores y nada más ajeno a la realidad -aseguraba-, lo que la motivó a escribir su propia respuesta: Lo que Varguitas no dijo, publicada en 1983.
 
Cuando se conocieron en Bolivia, Julia tenía 19 años y Vargas Llosa nueve: "Mario era un niño debilucho, engreído y antipático; toda la familia vivía alrededor de él y tenía conciencia de su privilegiada situación y sabía como aprovecharla. Parace que desde niño supo sacar ventaja de quienes lo querían." La hermana de ella, Ofelia Urquidi, estaba casada con Luis Llosa, a su vez hermano de la madre de Vargas Llosa. A eso se debe que se hayan conocido a tan temprana edad.
 
Diez años después, recién divorciada Julia, tuvo lugar el reencuentro con su respectiva relación pasional que aparece en las páginas de la novela:
 
"Se apartó y me miró con un brillo pendenciero en los ojos.
- No te olvides que he venido a Lima a buscarme marido -bromeó a medias-. Y creo que esta vez he encontrado lo que me conviene. Buen mozo, culto, con buena situación y con canas en las sienes.
- ¿Estás segura de que esa maravilla se va a casar contigo? -le dije, sintiendo otra vez furia y celos.
Cogiéndose las caderas, en una pose provocativa, me repuso:
- Yo puedo hacer que se case conmigo.
Pero al ver mi cara se rió, me volvió a echar los brazos al cuello, y así estábamos, besándonos con amor-pasión cuando oímos la voz de Javier:
- Los van a meter presos por escandalosos y pornográficos."
 
Es entonces que se tienen que fugar para casarse en Chincha, una población a doscientos kilómetros de Lima, ya que la familia no veía adecuada la relación entre ambos. Después de permanecer un tiempo en Perú se trasladan a Europa, primero a Barcelona y de allí a París. Para esa época, ante lo irremediable, ya la familia se ha resignado y acepta su matrimonio. Ofelia, la hermana de Julia, les pide que reciban a sus hijas, Patricia y Wanda. La primera de ellas estudia en la Sorbona y su amistad con Mario se transforma pronto en complicidad: pasan el tiempo juntos, van al cine, murmuran entre ellos, y Julia se empieza a sentir relegada y a sospechar que hay algo más. La situación no podía desembocar en otra cosa que no fuera una crisis del matrimonio, con intentos de suicidio incluidos. Cuando Wanda, la hermana mayor, muere en un accidente de aviación, Patricia se ve muy afectada y decide regresar a Lima.
 
Julia advierte a su marido y sobrino a la vez, distante, melancólico, pero él siempre evade la situación. Su carrera como escritor -aquella con la que soñaba Varguitas en el párrafo inicial de la novela: "En ese tiempo remoto, yo era muy joven y vivía con mis abuelos en una quinta de paredes blancas de la calle Ocharán, en Miraflores. Estudiaba en San Marcos. Derecho, creo, resignado a ganarme más tarde la vida con una profesión liberal, aunque en el fondo me hubiera gustado más llegar a ser un escritor."-, se consolida y La Ciudad y los Perros obtiene el premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Le solicita a Julia permiso para visitar Lima con el fin de recabar datos para su nuevo proyecto, La Casa Verde, ella se lo permite y Vargas Llosa ya nunca vuelve a su lado.
 
El reencuentro con Patricia era predecible y con cobardía epistolar le anuncia el rompimiento definitivo a Julia, quien lo describe con sus propias palabras: "Tenía fe en él y una gran confianza. No me equivoqué en lo literario. Como hombre me defraudó. Cuando ya su nombre empezó a ser conocido y tenía una vida nueva me excluyó. Lo anterior ya no servía. Ahora tenía que ascender con nuevas emociones y relaciones. Los sacrificios de quien tanto le había dado ¿qué importancia tenían? Eso ya no valía nada. Ya logró lo que quería. Borrón y cuenta nueva. Sólo importaba él."
 
Julia retornó a Bolivia y Vargas Llosa siguió adelante con el plan de casarse con su prima Patricia. Faltaba cubrir un requisito indispensable para la boda: el acta de ella en Cochabamba, Bolivia. Entonces le escriben a la tía Julia para que les haga el favor de obtenerla y enviárselas. Después, no sólo se casarían, sino que hasta tuvieron tres hijos: Álvaro, Gonzalo y Morgana.
 
Julia Urquidi falleció el pasado 10 de marzo, en Bolivia, a la edad de 84 años. De manera que su relación con Mario Vargas Llosa atravesó por estas fases: tía, esposa, ex esposa y, más tarde, tía abuela de sus hijos. Ya no alcanzaría a enterarse de que él recibió el Nobel. A saber cuál habría sido su reacción. Patricia fue su prima hermana y es, hasta la fecha, su esposa. El caso de Ofelia Urquidi resulta un tanto más curioso, puesto que fue tía de Vargas Llosa, más tarde se convirtió en su cuñada, luego en su suegra y, por último, en abuela de sus hijos. Una muestra de como la realidad puede fácilmente superar a la ficción, con todo y premio Nobel.

 
La ilustración es una fotografía de Mario Vargas Llosa con Julia Urquidi.

lunes, 18 de octubre de 2010

Otoño: LA ILÍADA, de Homero


(Fragmento del Canto V: Principalía de Diomedes)

Entonces Palas Atenea infundió a Diomedes Tidida valor y audacia, para que brillara entre todos los argivos y alcanzase inmensa gloria, e hizo salir de su casco y de su escudo una incesante llama parecida al astro que en otoño luce y centellea después de bañarse en el Océano. Tal resplandor despedían la cabeza y los hombros del héroe cuando Atenea le llevó al centro de la batalla, allí donde era mayor el número de los guerreros que se agitaban tumultuosos. 
Homero (Grecia, siglo VIII a. de C.).

La ilustración corresponde a la estatua de Palas Atenea y Diomedes en Schlossbrücke de Berlín, Alemania.

lunes, 11 de octubre de 2010

Decir Adiós es morir un poco (página 180)


Esto es algo que no te gustaría que cambiara de México. Su verbosidad, no para evadir la verdad en sí misma, sino para retardar el momento de afrontarla. Sólo se sugiere a través de alusiones veladas y figuras retóricas, porque plantearla con la crudeza directa de los europeos o los norteamericanos puede herir fácilmente la sensibilidad a flor de piel del mexicano: A mí nadie me habla en ese tono. Y entonces ponemos en marcha todo un ceremonial de fórmulas de cortesía -con todo respeto, si usted me lo permite, sin ofender al presente-, que precede algo tan sencillo como una negativa. Decir no, no sé, no puedo o, aun peor, no quiero, es una grosería imperdonable. Por eso tanta floritura verbal. Los mexicanos somos maestros en el arte del perifraseo.

jueves, 7 de octubre de 2010

García Márquez y Vargas Llosa


Ahora los dos son premio Nobel de literatura. Antes fueron amigos muy cercanos. Se conocieron en Venezuela en 1967, con motivo de que Vargas Llosa recibía el premio de novela Rómulo Gallegos. El afecto llegó al grado de que García Márquez fue padrino del segundo hijo del peruano. Hasta 1976.

Sucedió en la ciudad de México. Con motivo de la exhibición privada de la película Supervivientes de los Andes -sobre el célebre caso de canibalismo entre los pasajeros de un avión que se estrelló en dicha cordillera-, cuando García Márquez extendió los brazos para saludar a su amigo con un abrazo, fue recibido con un contundente derechazo (imposible que Vargas Llosa lo intentara con la izquierda), que lo derribó al suelo. Y si bien durante todos estos años ninguno de los dos ha querido entrar en detalles del motivo, los presentes aseguran que Vargas Llosa exclamó: ¿Cómo te atreves a querer abrazarme después de lo que le hiciste a Patricia en Barcelona?. Patricia es el nombre de su esposa. Fuera de eso, nunca se ha sabido con certeza lo que provocó una reacción tan airada que puso fin a la amistad entre ambos. Mercedes, la mujer de García Márquez, dejo entrever alguna vez al tocarse el tema, "es que Mario es un celoso estúpido."

Se especula que Vargas Llosa, que empezaba a compartir el éxito del entonces denominado boom de la literatura hispanoamericana, se había entusiasmado con una modelo estadounidense, al grado de que había dejado a su familia en Barcelona. García Márquez, quien también radicó en una época en esa ciudad, habría tratado de consolar a Patricia, su comadre, aconsejándole que pidiera el divorcio por abandono de hogar. La versión, sin embargo, nunca se ha confirmado ya que Vargas Llosa ha respondido, cuando se le inquiere sobre el asunto, que será trabajo de los biógrafos averiguarlo: "que ellos descubran, que digan qué pasó."

Pero tampoco los biógrafos han podido establecerlo. Recientemente, a finales de 2008, la editorial Espasa-Calpe publicó la obra De Gabo a Mario, escrita por Ana Gallego y Ángel Esteban, ambos filólogos y expertos en literatura hispanoamericana: "Nos interesaba bucear en esa amistad legendaria, que no surge con facilidad en el mundo de las letras, y en el hecho de sólo durase una serie de años para cortarse bruscamente."

Con motivo de la noticia del premio para Vargas Llosa, apareció en twitter un texto a nombre de Gabo que decía "cuentas iguales", pero Jaime Abello, director de la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano, se apresuró a desmentirlo, ya que asegura que García Márquez -como cualquier escritor inteligente que se respete-: "No tiene cuenta en twitter. Esos mensajes son apócrifos."

Habrá que esperar un poco para ver si, en efecto, el colombiano felicita a su viejo amigo con este nuevo motivo.

(La ilustración corresponde a la fotografía que Rodrigo Moya le tomó a
García Márquez el 14 de febrero de 1976, dos días después del incidente
con Vargas Llosa, y que el New York Times reproduce en su sitio:

miércoles, 6 de octubre de 2010

Páginas ajenas: DESDE LA MONTAÑA, de Tomas Tranströmer



Estoy en la montaña y veo la ensenada.

Sobre el área estival, reposan los veleros.

"Somos sonámbulos. Lunas vagabundas."

Eso dicen las velas blancas.


"Nos deslizaremos por una casa dormida.

Abriremos las puertas lentamente

Nos asomamos a la libertad."

Eso dicen las velas blancas.


Un día vi navegar los deseos del mundo.

Todos el mismo rumbo: una misma flota.

"Ahora estamos dispersos. Séquito de nadie."

Eso dicen las velas blancas.




(Traducido del sueco por Roberto Mascaró).

lunes, 4 de octubre de 2010

Temporada del Premio Nobel


Todos los años, a principios del mes de octubre, se inicia lo que podríamos denominar la temporada Nobel, cuando comienzan a adjudicarse los premios establecidos por Alfred Nobel en su testamento -el de economía no es tal y lo otorga el Banco Central de Suecia en su memoria-, hasta llegar a los dos más publicitados: el de literatura y el de la paz, este último el único que se concede fuera de Suecia, ya que lo decide el parlamento noruego.

El premio Nobel de literatura es una de las cinco categorías originales establecidas por su creador que, según sus propias palabras, debe otorgarse "a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal". A la fecha se ha concedido en 102 ocasiones, deberían ser siete más, ya que la premiación dio principio en 1901, pero fue suspendido dos años, en 1914 y 1918, debido a la primera guerra mundial y entre 1940 y 1943, por la segunda guerra, además de que en 1935 fue declarado desierto.

Con frecuencia se señala que se trata de un premio que ha soslayado los méritos literarios de autores que debieron obtenerlo, como serían los casos de Tolstoi, Joyce, Proust y Kafka, y entre los de habla hispana, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar. Otros criterios añaden en esa lista de omisiones los nombres de Huxley, Ibsen, Conrad y Zola. Todos ellos leídos hasta nuestros días en traducciones a una gran diversidad de idiomas.

Lo que le da un cierto carácter de injusticia, es que entre los ganadores figuren escritores de quienes ya ni siquiera se recuerda su obra y es difícil encontrarlos en alguna biblioteca: Bjorstene Bjornson, José de Echegaray, Giosué Carducci y Rudolph Eucken, fueron todos premiados antes de que Tolstoi falleciera, y la lista se amplia con los nombres de Paul von Heyse, Verner von Heidenstam, Karl Adolph Gjellerup, Henrik Pontoppidan y Carl Spitteler, en una época en la que Marcel Proust y Franz Kafka vivían.

Para resumirlo en pocas palabras, es muy difícil mantener el respeto por una lista que incluye a un político como Winston Churchill, por sus discursos y sus memorias, e ignora a los ya mencionados. Sin embargo, año con año, el ritual se repite y se mantiene la curiosidad por conocer el nombre del nuevo consagrado, con frecuencia casi desconocido para los lectores en idiomas ajenos al de su obra.

Destaca el hecho de que en los últimos seis años hayan sido tres las mujeres premiadas, dos de ellas escritoras en lengua alemana: Elfriede Jelinek y Herta Müller -aunque originaria de Rumania-, y la británica Doris Lessing quien, por cierto, nació en Irán cuando todavía se llamaba Persia, en 1919, ya que su padre era un oficial del ejército inglés acantonado en esa zona.

Concluyo con el párrafo final de Tomás Eloy Martínez, fallecido a principios de este año, en su artículo Los misterios del Nobel, refiriéndose al premio para Le Clézio: "Es inevitable que la Academia Sueca se equivoque, pero esta vez se equivocó menos que en los veinte años pasados. El itinerario disparejo que dibujan los nombres de los ganadores es no sólo una definición del Nobel, sino también -quien sabe- del misterioso destino de la literatura."

viernes, 1 de octubre de 2010

Decir Adiós es morir un poco (página 140)


Vivimos en la corte del rey morbo. Somos sus pajes, bufones, juglares y uno que otro marqués, rindiéndole pleitesía. Claudicó la discreción. El pasamontañas del subcomandante Marcos es innecesario, todos sabemos quién es. "El Mochaorejas" aparece en pantalla sin ningún pudor. "El Divino" reparte autógrafos en lugares públicos. Cualquier hijo de vecino expone sus miserias en un talk show. Un grupo de enajenados se encierra para someter su intimidad al omnipresente dios-cámara bautizado, a despecho de Orwell, el Big Brother. Cualquier cosa es preferible al anonimato. Si Jesucristo regresara a tratar de redimirnos, le daríamos un programa de televisión.