- ¡Detente! -grita asustado. Y al conjuro de su voz, las manos de
Olina se apartan de las teclas.
Se frota la frente dolorida, y a la pálida luz de la lámpara nota que la
muchacha no sólo se ha asustado al oírle, sino que parece totalmente
agotada, cual si la dominara un cansancio supremo tras escalar las altas
torres, aferrándose a ella con sus suaves manos. Las comisuras de sus
labios tiemblan como las de un niño a quien la fatiga impide llorar. Se le ha
soltado el cabello, está pálida y tiene profundas ojeras.
Andreas se acerca a ella y, tras rodearla con sus brazos, la lleva con
cuidado al sofá. La joven cierra los ojos, suspira y mueve la cabeza con
suma lentitud, como si sólo pidiera tranquilidad y reposo. «Quiero
descansar un poco... tener algo de paz.» Es un consuelo que, al fin, quede
dormida, con la cabeza caída hacia un lado.
Andreas apoya el rostro en ambas manos, que tiene puestas sobre la
mesa, y se da cuenta de que también él está infinitamente cansado. «Es
domingo -se dice-. Ha dado la una. Quedan todavía tres horas. No
puedo dormirme; no debo permitirlo.» Observa a la joven amorosamente;
contempla su cara pura, fatigada, pequeña y pálida, que en la felicidad que
le da el sueño sonríe sin advertirlo. «No debo dormirme» -se repite
Andreas. Mas a pesar suyo, el cansancio lo empieza a dominar. «Dios mío,
no dejes que me duerma... permíteme mirar su cara... Fue preciso venir a
este burdel de Lemberg para saber que existe un amor desprovisto de
deseo... Y así es como amo a Olina... No me debo dormir. Es preciso que
siga mirando su boca, su frente y los mechones dorados de su fino pelo caído sobre su cara, y las oscuras sombras de su cansancio indefinible
rodeándole los ojos. Ha interpretado a Bach hasta el límite de lo humano.
No me puedo dormir... hace mucho frío... la crueldad de la mañana acecha
tras esas cortinas que nos separan de la noche... Hace frío y no tengo con
qué cubrirla... porque he vendido mi abrigo. El mantel está manchado de
vino. Podría taparla con mi guerrera y poner mi camisa sobre el escote de
su vestido.» Mas al propio tiempo, nota que él también está tan cansado
que no tiene ánimos ni para levantarse y quitarse la guerrera. «No puedo
mover los brazos. Pero no hay que dormirse. Quedan infinidad de cosas
por hacer... Sí, infinidad de cosas por hacer. Intentaré reposar unos
instantes, apoyando los brazos sobre la mesa. Después me quitaré la
camisa, la abrigaré con ella y me pondré a rezar. Quiero rezar arrodillado
junto a este sofá que ha visto tantísimos pecados; deseo arrodillarme ante
esta cara pura gracias a la cual sé ahora que es posible un amor sin
deseo... No me debo dormir... no, no... no me debo dormir...»
Al despertar, su expresión es como la de un pájaro que muere y se
desploma en pleno vuelo, hundiéndose en la más profunda desesperación.
Pero los ojos sonrientes de Olina detienen su caída.
Heinrich Böll
(Alemania, 1917-1985). Obtuvo el premio Nobel en 1972).
(Traducido al español por Julio F. Yáñez).
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