sábado, 31 de julio de 2010

Julio: PERMANECE UNA IMAGEN, de Constantino Cavafis

"En un rincón de la taberna (...) en el ardor de un divino mes de julio."

Sería la una de la noche
o la una y media acaso

En un rincón de la taberna,
tras el tabique de madera.
Los dos tan sólo en el lugar vacío.
Una lámpara de petróleo vagamente lo iluminaba.
Dormía el sirviente a la puerta la fatiga de la vigilia.

Nadie podría vernos. Aunque ahora
la pasión era tan intensa
que la prudencia desbordaba.

Entreabrimos nuestros vestidos, ya muy escasos en el ardor
de un divino mes de julio.

Cuerpo gozado en la levedad
de las ropas entreabiertas.
Desnudez breve de la carne, cuya imagen ha atravesado
veintiséis años y ahora acude y permanece en el poema.


Constantino Cavafis (Grecia, 1863-1933).
 
(Traducido del griego por José Ángel Valente).

viernes, 30 de julio de 2010

Julio: UN HARAGÁN, de Guy de Maupassant

"... esos días dorados y azules del mes de julio, en que todo se vuelve calor. La extensa playa, cubierta de gente..."

(Fragmento)

Sí; buscaba una mujer, contando para seducirla con su arrogancia, con su físico; había calculado:

- ¡Qué demonio! Entre las muchas que van a Trouville, acabaré por encontrar la que necesito.

Y buscaba, oliscando como un perro pachón, con sus narices de normando, seguro de que al fin hallaría su fortuna. Verla y adivinarla.

Un lunes por la mañana, murmuró:

- ¡Bueno! ¡Bueno! ¡Bueno!

Hacía un tiempo magnífico, uno de esos días dorados y azules del mes de julio, en que todo se vuelve calor. La extensa playa, cubierta de gente, con los colores de los trajes y de las sombrillas, parecía un jardín; un jardín donde cada flor, cada capullo, fuese una mujer; y las barcas pescadoras, con sus velas oscuras, adormeci- das, reflejando en el agua su inmovilidad, recibían una lluvia de sol. Eran las diez; y unas más cerca, otras más lejos del muelle de madera; pero todas paradas, parecían rendidas por el bochorno de un día de verano, demasiado perezosas para lanzarse a alta mar o para recogerse en el puerto. Y, a lo lejos, asomaba vagamente, dibujada entre las brumas, la costa del Havre, sobre cuyas alturas se divisaban dos puntos blancos: los faros de Saint Adreisse.

Bombard había pensado: "¡Bueno! ¡Bueno! ¡Bueno!", al encontrarla por tercera vez, sintiendo clavados en él aquellos ojos de mujer madura, experimentada y atrevida, que se ofrece.

Ya se habla fijado en ella días antes, porque también ella parecía buscar algo. Era una inglesa, de buena estatura, delgada; la inglesa audaz que se ha convertido, por especiales circunstancias, viajando mucho, en una especie de hombre.


Guy de Maupassant (Francia, 1850-1893).

jueves, 29 de julio de 2010

Julio: EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO, de Antonio Machado

"A un paso de la abierta sepultura había rosas de podridos pétalos..."

Tierra le dieron una tarde horrible
del mes de julio, bajo el sol de fuego.
A un paso de la abierta sepultura,
había rosas de podridos pétalos,
entre geranios de áspera fragancia
y roja flor. El cielo
puro y azul. Corría
un aire fuerte y seco.
De los gruesos cordeles suspendido,
pesadamente, descender hicieron
el ataúd al fondo de la fosa
los dos sepultureros...
Y al reposar sonó con recio golpe,
solemne, en el silencio.
Un golpe de ataúd en tierra es algo
perfectamente serio.
Sobre la negra caja se rompían
los pesados terrones polvorientos...
El aire se llevaba
de la honda fosa el blanquecino aliento.
Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,
larga paz a tus huesos...
Definitivamente,
duerme un sueño tranquilo y verdadero.


Antonio Machado (Español fallecido en Francia, 1875-1939).

miércoles, 28 de julio de 2010

Julio: LA VIDA DE HILAIRE BELLOC, de Robert Speaight

Hilaire Belloc y G. K. Chesterton.

(Fragmento)

El 27 de julio de 1930, Belloc celebró su sexagésimo cumpleaños. A. D. Peters organizó una comida en el hotel Adelphi, y esa ocasión figura entre las leyendas de los festines inmortales. Chesterton desde su silla saludó a Belloc con una jarra:

Abierto, de par en par dorado
con la bendición grabada a un lado.

Era, literalmente, una copa de afecto y todos y cada uno de los presentes bebieron de ella, ya que se la fueron pasando. Chesterton dijo entonces que "una ceremonia como esa podría haber sido apropiada hacía miles de años en el festival de algún gran poeta griego", y que él confiaba en que "los sonetos de Belloc y la fuerza de sus versos permanecerían como las copas y las epopeyas talladas por los griegos".

Belloc respondió que no le importaba gran cosa si sus versos prevalecían o no, pero añadió:

"Me han dicho que uno comienza a preocuparse por el temor a los setenta años".


Robert Speaight (Inglaterra, 1904-1976).

martes, 27 de julio de 2010

Una efeméride de Hilaire Belloc


Podría decirse que Joseph Hilaire Pierre Belloc fue un hombre del mes de julio. Nació cerca de París el 27 de julio de 1870, de padre francés y madre inglesa. Hoy se cumplen exactamente 140 años. Falleció en Guildford, Inglaterra, el día 16 del mismo mes, en 1953.

Escribió un poema sobre las Cruzadas al que tituló (mes de) Julio, en alusión al mes en cuestión.

Los Reyes regresan de la Cruzada,
los reyes morados y todos sus hombres montados;
llenan la calle con clamorosa cabalgata; 
Los Reyes han sometido al Sarraceno.
Cantando una gran canción de las guerras orientales,
En barcos carmesí a través del mar vinieron,
Con velas carmesíes y diamantinos remos oscuros,
Eso hizo que el Mediterráneo brillara con llamas.
Y leyendo cómo, en ese mes lejano, los rangos
Formados en el borde del desierto, blindado todo,
Deseo a Dios haber estado con elllos
Cuando el primer normando saltó sobre la pared,
Y Godfrey líder de los principales francos,
Y el joven Lord Raymond irrumpió en Jerusalén.

Jules Etienne

lunes, 26 de julio de 2010

Julio: GETHSEMANÍ, KY, de Ernesto Cardenal

"... la puesta de sol, las golondrinas revoloteando..."

6

Como las lechuzas que sólo ven de noche, y como
el mediodía es la medianoche de los murciélagos,
en esta tarde luminosa de julio ¿no será otra la luz
y no será tan sólo lo oscuro lo que vemos:
el tanque de agua plateado, la puesta de sol,
las golondrinas revoloteando, este libro de Suso,
el avión que cruza como un pez por el cielo de julio?


Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1925-2020).

domingo, 25 de julio de 2010

Julio: EL REGRESO DEL NATIVO, de Thomas Hardy

"El sol de julio brillaba sobre Egdon y hacía arder los brezos rojos con un fuego escarlata."

(Fragmento del Libro Cuarto)

A puerta cerrada

1. Reencuentro junto a la poza

El sol de julio brillaba sobre Egdon y hacía arder los brezos rojos con un fuego escarlata. Era la única estación del año, y el único tiempo durante esa estación, en que el páramo resultaba exuberante. Ese período de florecimiento representaba el segundo momento o mediodía del ciclo de cambios superficiales que eran los únicos posibles allí; seguía al período verde o de los helechos jóvenes, que representaba la mañana, y precedía al período pardo, en el que las flores de brezo y los helechos vestían los tonos cenicientos del atardecer, desplazados, a su vez, por los tintes oscuros del período invernal, que representaba la noche.

Thomas Hardy (Inglaterra, 1840-1928).

sábado, 24 de julio de 2010

Julio: EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA, de Miguel de Cervantes

 
(Fragmento que acontece en un día caluroso del mes de julio)
 
Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y, por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo. Mas, apenas se vio en el campo, cuando le asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y, puesto que lo fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas, pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño; y con esto se quietó y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras.

Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo:

- ¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel».

Y era la verdad que por él caminaba. Y añadió diciendo:

- Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia, ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras!

Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado:
 
- ¡Oh princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón!, mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece.

Con éstos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje. Con esto, caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera.

Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero, lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los Anales de la Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose prisa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía.
  
Miguel de Cervantes y Saavedra (España, 1547-1616). 

viernes, 23 de julio de 2010

Tampico: PUERTOS (del poemario Mitología del olvido)



Podrían llevarme con los ojos vendados
y aún así reconocería la proximidad del mar,
adivinaría sus olores en la brisa vespertina
para imaginar a los barcos entregando su carga
impregnada con el sedimento de los delirios
que se amontonaron durante la travesía:
la dureza del metal arrancado a las montañas
filigranas de seda o sonrisas frutales de árboles eternos.

Nunca aprendí a disfrutar el paisaje sórdido
que desfigura los muelles en burdel de ocasión,
la ebriedad de los marinos y evas de todos los adanes
que subastan la noche a cualquier postor;
me quedo, en cambio, con su luz a pleno sol
o el horizonte ruborizado del ocaso.

Todo eso lo sé, lo aprendí desde un principio
porque nací en un puerto, figura de arena
al sur de la línea que delimita el trópico,
he paseado descalzo sobre nubes ardientes
a las que, por razones que desconozco, les dicen dunas,
en una playa tan extensa que los ojos no bastan
con la locura partida en dos por algún amor adolescente;
y habré de morir en otro, en el que ahora vivo,
como estatua de nieve, aquí donde termina el norte,
frente a un océano al que decidieron llamar Pacífico.


Jules Etienne.

miércoles, 21 de julio de 2010

Exilio: EL BOSQUE Y EL MAR, de Rafael Alberti


I
 
Estos rumores, estos
leves susurros conocidos
de cielos, hojas, vientos y oleajes
son mis aires mejores, ya felices
o confesadamente melancólicos.
Vuelvo a encontrarlos, vuelvo
a sentirlos tan míos
después de tan alegres y cansados
recorridos por tierras veneradas
que eran mi vida antigua,
la clara vida cuando mis cabellos
al sol volaban libres, sin temores.
 
Aquí están prolongados
en lamentos que fueron mi lenguaje,
en onduladas sílabas o en largas
conversaciones o en subido llanto.
 
Nada como sentirse comprendido,
enlazado, mezclado, arrebatado
por este misterioso idioma de los bosques,
de la mar, de los vientos y las nubes.
Ya es una sola voz, una garganta
sola la que susurra,
la que viene y se va rumoreando.
Uno el sonido del total concierto.
 
Vuelve el poeta al aire de sus aires.
 
 
Rafael Alberti (España, 1902-1999).

martes, 20 de julio de 2010

Tampico: LA ARBOLEDA PERDIDA, de Rafael Alberti

"... nos había denunciado como rojos a María Teresa y a mí, echándonos a perder nuestro viaje..."

(Fragmento)
 
Hace tiempo, antes de nuestra guerra, volaba yo una vez por los cielos de América Central, casualmente, con el entonces muy prestigioso y amado actor de cine Clark Gable. Yo tenía que bajar en Costa Rica, país democrático por excelencia, según me habían afirmado, en donde debía dar algunas conferencias en la universidad de San José. Al abrirse la puerta del avión, vi un grupo de jóvenes, que supuse estudiantes, adelantando, jubilosos, un papelito blanco que agitaban en la mano, como en demanda de autógrafos. Supuse, naturalmente, que aquellas demostraciones de simpatía eran para mí, sucediendo que no, que eran para Clark Gable, que a mí me esperaba la policía, para detenerme o no dejarme bajar del avión. Un cónsul español, de la ciudad mexicana de Tampico, perteneciente al bienio negro de Gil Robles, nos había denunciado como rojos a María Teresa y a mí, echándonos a perder nuestro viaje en casi todos los países centroamericanos que debíamos visitar.
 
 
Rafael Alberti (España, 1902-1999)

lunes, 19 de julio de 2010

Tampico: MEMORIA DE LA MELANCOLÍA

"Sus imágenes desoladoras circularon por el mundo..."

En los últimos días he recibido a través del correo electrónico mensajes idénticos de amigas de mi adolescencia a quienes recién he recuperado: Alejandra, Alicia, Clara Martha, Queta (en riguroso orden alfabético). El texto en cuestión refleja un sentimiento de nostalgia por el Tampico en el que crecimos y se nos ha extraviado, así como la impotencia de no poder hacer algo para rescatarlo. Ese espacio mítico de cuyo recuerdo me ocupo en mi poema Desván:

Mi infancia es esa playa lejana,
nuestras risas encaramadas en el verano
es una noche cualquiera de recuerdos tangibles,
fotos, cartas y tarjetas, objetos para invocar
la memoria del edén traicionado:
el tiempo de la inocencia con sus ilusiones intactas.*
 
Cuando arribé por primera vez a Vancouver, hace ya casi nueve años, con la idea de regresar a México, mi patria de entonces, me enfrenté con el dilema cotidiano de para qué tratar de adaptarme a otro país y sus costumbres, si yo sólo estaría de paso. Impulsado por Alfonso Ruiz Soto, quien me sugirió leer El Síndrome de Ulises, de Santiago Gamboa, me di a la tarea de ubicar la literatura del exilio, que terminé devorando, como fue el caso de la poesía de Luis Cernuda, Antonio Machado y el indispensable Pablo Neruda. Durante dicha búsqueda me topé con la autobiografía de María Teresa León: Memoria de la melancolía.

Tal vez porque vivió a la sombra de su ilustre pareja, el poeta Rafael Alberti, su obra no alcanzó la repercusión que merecería. Percibí en ella un deseo desesperado por regresar a su España amada, sin importar que estuviera desgarrada y en ruinas después de la guerra. Vivió su exilio en Francia, Argentina e Italia, en donde redactó sus memorias y en cuyas páginas nos ha legado el testimonio de su angustia: "Estoy cansada de no saber dónde morirme. Ésa es la mayor tristeza del emigrado. ¿Qué tenemos nosotros que ver con los cementerios de los países donde vivimos?"

Gracias a María Teresa León comprendí que, por el contrario, a mí finalmente ya no me importaba regresar a México para ser enterrado, o de preferencia incinerado, en el Distrito Federal que, después de todo, me resultaría tan ajeno como lo había sido Vancouver a mi llegada. En todo caso, que me velaran en el puerto en que nací. Después asumí que no, que es muy tarde para eso porque el Tampico de ahora me resulta tan distante en su violencia y en la reciente modernidad de los suburbios, ya no es más aquél que prefiero guardar en mi memoria. Es pues, el edén traicionado al que me refería en un principio. Dejó de pertenecerme y yo tampoco le pertenezco.

Pero es este Tampico ajeno el que me remite de nueva cuenta a las páginas de María Teresa León: "Durante treinta años suspiramos por nuestro paraíso perdido, un paraíso nuestro, único, especial. Un paraíso de casas rotas y techos desplomados." Y dice más adelante algo que no deja de provocarme un leve escalofrío: "Un paraíso de calles desiertas, de muertos sin enterrar."

Hace unos cuantos meses los tampiqueños decidieron un día no salir a las calles. Fue una protesta muda, una condena tácita al fracaso de sus gobernantes por no garantizarles la paz que se merecen: el día del silencio de la mayoría indefensa, del mutismo de los rehenes. Sus imágenes desoladoras circularon por el mundo, a todo lo largo y ancho de este planeta sin distancias de la era cibernética.

Por eso, queridas amigas, lamento decirles que el Tampico que quieren recuperar ya no existe. Es el arancel de esta época. Tal vez, espero, se imponga de nuevo la cordura y puedan pasear por sus calles serenas como lo hacían antes. Me gustaría atravesar con paso provinciano la Plaza de la Libertad como, según la leyenda urbana -que los hechos han impregnado con la duda-, lo hiciera Humphrey Bogart hace ya más de sesenta años, cuando se filmaba El tesoro de la Sierra Madre, para irme a beber unos tragos al bar Palacio. Pero no sólo es Tampico el que ha transformado su geografía urbana, somos también nosotros quienes cambiamos nuestra visión de la vida y tuvimos la necesidad de ensanchar los carriles de la memoria porque ya tenemos mucho más para recordar que lo poco que habíamos vivido cuando éramos jóvenes.

Por decirlo con palabras de Pablo Neruda: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos."

Jules Etienne

Aquí es posible leer el completo el poema Desván y el poemario completo en Mitología del olvido

domingo, 18 de julio de 2010

Una serenata para Lupe: BAJO EL SIGNO DE CÁNCER (párrafo final)

 
Lupe Vélez nació un 18 de julio. Lo que difiere según diversas fuentes es el año: 1908, 1909 o 1910. Éste último es el que aparece en el acta de defunción: 34 años y cuatro meses el día de su muerte. De manera que hoy se estaría cumpliendo el centenario de su natalicio.

En ocasiones futuras planeo incluir algunos párrafos y fragmentos de mi novela Una serenata para Lupe, en la que procuro permitir a lo imaginario prevalecer sobre la tragedia real de su vida y suicidio, diversos aspectos biográfico entreverados con la ficción de como quiero suponer que acontecieron los hechos. Es preferible pecar por haber inventado las cosas que por no haber imaginado nada. El siguiente es un breve fragmento de la novela:

(Párrafo final del tercer capítulo: Bajo el signo de cáncer)
 
Los astrólogos aseguran que una suerte de confabulación cósmica rige la existencia humana. Con precisión micrométrica, los movimientos planetarios influyen en la vida de cada individuo, según no sólo la fecha y el año, sino la hora y el minuto, con lo que su carta astral quedará lacrada como un oráculo ineluctable. Por diversos motivos, a Lupe le habían tratado de alterar el año de su nacimiento, pero eso no era suficiente para falsificar un destino al que había llegado la hora de confrontar.

Jules Etienne

La novela tiene su propio espacio junto con un amplio anecdotario de Lupe Vélez en Una serenata para Lupe.

sábado, 17 de julio de 2010

Decir Adiós es morir un poco: PALOS DE CIEGO (Página 199)


Palos de ciego...

Diógenes buscaba con su lámpara un hombre, en plena luz del día. Atenas era un pueblo iluminado. Aquí usamos anteojos oscuros para tratar de descubrir la verdad durante la noche. Llevamos tantos años, sexenios, que es nuestra medida temporal, haciendo lo mismo, que ya somos expertos en seguir dando palos de ciego. Eso es nuestra política, nuestra justicia, nuestro futuro: palos de ciego.

Otras mitologías, como la griega y la alemana, están pobladas por personajes ficticios para explicar el génesis de su propia raza. Los mexicanos hemos poblado la nuestra con muertos reales: héroes sacrificados y villanos traidores. Morelos e Iturbide, Sierra y Díaz, Madero y Huerta, todos juntos por un solo boleto, con el deambular cotidiano de sus almas en pena entre los vivos, como páginas de Pedro Páramo en este purgatorio colectivo en el que hemos convertido la patria. Somos un rencor vivo por el olvido en que nos tuvo... y todavía nos tiene. Olvidados. Los olvidados ¿de Dios? ¿Un pueblo con tanta fe?

Jules Etienne

La ilustración corresponde a La parábola de los ciegos (1568), de Pieter Brueghel, el viejo.