"... esos días dorados y azules del mes de julio, en que todo se vuelve calor. La extensa playa, cubierta de gente..."
(Fragmento)
Sí; buscaba una mujer, contando para seducirla con su arrogancia, con su físico; había calculado:
- ¡Qué demonio! Entre las muchas que van a Trouville, acabaré por encontrar la que necesito.
Y buscaba, oliscando como un perro pachón, con sus narices de normando, seguro de que al fin hallaría su fortuna. Verla y adivinarla.
Un lunes por la mañana, murmuró:
- ¡Bueno! ¡Bueno! ¡Bueno!
Hacía un tiempo magnífico, uno de esos días dorados y azules del mes de julio, en que todo se vuelve calor. La extensa playa, cubierta de gente, con los colores de los trajes y de las sombrillas, parecía un jardín; un jardín donde cada flor, cada capullo, fuese una mujer; y las barcas pescadoras, con sus velas oscuras, adormeci- das, reflejando en el agua su inmovilidad, recibían una lluvia de sol. Eran las diez; y unas más cerca, otras más lejos del muelle de madera; pero todas paradas, parecían rendidas por el bochorno de un día de verano, demasiado perezosas para lanzarse a alta mar o para recogerse en el puerto. Y, a lo lejos, asomaba vagamente, dibujada entre las brumas, la costa del Havre, sobre cuyas alturas se divisaban dos puntos blancos: los faros de Saint Adreisse.
Bombard había pensado: "¡Bueno! ¡Bueno! ¡Bueno!", al encontrarla por tercera vez, sintiendo clavados en él aquellos ojos de mujer madura, experimentada y atrevida, que se ofrece.
Ya se habla fijado en ella días antes, porque también ella parecía buscar algo. Era una inglesa, de buena estatura, delgada; la inglesa audaz que se ha convertido, por especiales circunstancias, viajando mucho, en una especie de hombre.
Guy de Maupassant (Francia, 1850-1893).
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