lunes, 19 de julio de 2010

Tampico: MEMORIA DE LA MELANCOLÍA

"Sus imágenes desoladoras circularon por el mundo..."

En los últimos días he recibido a través del correo electrónico mensajes idénticos de amigas de mi adolescencia a quienes recién he recuperado: Alejandra, Alicia, Clara Martha, Queta (en riguroso orden alfabético). El texto en cuestión refleja un sentimiento de nostalgia por el Tampico en el que crecimos y se nos ha extraviado, así como la impotencia de no poder hacer algo para rescatarlo. Ese espacio mítico de cuyo recuerdo me ocupo en mi poema Desván:

Mi infancia es esa playa lejana,
nuestras risas encaramadas en el verano
es una noche cualquiera de recuerdos tangibles,
fotos, cartas y tarjetas, objetos para invocar
la memoria del edén traicionado:
el tiempo de la inocencia con sus ilusiones intactas.*
 
Cuando arribé por primera vez a Vancouver, hace ya casi nueve años, con la idea de regresar a México, mi patria de entonces, me enfrenté con el dilema cotidiano de para qué tratar de adaptarme a otro país y sus costumbres, si yo sólo estaría de paso. Impulsado por Alfonso Ruiz Soto, quien me sugirió leer El Síndrome de Ulises, de Santiago Gamboa, me di a la tarea de ubicar la literatura del exilio, que terminé devorando, como fue el caso de la poesía de Luis Cernuda, Antonio Machado y el indispensable Pablo Neruda. Durante dicha búsqueda me topé con la autobiografía de María Teresa León: Memoria de la melancolía.

Tal vez porque vivió a la sombra de su ilustre pareja, el poeta Rafael Alberti, su obra no alcanzó la repercusión que merecería. Percibí en ella un deseo desesperado por regresar a su España amada, sin importar que estuviera desgarrada y en ruinas después de la guerra. Vivió su exilio en Francia, Argentina e Italia, en donde redactó sus memorias y en cuyas páginas nos ha legado el testimonio de su angustia: "Estoy cansada de no saber dónde morirme. Ésa es la mayor tristeza del emigrado. ¿Qué tenemos nosotros que ver con los cementerios de los países donde vivimos?"

Gracias a María Teresa León comprendí que, por el contrario, a mí finalmente ya no me importaba regresar a México para ser enterrado, o de preferencia incinerado, en el Distrito Federal que, después de todo, me resultaría tan ajeno como lo había sido Vancouver a mi llegada. En todo caso, que me velaran en el puerto en que nací. Después asumí que no, que es muy tarde para eso porque el Tampico de ahora me resulta tan distante en su violencia y en la reciente modernidad de los suburbios, ya no es más aquél que prefiero guardar en mi memoria. Es pues, el edén traicionado al que me refería en un principio. Dejó de pertenecerme y yo tampoco le pertenezco.

Pero es este Tampico ajeno el que me remite de nueva cuenta a las páginas de María Teresa León: "Durante treinta años suspiramos por nuestro paraíso perdido, un paraíso nuestro, único, especial. Un paraíso de casas rotas y techos desplomados." Y dice más adelante algo que no deja de provocarme un leve escalofrío: "Un paraíso de calles desiertas, de muertos sin enterrar."

Hace unos cuantos meses los tampiqueños decidieron un día no salir a las calles. Fue una protesta muda, una condena tácita al fracaso de sus gobernantes por no garantizarles la paz que se merecen: el día del silencio de la mayoría indefensa, del mutismo de los rehenes. Sus imágenes desoladoras circularon por el mundo, a todo lo largo y ancho de este planeta sin distancias de la era cibernética.

Por eso, queridas amigas, lamento decirles que el Tampico que quieren recuperar ya no existe. Es el arancel de esta época. Tal vez, espero, se imponga de nuevo la cordura y puedan pasear por sus calles serenas como lo hacían antes. Me gustaría atravesar con paso provinciano la Plaza de la Libertad como, según la leyenda urbana -que los hechos han impregnado con la duda-, lo hiciera Humphrey Bogart hace ya más de sesenta años, cuando se filmaba El tesoro de la Sierra Madre, para irme a beber unos tragos al bar Palacio. Pero no sólo es Tampico el que ha transformado su geografía urbana, somos también nosotros quienes cambiamos nuestra visión de la vida y tuvimos la necesidad de ensanchar los carriles de la memoria porque ya tenemos mucho más para recordar que lo poco que habíamos vivido cuando éramos jóvenes.

Por decirlo con palabras de Pablo Neruda: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos."

Jules Etienne

Aquí es posible leer el completo el poema Desván y el poemario completo en Mitología del olvido

2 comentarios:

  1. Es verdad que todos cambiamos que nadie es el mismo de ayer, eterna condición del hombre, nunca es, siempre está siendo, siempre viviendo el proceso de ser, entonces: ¿Por qué queremos que las ciudades, las sociedades, las instituciones, las costumbres y los quehaceres no cambien?
    No creo que se trate de una resistencia al cambio, lo que no nos gusta es el cambio del orden por el desorden que estamos viviendo, una anarquía total, tal vez espejo de nuestra propia anarquía.
    También creo que nosotros mismos traicionamos nuestro pasado, que cuando llega el recuerdo siempre viene matizado de emociones y sentimientos quedando marcado con en sello muy subjetivo. Algo más o menos leí de Milan Kundera en "Testamentos traicionados".
    Lo importante en esta vida es poderla saborear, estés donde estés, en el momento que estés, y traer al ahora las circunstancias pasadas sólo como comentario y oportunidad para aprehender lo aprendido.
    Reiterando ser tu fan, gracias por compartir este tu trabajo y hacer llegar tu luz hasta por lo menos a título personal, la obscuridad de mi ignorancia...
    Te dejo un abrazo y gracias nuevamente.

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  2. Gracias por lo expresado y tu entusiasmo para calificar mi trabajo. Aun cuando no dejas tu nombre supongo, por el estilo y las preocupaciones manifestadas, que se trata de Clara Martha. Espero no equivocarme. De manera que también te envío un abrazo.

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