"Simone dormía (...) la mano detenida todavía sobre el vello del pubis y el rostro apacible y casi sonriente,"
(Fragmento del capítulo II: El armario normando)
Simone dormía tranquilamente, con el vientre al aire, la mano detenida todavía sobre el vello del pubis y el rostro apacible y casi sonriente.
Marcela, que se había precipitado a través del cuarto tambaleándose y gritando como si gruñera, me miró de nuevo: retrocedió como si yo fuera un espectro espantoso que apareciera en una pesadilla, y se desplomó dejando oír una secuela de aullidos cada vez más inhumanos.
Cosa curiosa; ese incidente me devolvió el valor. Alguien iba a venir, era inevitable; pero no pensé ni un instante en huir o en acallar el escándalo. Al contrario, con resolución abrí la puerta. ¡Oh, espectáculo y gozo inusitados! ¡Es fácil imaginar las exclamaciones de horror, los gritos desesperados, las amenazas desproporcionadas de los padres al entrar en la habitación! Con gritos incendiarios e imprecaciones espasmódicas mencionaron la cárcel, el cadalso y los tribunales; nuestros propios camaradas se habían puesto a gritar y a sollozar hasta producir un ruido delirante de gritos y lágrimas: se diría que los habían incendiado y que eran antorchas vivas. Simone gozaba conmigo.
Y sin embargo, ¡qué atrocidad! Nada podía dar fin al delirio tragicómico de esos dementes; Marcela, que seguía desnuda, expresaba, a medida que gesticulaba, y entre gritos de dolor, un sufrimiento moral y un terror imposible de soportar; vimos cómo mordía a su madre en el rostro y se movía entre los brazos que intentaban dominarla en vano.
En efecto, la irrupción de los padres había acabado de destruir lo que le quedaba de razón; para terminar se llamó a la policía y todos los vecinos fueron testigos del inaudito escándalo.
Georges Bataille (Francia, 1897-1962).
(Traducido al español por Margo Glantz).
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