lunes, 27 de febrero de 2023

Conejos: LAS LOBAS DE MACHE- COUL, de Alexandre Dumas


(Fragmento del capítulo 
XLIV. Donde se ve que no todos
los judíos son de Jerusalén ni de Túnez todos los turcos)

- ¡Hola! ¡conejos! -gritó maese Jaime al llegar al claro.

Obedientes a la voz de su capitán, salieron presurosos los conejos de los matorrales donde se ocultaran a la primera señal de alarma y apenas se lo permitió la oscuridad, examinaron cuidadosamente a los dos prisioneros.

Pero como la inspección hecha a oscuras no podía satisfacerles, uno de ellos bajó a la cueva, encendió dos teas, y volvió para alumbrar el rostro de Perico y su compa- ñero. Maese Jaime había vuelto a sentarse en el tronco y conversaba tranquilamente con Alain, refiriéndole los pormenores de la presa que acababa de hacer, con la misma llaneza con que hubiera relatado un aldeano a su mujer la adquisición de una compra en el mercado.

Apenado Michel por la aventura y la herida que acababa de recibir, habíase tendido sobre la hierba, mientras Perico, de pie a su lado, examinaba atento y no sin repug- nancia el aspecto de los bandoleros a quienes maese Jaime llamaba conejos, lo cual era tanto más fácil, cuanto que, satisfecha la curiosidad de aquéllos, volvieron a sus interrumpidas tareas, esto es, a sus cantares y juegos, a dormir o limpiar las armas, sin que por eso los despiertos perdieran de vista a los dos prisioneros, a quienes, para mayor seguridad, habían colocado en medio del raso.

(Fragmento del capítulo LXVI. En donde volvemos a encontrar a nuestro antiguo amigo Juan Ouillér)

Y ambos se encaminaron a la zarza.

Oullier comprendió que estaba perdido; pero no queriendo ser agarrado como un conejo en su gazapera, se puso de rodillas y sacó su navaja, la cual, aunque despun- tada, podía serle muy útil en una lucha a brazo partido.

Alexandre Dumas (Francia, 1802-1870).

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