"... venablos metálicos del violoncello, venablos vegetales de los violines, quebradizos..."
(Fragmento que alude a la noche del 8 al 9 de diciembre)
Cuántas heridas abiertas por el rebullicio de los músicos, por las nunca oídas melodías -amor, ensueño, tristeza dulce, íntimo júbilo, hallazgo de buscadas expresiones- que desvelaron al pueblo y revelaron a los adolescentes un mundo, un lenguaje nuevos, en la noche del ocho al nueve de diciembre; mundo y lenguaje presentidos muy cerca, mas inasibles; llenos de celestiales encantos y al mismo tiempo humanísimos; mundo y lenguaje de los deseos cotidianos, hasta entonces oscuros, de pronto iluminados con magnificencia por el concierto de instrumentos y voces, por las voces que hacían volar palabras de amor y de melancolía, palabras corrientes que alcanzaban en el vuelo la expresión de lo inefable, transfigurados como cohetes de luces; mundo y lenguaje de los deseos, liberados por primera vez en la noche del pueblo, en la noche gratamente sobrecogida, transverberada con saetas vibrantes, luego hechas arrullos en los ámbitos de soledad, estremecidos; estremecidos como el ahora deleitable desvelo de viejos y adolescentes, que nunca oyeron música igual, distinta de la consuetudinaria música eclesiástica; transfixión del desvelo por los venablos melodiosos, que atraviesan los muros más espesos, aciertan al pecho, clavan su dulce ponzoña; venablo metálico del violoncello, venablos vegetales de los violines, quebradizos, disparados sobre las azoteas; venablos de aire, frágiles de la flauta, con escalas para trepar hacia las cruces y caer sobre los corazones; venablos punzantes, en plétora explosiva -tenores, barítonos y bajos-, venablos de las palabras cantadas, que ni una quieren perder en la noche sonora...
Agustín Yáñez (México, 1904-1980)
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