jueves, 27 de junio de 2024

Mirándolas dormir: CORRESPONDENCIA (1944-1959), de Albert Camus y María Casares


Sábado 31 de julio
(de 1948)

Llevo aquí seis días y todavía no me he hecho a tu ausencia. Tengo la impresión de haber vivido pegado a ti unas semanas vertiginosas y de haberme arrancado de ti de un tirón para ir a parar a la otra punta de Francia. Me he quedado tan desvalido que apenas si tengo la suficiente lucidez para percatarme de lo estúpido que es esto. Mi lugar no está aquí, eso es todo cuanto sé. Mi lugar está cerca de lo que amo. Todo lo demás es inane o teórico. Hace un rato, mientras paseaba, me dije también que era una estupidez vivir sin señales de vida tuyas. Si tú y yo nos queremos, tenemos que hablarnos, apoyarnos, hacer por nosotros. En eso consiste estar unidos y, hagamos lo que hagamos, estaremos unidos hasta el final. Así que escríbeme, escríbeme tan a menudo y tan extensamente como quieras. No me dejes solo, niña mía. No siempre somos fuertes, ni superiores a nuestros sentimientos, creas lo que creas. En las horas en que uno se siente el más mísero, sólo la fuerza del amor puede salvar de todo.

Y desde tanta distancia, aunque pueda notar cuán preñado de ti está mi corazón, no puedo imaginar el tuyo. Háblame, dime lo que haces, lo que sientes. A ver, ¿qué has hecho durante esta mortal semana? Una de las razones por las que dudaba en pedirte que me escribieras era también el deseo de no agobiarte, de no de no obligarte a pensar que estaba esperando y que tenías que escribirme. Pero, en resumidas cuentas, no me escribirás los días en que no te apetezca. Y, además, ¿por qué no agobiarte un poco? Así que escribe pronto, con todo tu corazón. Dame detalles de tu vida. Ayúdame a imaginarte. ¿Estás morena, tan guapa como para derretirse? ¿Cómo llevas el pelo? Desde que he llegado, lucho para expresarme: no doy ya con las palabras. Y también noto perfectamente qué mal te escribo. Pero mi único deseo sería callarme a tu lado, como en algunas horas, o despertarme mientras tú duermes aún, quedarme mucho rato mirándote, esperando a que despiertes. ¡Eso era, amor mío, eso era la felicidad! Y es lo que aún espero.

Mientras tanto los días pasan despacio, me levanto temprano, tomo un poco el sol, trabajo toda la mañana, como, leo después de comer, trabajo por la tarde y a última hora doy un paseo con Pat, un perro viejo que he convertido en un amigo, por las colinas resecas cuajadas de caracoles blancos diminutos, con una luz maravillosa. Por la noche sigo trabajando un poco, me acuesto temprano y duermo, por fin duermo. En vista de lo cual no tengo una pinta infame. Ahora mismo, moreno y rejuvenecido, a lo mejor tendría probabilidades de gustarte. La casa es grande y está en pleno campo. (El pueblo está a dos kilómetros). Unos árboles hermosos, cipreses, olivos, un campo opresivo de tan hermoso, todo habla aquí de belleza, no paro de pensar en ti. ¿Te he dicho que era el país de Petrarca y de Laura? «¡Saciado quedaré cuando aparezca!». Entretanto, me toca a mí tener hambre y sed.

Hace un rato la noche estaba llena de estrellas fugaces. Como me has vuelto supersticioso, les he colgado unos cuantos deseos que se han ido en pos de ellas. Que caigan como una lluvia sobre tu hermoso rostro, allá donde estés, a poco que alces la vista al cielo esta noche. Que te cuenten el fuego, el frío, las flechas, los terciopelos, que te cuenten el amor, para que te quedes erguida, inmóvil, petrificada hasta mi regreso, toda tú dormida, menos el corazón, y te despertaré una vez más... Adiós , niña mía, espero tu carta, te espero. Vela por ti. Vela por nosotros.

Albert Camus 
(Francés nacido en Argelia y fallecido en Francia, 1913-1960).
Obtuvo el premio Nobel en 1957.

La ilustración corresponde a una fotografía de María Casares en 1948,
año en que Camus escribió la carta en cuestión.

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