martes, 25 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EL CUARTETO DE ALEJANDRÍA, de Lawrence Durrell

"Por la mañana temprano, dormida entre mis brazos, sus cabellos esparcidos sobre la cara..."

(
Fragmentos de Justine)

Esos momentos son los que colman al escritor, no al enamorado, y perduran para siempre. Podemos evocarlos cuantas veces queramos o utilizarlos como fundamento para construir esa parte de la vida que es la tarea de escribir. Se los puede corromper con palabras, pero no destruir. Recuerdo otro momento semejante: yo tendido junto a una mujer dormida en un cuartucho, cerca de la mezquita.

(...)

Pero estaba también el reverso de la medalla: volver tarde de noche y encontrarla dormida, las pantuflas rojas tiradas en cualquier parte, la pequeña pipa de hachís sobre la almohada... Comprendía entonces que había empezado una de sus depresiones. No se podía hacer nada para aliviarla; palidecía, estaba melancólica, agotada, y durante días era incapaz de salir de ese letargo. Hablaba mucho sola, se pasaba horas escuchando la radio y bostezando, o bien hojeando con desgana una pila de viejas revistas de cine. Cuando el cafard de la ciudad se apoderaba de ella, yo me desesperaba tratando de imaginar la manera de despertarla de su apatía. Tendida en la cama, con ojos que miraban a lo lejos como una sibila, me acariciaba el rostro y repetía infatigablemente:

- Si supieras lo que ha sido mi vida me abandonarías. No soy mujer para ti, ni para hombre alguno. Estoy agotada. No malgastes tu bondad...

(...)

¡Ahl Si el lector hubiera podido verla como la veía yo en sus momentos más humildes y más tiernos, cuando recordaba que era sólo una niña, nadie habría podido acusarme de cobardía. Por la mañana temprano, dormida entre mis brazos, sus cabellos esparcidos sobre la cara, no se parecía a ninguna otra mujer en mis recuerdos; no, más que una mujer era como una criatura maravillosa en el período pleistoceno de su evolución. Y mucho más adelante, pensando en ella como lo hacía y lo he hecho en estos años, descubrí sorprendido que aunque la amaba profundamente sabiendo que no volvería a amar así a ninguna otra, retrocedía sin embargo ante la idea de que pudiera volver a mí. Las dos tendencias coexistían en mi espíritu sin excluirse. "Sí. Por fin he amado realmente. He sabido lo que es eso."

(...)

Iré a verlo de tu parte -dije, aunque me estremecía de asco ante la perspectiva. Pero Melissa se había quedado dormida con su morena cabeza sobre mis rodillas. Cada vez que algo la perturbaba, buscaba refugio en el mundo sin culpas del sueño, resbalando hacia él con la suavidad y la facilidad de un ciervo o un niño. Deslicé mis manos por debajo del desteñido quimono, acaricié suavemente su pecho, sus delgadas caderas. Se movió apenas, semidormida, murmurando palabras inaudibles, mientras yo la alzaba y la llevaba delicadamente hasta el diván. Me quedé largo rato mirándola dormir.

(Fragmento de Balthazar)

Un gordo se puso a bailar la danza del vientre con movimientos insinuantes de muslos y pelvis, y el grupo empezó a marcar el ritmo batiendo palmas. Salí y pasé delante de la miserable casa donde vivía Melissa, con la vaga esperanza de encontrarla despierta. Sentía necesidad de hablar con alguien; no, quería que alguien me diera un cigarrillo. Eso era todo. Después vendría el deseo de acostarme con ella, de tener en mis brazos ese cuerpo esbelto y tierno, de aspirar su olor agrio de alcohol y humo de tabaco, pensando todo el tiempo en Justine. Pero no había luz en la ventana; o dormía o no había llegado todavía.

"Pero ella estaba dormida (...) Al ser tendida en el baño caliente Melissa despertó sin agitarse..."

(Fragmentos de Mountolive)

En seguida hubo silencio y un solo sollozo seco y cansado. Naruz sintió que le acudían lágrimas a los ojos, pero todavía el embrujo lo retenía: incapaz de moverse, hablar ni siquiera sollozar en voz alta. La cabeza de su padre se inclinó sobre su pecho y la mano en que tenía el revólver cayó con él hasta que Naruz oyó el leve golpe del tambor sobre el piso. Un largo silencio estremecido se hizo en la pieza, en el corredor, en el balcón, en los jardines, por doquiera, el silencio de un alivio que permitía que la sangre aprisionada en el corazón y las venas circulase otra vez. (En alguna parte, suspirando dormida, Leila debía de haberse dado vuelta oprimiendo con sus disputados brazos blancos algún sitio fresco entre las almohadas.) Un solo mosquito zumbó. El embrujo se deshizo.

(...)

El alba rompía detrás de la ventana. Con un súbito impulso, él se fue al cuarto de baño y abrió el grifo. Salió el agua casi hirviendo, borbotando adentro de la bañera con un chistido de vapor. ¡Tenía que ser el hotel del Monte del Buitre para que hubiera agua caliente a esa hora y no a otra alguna! Excitado como un chico, la llamó:

- Melissa, ven a empaparte para sacarte el cansancio de los huesos, o si no, no te llevo a casa.

Pensaba cómo entregar las quinientas libras a Darley y disfrazar el origen del regalo. Nunca debería saber que provenía del epitafio hecho por un rival a la tumba de un copto,

- Melissa -llamó de nuevo. Pero ella estaba dormida.

Entonces la tomó en brazos y la llevó al cuarto de baño. Al ser tendida en el baño caliente, Melissa despertó sin agitarse, como una de esas maravillosas flores de papel japonesas que se abren en el agua. Se echaba lujuriosamente la tibieza del agua sobre los menudos pechos y los muslos que empezaban a ponérsele rosados. Pursewarden se sentó sobre el bidet, con una mano en el agua caliente, y le hablaba mientras despertaba.

"Clea se despereza y cruza las manos sobre la cabeza moviendo hacia atrás el casco de pelo dorado que resplandece..."

(Fragmentos de Clea)

No mucho antes del amanecer me desperté de pronto y la vi de pie, desnuda junto al lecho, con las manos unidas en actitud suplicante, como un mendigo árabe, como una pordiosera. Me sorprendí

- No te pido nada -dijo-, nada sino estar en tus brazos, para consolarme. Tengo la cabeza a punto de estallar esta noche y las drogas no me traen el sueño. No quiero quedar a merced de mi imaginación. Para consolarme, Darley, nada más. Unas caricias, un poco de ternura, es todo lo que pido. Todavía semidormido, le hice un sitio a mi lado con desgano. Ella lloraba, temblaba y siguió murmurando todavía durante un largo rato antes de que lograra calmarla. Por fin se quedó dormida, la oscura cabeza sobre la almohada junto a la mía.

(...)

Recordando aquellos pasajes de terrible perspicacia y profundidad -hay tantos en aquel extraño libro- me volvía hacia Clea dormida y estudiaba su perfil sereno para... devorarla, para beberla íntegramente, sin derramar una sola gota, para mezclar con los suyos los latidos de mi corazón. «Por más cerca que deseamos estar de la criatura amada, así, tan separados permanecemos siempre», escribe Arnauti. Aquella frase no reflejaba ya nuestra verdad. ¿O acaso, confundido por mi propia visión, me estaría engañando una vez más? No lo sabía ni me preocupaba; ya no me dedicaba a rumiar en la mente mis pensamientos, había aprendido a tomar a Clea como quien bebe un transparente sorbo del agua de un manantial.

-¿Me mirabas mientras dormía?

- Sí.

- ¡No debes hacerlo! ¿Qué pensabas?

- Muchas cosas.

- No es leal mirar a una mujer cuando duerme, cuando no está alerta.

- Tus ojos han vuelto a cambiar de color. Fuma.

(Una boca cuya pintura se corría levemente bajo los besos. Las dos comas, como dos pequeñas cúspides, dispuestas siempre a convertirse en hoyuelos cuando las perezosas sonrisas subían a la superficie. Clea se despereza y cruza las manos sobre la cabeza, moviendo hacia atrás el casco de pelo dorado que resplandece a la luz de la bujía. Antes no poseía ese dominio sobre su belleza. Ritmos y gestos recién nacidos, lánguidos sin duda, pero que revelan una nueva y deslumbradora madurez. Una sensualidad límpida no fragmentada ya por titubeos e indecisiones. La chiquilla ingenua de antes se ha transformado en esta hermosa y sorprendente criatura en la que cuerpo y mente parecen integrarse a la perfección. ¿Cómo pudo haber ocurrido esto?)

Lawrence Durrell
(Inglés nacido en India y fallecido en Francia, 1912-1990).

(La traducción de Justine y Balthazar es de Aurora Bernárdez,
la de Mountolive de Santiago Ferrari y la de Clea, de Matilde Horne).

lunes, 24 de junio de 2024

Mirándolas dormir: LA VENGANZA DE CÁNDIDO, de Ramón Rubín

"Más que prisa, empezaba ahora a sentir el temor de que volviese en sí del desmayo."

(
Fragmento)

Pasado un rato debió salir la luna por encima de las cumbres de la sierra, ya que un resplandor que venía de tras la cortina gris de las nubes aclaró algo la noche. No era una claridad extraordinaria. Pero, al menos, Cándido lograba ver ahora las cosas que tenía más cercanas, aunque sólo fuera como bultos, y distinguía más o menos confusos los contornos de aquella mujer. Gracias a ello pudo examinarle la pierna, que encontró quebrada dos veces, e ir al asno, despojarlo de la soga del cabestro y con ella y dos ramas que cortó de unos arbustos, entablillar muy rústicamente la extremidad maltrecha. Terminada esa operación se puso a acariciar las sienes de la mujer tratando de reanimarla. Y, de pronto, aquellas caricias despertaron en su pecho un ansia dormida… Más que prisa, empezaba ahora a sentir temor de que volviese en sí del desmayo. Iba notándose enervado por una extraña emoción sentimental que, poco a poco, le cedía el paso a cierta timorata ansiedad de la carne. Por su mente empezaba a desfilar, agresivo como una daga, el recuerdo de todos los insomnios originados en sus atormentadas inquietudes de célibe. Aunque desvanecida, tenía allí de carne y hueso y a su entera merced a la hembra de sus fantasías de caminante por veredas solitarias… Pero se trataba de algo que, con hallarse tan cerca y tan a su antojo, le infundía un respeto extraño y sobrecogido; algo muy distinto de todo lo imaginado y a lo cual nunca hubiera podido considerar con la misma desaprensión que le inspiraron aquellos dos fantasmas femeninos que, en el mesón del pueblo y en el potrero del viejo Canelas, habían constituido los únicos desahogos de una prepotencia sexual de veintiséis robustos años y servían aún de pretexto a la ilusión de nuevas aventuras. La noche iba aclarando paulatinamente y hasta la lluvia comenzaba a decrecer. Si bien algo revueltas aún, podía distinguir ya las facciones de la mujer. Y su atención se iba volviendo y quedando fija, atraída por una fuerza insuperable, en los labios húmedos, rojos y carnosos como el corazón de una pitaya que, contraídos por un gesto de dolor y agitados por un gemido intermitente, irradiaban una tentación imperiosa… Emergió de ese deslumbramiento cuando pudo notar que la dama volvía en sí. Entonces se retiró asustado, con la celeridad y el sobresalto de quien tiene la conciencia de hallarse a punto de perpetrar un crimen.

Ramón Rubín Rivas (México, 1912-1999).

domingo, 23 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EN EL OJO DE LA TORMENTA, de Patrick White

"... allí estaba acostada esa muchacha, la enfermera que se había ido con él a la cama. Podía escuchar su respiración dormida."

(
Fragmento del capítulo siete)

Sir Basil Hunter estaba roncando. A pesar de que ella jamás se hubiera imaginado caer dormida junto a un hombre desconocido y sin ropa, luego de bostezar se encontró caminando con Col Pardoe, sólo podía ser con él, entre las hamacas verdes de Noamurra que anunciaban con grandes letras impresas en una valla publicitaria: Noamurra da la bienvenida al marido y su esposa, y sus brazos parecían complacidos de confirmar lo que ya sabía.

Basil despertó. La oscuridad que le rodeaba debió alcanzar las profundidades más negras. Tanteó en busca de un vaso para diluir un Alka-Seltzer, no porque tuviera resaca, sino porque era una bebida que lo calmaba y reconfortaba a mitad de la noche; le gustaba creer que para dormir con más inocencia, luego de ingerir el prístino trago. Tanteando a oscuras, encontró su reloj, sólo para recordar que su vista ya no era capaz de reconocer la hora en su carátula luminosa. De modo que comenzó a buscar a tientas hasta toparse con la lámpara, entonces advirtió que no debía encenderla: allí estaba acostada esa muchacha, la enfermera que se había ido con él a la cama. Podía escuchar su respiración dormida.

Patrick White
(Australiano nacido en Inglaterra, 1912-1990). Obtuvo el premio Nobel en 1973.

(Traducido del inglés por Jules Etienne).

sábado, 22 de junio de 2024

Mirándolas dormir: GABRIELA, CLAVO Y CANELA, de Jorge Amado

"Entró despacio y la vio dormida sobre una silla, con los largos cabellos esparcidos..."

Capítulo segundo de la primera parte: Un brasileño de Arabia

(Fragmento de Gabriela adormecida)

Introdujo la llave en la cerradura, resoplando por la subida; la sala estaba iluminada. ¿Habrían entrado ladrones? ¿O tal vez la nueva cocinera habría olvidado apagar la luz?

Entró despacito y la vio dormida sobre una silla, con los largos cabellos esparcidos sobre los hombros. Después de lavados y peinados se habían transformado en una cabellera suelta, negra, encaracolada. Vestía harapos pero limpios, seguramente los que traía en su atadito. Un desgarrón en la pollera dejaba ver un pedazo de muslo color canela, los senos subían y bajaban levemente al ritmo del sueño, el rostro sonreía.

- ¡Mi Dios! -Nacib se quedó parado, sin poder creer. La miraba con un espanto sin límites; ¿cómo se había escondido tanta belleza bajo el polvo de los caminos? Caído el brazo rollizo, el rostro moreno con la placidez del sueño, allí, adormecida en su silla, parecía un cuadro. ¿Cuántos años tendría? El cuerpo era el de una mujer joven, y sus facciones las de una niña.

- ¡Mi Dios, qué cosa! -murmuró el árabe casi con devoción.

Con el sonido de su voz, ella despertó asustada pero luego sonrió, y toda la sala pareció sonreír con ella. Se puso de pie, arreglando con las manos los trapos que vestía, humilde y clara como un rayo de luna.

- ¿Por qué no te acostaste y fuiste a dormir? -fue todo lo que Nacib acertó a decir.

- Como el mozo no me dijo nada...

- ¿Qué mozo?

- El señor... Ya lavé la ropa, arreglé la casa. Después me quedé esperando, y me agarró el sueño. -Tenía la voz cadenciosa de la nordestina.

De ella venía un perfume a clavo de olor, de los cabellos tal vez, quizá del cuello.

- ¿Sabes cocinar, de veras?

Luz y sombra en su cabello, los ojos bajos, el pie derecho alisando el piso como si fuera a salir a bailar.

- Sé, si señor. Trabajé en casa de gente, rica, me enseñaron. Hasta me gusta cocinar... -sonrió y todo pareció sonreír con ella, hasta el árabe Nacib que se dejó caer en una silla.

- Si de verdad sabes cocinar, te voy a pagar un sueldazo. Cincuenta cruzeiros por mes. Aquí pagan veinte, treinta a lo máximo. Si el trabajo te parece pesado, puedes buscarte una muchacha que te ayude. La vieja Filomena no quería ninguna, jamás quiso aceptarla. Decía que no se estaba muriendo para necesitar una ayudante.

- Yo tampoco quiero.

-¿Y del sueldo, que me dices?

- Lo que el patrón me quiera pagar está bien para mí...

Jorge Amado (Brasil, 1912-2001).

viernes, 21 de junio de 2024

Mirándolas dormir: SOBRE HÉROES Y TUMBAS, de Ernesto Sabato

"Y empezó a respirar hondamente, ya dormida. Había dejado caer sus zapatos al suelo..."

(Fragmento del capítulo XI)

Mientras él se sentaba, ella, sin agua, tragaba las dos píldoras. Luego se recostó en la cama, con las piernas encogidas cerca del muchacho.

- Tengo que descansar un momento -explicó, cerrando los ojos.

- Bueno, entonces me voy -dijo Martín.

- No, no te vayas todavía -murmuró ella, como si estuviera a punto de dormirse-; después seguiremos hablando..., es un momento...

Y empezó a respirar hondamente, ya dormida.

Había dejado caer sus zapatos al suelo y sus pies desnudos estaban cerca de Martín, que estaba perplejo y todavía emborrachado por el relato de Alejandra en la terraza: todo era absurdo, todo sucedía según una trama disparatada y cualquier cosa que él hiciera o dejara de hacer parecía inadecuada.

"Martín veía sus pechos desnudos entre la blusa entreabierta."

(Fragmento del capítulo XVII)

Sentado al borde de la cama, lleno de confusión, de miedo, Martín veía sus pechos desnudos entre la blusa entreabierta. Por un instante pensó que de algún modo, él, Martín, estaba de verdad siendo necesario a aquel ser atormentado y sufriente. Entonces cerró la blusa de Alejandra y esperó. Poco a poco la respiración de ella empezó a ser más acompasada y regular, sus ojos se habían cerrado y parecía adormecida. Así pasó más de una hora. Hasta que, abriendo los ojos y mirándolo, pidió un poco de agua. Sostuvo con uno de sus brazos a Alejandra y le dio de beber.

- Apagá esa luz -dijo ella.

Martín la apagó y volvió a sentarse a su lado.

- Martín -dijo Alejandra con voz apagada-, estoy muy, muy cansada, quisiera dormir, pero no te vayas. Podes dormir aquí, a mi lado.

Él se quitó los zapatos y se acostó al lado de Alejandra.

- Sos un santo -dijo ella, acurrucándose a su lado.

Martín sintió cómo de pronto ella se dormía, mientras él trataba de ordenar el caos de su espíritu. Pero era un vértigo tan incoherente, los razonamientos resultaban siempre tan contradictorios que, poco a poco, fue invadido por un sopor invencible y por la sensación dulcísima (a pesar de todo) de estar al lado de la mujer que amaba.


Ernesto Sabato (Argentina, 1911-2011).

jueves, 20 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EL PALACIO DEL DESEO y ENTRE DOS PALACIOS, de Naguib Mahfuz

"...había pasado la noche en la sala de visitas (...) despierta y sufriendo delirios febriles la mayor parte de la noche, y dormida con un sueño pesado, enfermizo e inquieto..."

Entre dos palacios (1956)

(Fragmento del capítulo 58)

No había llorado de celos, o quizás estos se ocultaban de momento tras espesos velos de repugnancia y cólera, como se oculta el fuego tras las nubes de humo. Era como si ella hubiera llegado a preferir la muerte a quedarse con él bajo un mismo techo, aunque fuera un solo día, después de lo que había pasado. En efecto, había abandonado su alcoba y había pasado la noche en la sala de las visitas, despierta y sufriendo delirios febriles la mayor parte de la noche, y dormida con un sueño pesado, enfermizo e inquieto el resto del tiempo. Se despertó por la maña- na, totalmente decidida a irse de la casa. Quizás esta decisión fue la única en la que encontró un calmante para sus sufrimientos.

"... llegó al dormitorio, a la luz de la lámpara de la sala. Echó una mirada sobre la cama y la vio dormida."

El palacio del deseo
(1957)

(Fragmento del capítulo 38)

El ardor de Yasín remitió al encontrarse solo en el coche, tras la marcha de Kamal. Parecía estar meditando a pesar de su borrachera. Había pasado de la una, y hacía tiempo que se había entrado en esa parte de la noche en que se empieza a ser sospechoso, sobre todo, cuando podría encontrarse a Zannuba que, o bien estaría ya levantada esperándolo encolerizada, o bien se levantaría en cuanto llegara. En todo caso, la noche no pasaría en paz, o al menos, en completa paz.

Dejó el coche en la desviación de Qasr el-Shawq y penetró en las oscuras sombras, encogiendo sus anchos hombros con indiferencia y diciéndose a sí mismo en voz baja: «Yasín no tiene por qué inquietarse por una mujer». Repitiéndose estas pala- bras, subió los escalones, mientras se guiaba en las tinieblas por la balaustrada. A pesar de haberse repetido esas palabras, no estaba completamente tranquilo. Abrió la puerta y entró, luego llegó al dormitorio, a la luz de la lámpara de la sala. Echó una mirada sobre la cama, y la vio a ella dormida. Cerró la puerta para impedir que entrara la suave luz que provenía de la sala. Empezó a quitarse la ropa despacio y con precaución, tranquilizándose al verla profundamente dormida. Mientras tanto, en su mente, trazaba un plan para deslizarse dentro de la cama.

- ¡Enciende la lámpara -le llegó una voz- para que mis ojos se alegren al verte!

Volvió su cabeza hacia la cama y sonrió con resignación. Después preguntó como sorprendido:

- ¿Estás despierta? Creía que estabas dormida. No deseaba molestarte.

Naguib Mahfuz
(Egipto, 1911-2006). Obtuvo el premio Nobel en 1988.

(El palacio del deseo fue traducido al español por María Dolores López Enamorado, quien también
formó parte del equipo de cinco personas que realizó la traducción colectiva de Entre dos palacios).

miércoles, 19 de junio de 2024

Mirándolas dormir: LOS HEREDE- ROS, de William Golding

"... la cara de ella era como la de una mujer dormida que lucha con un sueño terrible."

(
Fragmento del capítulo 8)

Lok bostezó y se reclinó en el hueco de la copa del árbol, donde estaba a cubierto de las miradas de la gente. El campamento no era más que una fluctuación de la luz reflejada en los árboles. Miró a Fa, invitándola a dormir a su lado. Lok le veía la cara y los ojos que espiaban a través de la hiedra y no parpadeaban. Tan absorta estaba Fa en su vigilancia que cuando Lok le tocó la pierna con la mano no dejó de mirar. Lok vio entonces que Fa abría la boca y que la respiración se le aceleraba. Fa apretó la madera podrida del árbol muerto. La madera se cascó y desmenuzó convirtiéndose en una pulpa húmeda. A pesar de sentirse tan cansando eso interesó a Lok y lo asustó un poco. Tuvo la imagen de un nuevo que subía al árbol, y echándose hacia atrás comenzó a apartar las hojas. Fa lo miró de soslayo y la cara de ella era como la de una mujer dormida que lucha con un sueño terrible. Tiró de la muñeca de Lok y lo obligó a echarse. Luego lo tomó por los hombros y ocultó la cara en el pecho de él. Lok la abrazó, y el Lok exterior sintió un placer cálido. Pero Fa no quería jugar. Se arrodilló otra vez y puso la cabeza contra el pecho de Lok mientras Lok sentía en la mejilla los latidos apresurados del corazón de ella. Trató de ver qué la asustaba tanto, pero Fa lo sujetó y Lok sólo pudo ver el ángulo del mentón de Fa y los ojos abiertos, abiertos constantemente, y vigilantes.

La pelusilla volvió a la cabeza de Lok y el cuerpo de Fa estaba caliente. Lok cedió, pues sabía que Fa lo despertaría cuando la gente durmiera y pudieran huir con las niñas. Se acurrucó en los brazos de Fa, y dejó que la pelusilla que flotaba ahora en la oscuridad se transformase en todo un mundo de sueño agotado.

William Golding
(Inglaterra, 1911-1993). Obtuvo el premio Nobel en 1983.

(Traducido al español por Luis Echávarri).

martes, 18 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EL VALLE DEL ISSA, de Czeslaw Milosz

"Tomás está sentado debajo de un peral y aspira el perfume de las peras marrones, arrugadas, caídas a tierra: olor a jardín que se marchita."

(
Fragmento inicial del capítulo 66)

Tomás tenía trece años cumplidos cuando hizo un descubrimiento: a una auténtica aflicción suele seguirle una auténtica alegría, y entonces uno olvida cómo era el mundo cuando esa alegría no existía.

La escarcha cubre las flores de los coronados. Un herrerillo levanta el vuelo desde una ramita, en cuyo extremo se insertan unas bolitas blancas, y la deja oscilando. Frente a la ventana de la habitación que antes ocupaba la abuela Dilbin, Tomás está sentado debajo de un peral y aspira el perfume de las peras marrones, arrugadas, caídas a tierra: olor a jardín que se marchita. Miró las contraventanas. No, era todavía demasiado pronto. Aún debe estar dormida. ¿Y si ya estuviera despierta? Se acercó a la contraventana y levantó con precaución la falleba, pero en seguida retiró la mano.

Su nueva inquietud: ¿acaso la merecía realmente, pese a todo lo que se ocultaba en él? Si entre ellos había una cesta de frutas, elegía la peor para que ella no la cogiera. Cuando ponía la mesa, vigilaba que a ella no le tocaran platos desportillados (casi todos lo estaban); colocaba el tenedor y se detenía a pensar, pues le parecía que el suyo era demasiado bueno y a ella le habían dado uno más usado, y lo cambiaba rápidamente. Despertarla, sí, ¡cuánto le habría gustado hacerlo!, pero sería egoísmo de su parte.

Czeslaw Milosz
(Polaco nacido en Lituania, 1911-2004). Obtuvo el premio Nobel en 1980.

(Traducido del polaco por Anna Rodón Klemensiewich).

lunes, 17 de junio de 2024

Mirándolas dormir: DORMIDA y EVA, de Odysseas Elytis

"¡Es rubia cada página de tu sueño y según mueves tus dedos un incendio se esparce dentro de mí con vestigios tomados del sol!"

Dormida

La voz se corta en el trémulo viento y en sus árboles ocultos tú respiras
¡Es rubia cada página de tu sueño y según mueves tus dedos un incendio se esparce
Dentro de mí con vestigios tomados del sol! Y propicio sopla el mundo de las
imágenes
Y el mañana exhibe totalmente desnudo su pecho marcado por la inmutable estrellla
Que anochece la mirada cuando va a agotar un firmamento
Oh, no florezcas más en los párpados
Oh, no remuevas más en las matas del sueño
Sabes que súplica en los dedos el aceite enciende que guarda los portales del alba
Qué fresca revelación susurra en la espera el recuerdo convertido en hierba
Allí donde tiene esperanza el mundo ¡Allí donde el hombre no quiere ser hombre
en soledad y sin ningún Destino!

"Cortan los labios del día tu cabeza enfrentada a la soledad del sueño."

Eva

Te abandonas con ola en el silencio
Que asola mi habitada esperanza

Una antorcha al lado de la hoguera
Apuesta de los vientos nocturnos
Una marcha de sombra a la orilla de la Quimera
Una habitación
Habitación de hombres sencillos
Un misterio
Lavado y tendido en la mirada que deleita

En tu mirada o en la altura de su sol
Toda mi vida se vuelve una palabra
Todo el mundo tierra y agua
Y todas las llamas de mis dedos
Violan los labios del día
Cortan los labios del día
Tu cabeza

Enfrentada a la soledad del sueño.

Odysseas Elytis
(Grecia, 1911-1996). Obtuvo el premio Nobel en 1979.

(Traducido al español por Ramón Irigoyen).

sábado, 15 de junio de 2024

Mirándolas dormir: HOMO FABER, de Max Frisch

"Era una cabeza de muchacha, de piedra (...) la podía mirar por encima como se mira el rostro de una mujer dormida..."

(
Fragmento de la primera etapa)

Cabeza de una Erinia dormida

Éste sí que fue un descubrimiento (en la misma sala lateral de la izquierda) sin la ayuda de ningún sacerdote bávaro, de todos modos, yo no sabía el título, pero no me importaba; al contrario, muchas veces me estorban los títulos porque, en general, tampoco me dicen nada los nombres clásicos; más bien me dan la sensación de que me estoy examinando... Aquello era magnífico, verdaderamente, magnífico, impresio- nante, muy impresionante, Era una cabeza de muchacha, de piedra, colocada de tal forma que se la podía mirar por encima como se mira el rostro de una mujer dormida cuando uno se apoya sobre el codo.

«¿Qué debe de estar soñando?»

Es posible que ésa no sea la buena manera de contemplar una obra de arte, pero a mí me interesaba más eso que saber si era del siglo cuarto o del siglo tercero antes de Jesucristo... Cuando me acerco de nuevo a mirar el nacimiento de Venus, dice ella, de pronto: «¡No te muevas!» Tengo que quedarme donde estaba. «¿Qué pasa?», pregunto. «¡No te muevas!», repite. «Cuando tú estás ahí, la Erinia es mucho más hermosa, parece mentira lo que cambia.» Tengo que convencerme por mí mismo. Sabeth insiste en que cambiemos de sitio. Efectivamente, no es lo mismo, pero no me extraña: cuestión de iluminación. Cuando Sabeth (o cualquier otra persona) está junto al nacimiento de Venus se producen unas sombras y el rostro de la Erinia dormida, al que le llega la luz por un solo lado, parece de pronto mucho más animado, más viviente, casi salvaje.

Max Frisch (Suiza, 1911-1991).

(Traducido al español por Margarita Fontseré).
La ilustración corresponde a Erinia dormida, también conocida como Furia de Ludovisi,
pieza esculturórica romana del siglo II que se encuentra en el Palazzo Altemps, de Roma. 

viernes, 14 de junio de 2024

Mirándolas dormir: BOMARZO, de Manuel Mujica Láinez

"Y sólo entonces se me ocurrió enrostrarle lo que llamé descaro (...) La niña gentil, la mujer provocante, se convirtió en una diosa agraviada."

(
Fragmento del capítulo VII: Bodas en Bomarzo)

Ella me acariciaba también evitando que sus manos rozaran mi espalda, quizás con asco, quizás con cierta indulgencia, con cierta indiferencia, porque procedía como yo de una vieja casta y, en los linajes muy gastados por el tiempo, muy usados por los artificios decadentes, lo inhabitual, lo que entre otros puede resultar motivo de una ruptura inmediata, es asunto que se considera como entre cómplices, herederos de similares desconciertos, pues en esa atmósfera todo se torna más complejo y más extraño. Era el medio en el cual Julia Gonzaga había acompañado con su virginidad, hasta su muerte, a su marido Vespasiano Colonna; el medio en el cual Guidobaldo de Montefeltro y su mujer habían sobrellevado, sin ser santos, sus nupcias blancas. Pero tal vez yo pensaba así ante el horror de un escándalo que pondría de manifiesto una tara más del duque de Bomarzo. ¿Qué sabía yo de lo que andaba por la cabeza de Julia, en momentos en que me afanaba inútilmente, apretando los dientes, sacudién- dola, torturándola, torturándome, buscando de suplir con mi boca lo que no lograba de otro modo?; ¿qué sabía yo, desarmado, echado sobre aquel cuerpo hermoso y frío? Le hablé groseramente de las victorias que había obtenido en ese campo. Di nombres que para ella nada significaban, a fin de acreditar mi poder. Me porté como un rústico, después de portarme como un deleznable incapaz. Y sólo entonces se me ocurrió enrostrarle lo que llamé descaro. Sólo entonces -y no porque me perturbara esencialmente el atrevimiento de su actitud, sino porque lo utilicé como un pretexto para disculpar la mía- atiné a acusarla de prácticas y conocimientos previos en la materia que nos reunía sobre el lecho tumultuoso. La colera la inflamó, bajo el insulto. La niña gentil, la mujer provocante, se convirtió en una diosa agraviada. Ejercía igual dominio sobre el registro majestuoso y sobre el registro sensual y cuando se le antojaba exteriorizaba hasta qué punto era la sobrina del cardenal Alejandro Farnese. Debo decir que se defendió muy bien, que infundió tal verosimilitud a sus palabras, aludiendo a su inocencia y a su solo deseo de hacerme feliz, brindándome cuanto poseía, que me obligó a excusarme, a apelotonarme, a postrarme a sus pies, pues de repente temí haber empeorado mi situación con un error gravísimo y haberlo perdido todo con un desacierto más. Eso colmó mi humillación. Para reconquistar por lo menos su amistad y obtener una prórroga de su confianza, recurrí a las adulaciones serviles, como si yo no fuera el duque y el gran señor que pretendía y que la había recibido en su castillo con tan noble pompa, entre los próceres de Italia, sino un villano vulgar, un esclavo, hasta que cedió su tensión y reanuda- mos nuestras frustradas caricias. Por fin, rendido, cubierto de sudor, caí en letargo.

"Ella continuaba dormida, abandonada. (...) si no había podido poseer a la mujer viva, en cambio había poseído su imagen."

Soñé que descendía con Julia hasta el bosque de las rocas, el futuro Sacro Bosque. Íbamos ambos apartando ramajes, entre los olmos, las encinas, los tamarindos, los sauces, en medio de cuya trabazón se revelaban los peñascos fantasmales con priápica insolencia. Había allí una numerosa compañía de hombres y mujeres desnudos, semejantes a los seres infernales que pueblan las tumbas etruscas. Nos incorporábamos a sus danzas, a sus manejos eróticos, a sus violentos abrazos, en el vertiginoso aquelarre, y nos desplomábamos, fundidos el uno con el otro, en el centro de esos apilados cuerpos de recios colores, pintados con los ocres del óxido de hierro, con los negros del carbón vegetal, con los azules del lapislázuli, que giraban alrededor de un demonio de cerámica. Yo estiraba las manos, braceando como un nadador presto a hundirse, y tropezaba con un duro pecho femenino, con una pierna, con un sexo de hombre. Era como si nadara en un río espeso de cuerpos policromos, confundidos, entrelazados, en el cual era imposible separar los miembros y las cabezas, porque entre todos componían un solo monstruo inmenso que se desplazaba como un lento río caliente, bogando a la sombra de los árboles luctuosos y de las rocas lascivas. Julia era mía, por fin. Tan agudo fue el espasmo que desperté gritando. Ella continuaba dormida, abandonada. Vi, con amargura, que si no había podido poseer a la mujer viva, en cambio había poseído a su imagen.

Manuel Mujica Láinez
(Argentina, 1910-1984).

jueves, 13 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EL MAR DE LAS SIRTES, de Julien Gracq

"... subiéndose siempre la sábana con un rápido gesto de frío (...) parecía alejar de ella la inminencia de una ola enorme."

(
Fragmento de Nochebuena)

A veces la observaba durmiéndose a mi lado, apartándose insensiblemente de mí como de una orilla, alejándose mar adentro con una respiración más amplia y como arrollada por una ola de fatiga dichosa; se distanciaba de mí, subiéndose siempre la sábana con un rápido gesto de frío; el hombro, por el que se escurría su cabellera de ahogada, levantaba la sábana y parecía alejar de ella la inminencia de una ola enorme; la sepultaba la gran extensión solemne de la cama, se la llevaba con todo su caudal silencioso; junto a ella, apoyado en un codo, tenía la impresión de ver emerger de ola en ola, entre dos aguas, el derivar de aquella cabeza cada vez más pesada, más perdida y lejana. Miraba a mi alrededor con una sensación repentina de frío y soledad, bajo la luz cenicienta de claraboya triste que flotaba en la estancia con la reverberación del canal; me parecía que el flujo que me llevaba acababa de retirarse hasta su límite más bajo y que la habitación se vaciaba poco a poco por el agujero negro de aquel sueño poblado de pesadillas. Vanessa, con su impudor altivo y su despreocupación de princesa, nunca cerraba las altas puertas de su cuarto; en la semioscuridad que caía como una fina ceniza del rescoldo de aquellas breves jornadas, quebrantados los miembros y lleno de congoja el corazón, me parecía sentir en la piel desnuda como un soplo frío que atravesaba todas aquellas salas altas y destartaladas; era como si nos hubiera dejado allí el torbellino de un saqueo, agazapados en un rincón, como si, a pesar mío, escucharan mis oídos en la oscuridad, intentando sorprender a lo lejos, desde el fondo de aquel silencio vigilante de ciudad sitiada, la ráfaga de una cacería salvaje. Un malestar me obligaba a ponerme en pie en mitad del cuarto; me parecía sentir entre los objetos y yo algo así como un imperceptible incremento de distancia y el leve retroceso de una hostilidad insalvable y triste; buscaba a tientas un apoyo familiar que le fallaba de pronto a mi equilibrio, así como se abre un vacío ante nosotros en medio de amigos enterados ya de una mala noticia. Mi mano, a pesar suyo, estrechaba el hombro de Vanessa, que despertaba amodorrada de su sueño; debajo de mí, en su rostro inclinado hacia atrás, veía flotar sus ojos de un gris más pálido, como acurrucados al fondo de una curio- sidad oscura y dormida -aquellos ojos me aprisionaban, me arrastraban como a un buceador hacia sus reflejos viscosos de aguas profundas-; se abrían sus brazos y me asían a tientas en la oscuridad; y yo me hundía con ella en el agua plomiza de un estanque triste con una piedra atada al cuello.

Julien Gracq: Louis Poirier
(Francia, 1910-2007).

(Traducido al español por José Escué).

miércoles, 12 de junio de 2024

Mirándolas dormir: PUEDO MIRAR y SONETOS A LA VIRGEN, de José Lezama Lima

"Si se acerca dormida, extensa y prolongada, entre sábanas que su gloria envuelven..."

Puedo mirar

Puedo mirar tus manos preferidas
y el acanto de tus sienes redoradas.
Puedo mirar las aves sepultadas
por las frías guirnaldas otoñales.
Quiero mirar láminas de arena
y sus precisos fuegos rodadores.
Estoy mirando tu pregunta preferida.

Vuelan guirnaldas y más arenas ruedan,
mejor que en esa pregunta diferente
-carroza de mariscos y delfines-
que corría entre consejos de oro,
tibia, vuelta y renacida,
iris tan terco,
que me obligaba a señalar los ríos
en el mapa de tu recuerdo,
frío, desordenado por el viento.

Si se acerca, dormida,
extensa y prolongada,
entre sábanas que su gloria envuelven
y dulces la proclaman,
abstrayéndose en blanco, prolongándose
en celeste llamada a tu blancura.
Si despierto, tropiezo,
en el halo que tu respiración empaña
y en aquella nueva humedad
que pervierte el encantado
tacto y es la caricia al fervor.

Si dormido,
esa reciente concha y medialuna,
flecha de tu pregunta adormilada,
ni divierte ni extiende,
sillar semimoviente y hojas despedidas
hacia el centro de tu ciudad
rendida, golpeada
por tu fuga y mi fuga.

Estoy mirando tu pregunta preferida.

Sonetos a la virgen

I

Deípara, paridora de Dios. Suave
a giba del engañado para ser
tuvo que aislar el trigo del ave, el ave
de la flor, no ser del querer.

El molino, Deípara, sea el que acabe
la malacrianza del ser que es el romper.
Retuércese la sombra, nadie alabe
la fealdad, giba o millón de su poder.

Oye: tú no quieres crear sin ser medida.
Inmóvil, dormida y despertada, oíste
espiga y sistro, el ángel que sonaba,

la nieve en el bosque extendida.
Eternidad en el costado sentiste
pues dormías la estrella que gritaba.

José Lezama Lima
(Cuba, 1910-1976).

martes, 11 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EL CIELO PROTECTOR, de Paul Bowles

"... se detuvo un momento delante de la puerta del cuarto, sin ánimo de entrar. «Es una cárcel», pensó.»"

(Fragmentos del capítulo XXII)

- ¿Quiere algo, madame?

- Necesito que alguien venga conmigo al mercado y me ayude a comprar unas mantas.

- Ah, je regrette, madame. No hay nadie en el destacamento que pueda hacerle ese servicio y no le aconsejo ir sola. Pero si quiere, puedo mandarle algunas mantas de mi casa.

Kit le agradeció efusivamente. Volvió al patio interior y se detuvo un momento delante de la puerta del cuarto, sin ánimo de entrar. «Es una cárcel», pensó. «Soy una prisionera, ¿y por cuánto tiempo? Sabe Dios.» Entró, se sentó en una maleta junto a la puerta y se quedó mirando el suelo. Después se levantó, abrió una maleta, sacó una gruesa novela francesa que había comprado antes de salir para Boussif y trató de leer. Cuando llegó a la quinta página oyó a alguien que atravesaba el patio. Era un joven soldado francés que traía tres espesas mantas de pelo de camello. Se puso de pie y haciéndose a un lado para dejarlo entrar, dijo: «Ah, merci. Comme vous etes aimable!» Pero el soldado se quedó en la puerta, con los brazos tendidos para alcanzarle las mantas. Ella las tomó y las dejó en el suelo, a sus pies. Cuando levantó la mirada, el soldado se había ido. Lo siguió un instante con los ojos y después se puso a reunir entre sus ropas varias prendas que podían servir de base para poner encima las mantas. Finalmente se hizo una yacija, se tendió y descubrió con agra- dable sorpresa que era confortable. Sintió de golpe un deseo invencible de dormir. Faltaba una hora y media para que Port tomara su medicamento. Cerró los ojos y por un instante estuvo de vuelta en el camión que la llevaba de El Ga'a a Sbâ. Arrullada por la sensación de movimiento, se durmió en seguida.

(...)

"«¿Sí?», dijo Kit con los ojos dilatados. Pero él no contestó. Al cabo de un largo rato Kit se deslizó subrepticiamente bajo las mantas y se quedó dormida."

En la luz pálida, enfermiza del alba, Kit oyó que Port empezaba a sollozar. Electri- zada, se sentó y miró al rincón donde estaba la cabeza de él. El corazón le latía muy rápido, activado por una extraña emoción que no podía identificar. Escuchó un rato, decidió que lo que sentía era compasión, e inclinándose se le acercó. Los sollozos salían mecánicamente, como hipos o eructos. Poco a poco la excitación se desvane- ció, pero se quedó sentada, escuchando atentamente los dos sonidos al mismo tiempo: los sollozos dentro del cuarto y el viento afuera. Dos sonidos impersonales, naturales. Después de un silencio repentino, breve, le oyó decir claramente: «Kit, Kit.» «¿Sí?», dijo Kit con los ojos dilatados. Pero él no contestó. Al cabo de un largo rato Kit se deslizó subrepticiamente bajo las mantas y se quedó dormida. Al despertar ya era la mañana. Los rayos inflamados de un sol distante caían a través del polvo fino del aire; el viento insistente parecía a punto de llevarse la poca luz que llegaba.

Se levantó y anduvo por la habitación entumecida de frío, tratando de remover lo menos posible el polvo mientras se lavaba. Pero todo estaba cubierto por una espesa capa de arena. Tenía conciencia de que algo le fallaba, como si toda una parte de su cerebro estuviera inerte. Sentía la falta: una enorme mancha ciega en su interior, pero no podía localizarla. Y veía como desde lejos los torpes gestos de sus manos en contacto con los objetos y las ropas. «Esto tiene que terminar», se dijo. «Esto tiene que terminar.» Pero no sabía exactamente qué quería decir. Nada podía terminar; todo seguía, siempre.
(...)

No apareció nadie. Entró tropezando en varias habitaciones como nichos vacíos, pero descubrió un pasillo que llevaba a la cocina. Zina estaba acurrucada en el suelo, pero Kit no consiguió hacerle entender lo que quería. La vieja le indicó con gestos que iría a buscar al Capitán Broussard. De vuelta en la semioscuridad, Kit se tendió en su jergón, tosiendo y frotándose los ojos para quitarse la arena. Port seguía durmiendo.

Ella misma estaba dormida cuando llegó. El Capitán se retiró la capucha del albornoz de pelo de camello, lo sacudió y cerró la puerta, tratando de ver en la oscuridad. Kit se puso de pie. Intercambiaron las preguntas y respuestas de rigor sobre el estado del paciente, pero cuando ella le habló de la leche, el Capitán se limitó a mirarla compasivamente. Toda la leche en lata estaba racionada y era sólo para las mujeres con niños pequeños.

Paul Bowles (Estadounidense fallecido en Marruecos, 1910-1999).

(Traducido al español por Aurora Bernárdez).
La ilustración inferior corresponde a Debra Winger y John Malkovich en un fotograma de la adaptación
al cine de la novela: Refugio para el amor  (The Sheltering Sky, 1990), dirigida por Bernardo Bertolucci.