(Fragmento del capítulo XII)
Una vez, al separarse los grupos para dar paso a jugadores nuevos, pudo ver con toda claridad a su padre; el súbito y extraño envejecimiento de su demacrado rostro, que el reflejo de las lámparas ponía verde, la llenó de vaga intranquilidad.
- ¡Qué pálido está !... ¿Qué le sucede? ¿Estará perdiendo? -pensó.
Se puso, luego, de pie, y miró ávidamente, pero ya la multitud había cerrado el cerco junto a las mesas... Hizo un gesto de desasosiego.
- ¡Por vida!... ¿Me acercaré?... No; la persona interesada en el juego da mala sombra.
Buscó por la sala; vió a un joven desconocido que paseaba llevando del brazo a una bella mujer, casi desnuda, y le hizo una seña, imperiosamente.
- ¡ Oiga ! . . . ¡ A usted, sí ! ... ¿Gana ese viejo de Golder?...
- No, quien gana es el otro viejo .feo, Donovan -contestó la mujer nombrando a un jugador ilustre en las timbas del mundo entero.
Joyce tiró con rabia el pitillo.
- ¡Es preciso, es preciso que gane! -murmuró con desesperación-. ¡Quiero mi auto! ¡Lo quiero! Necesito irme a España con Alé... ¡Solos, libres! Nunca he dormido una noche entera conél, en sus brazos ... ¡ Alé de mi vida!... ¡Tiene que ganar! ¡Dios mío, haz que gane!...
Transcurría la noche. A su pesar, Joyce dejó caer la cabeza sobre uno de sus brazos. El humo le irritaba los ojos.
Oyó vagamente, como desde las profundidades de un sueño que alguien se reía, indicándola.
- ¡Mira! jJoycita, que se ha dormido! ¡Qué hermosa es!
Se sonrió; acarició sus perlas con un movimiento suave del cuello y se quedó profundamente dormida. Poco después, entreabrió los ojos; las vidrieras del Casino estaban cada vez más pálidas y sonrosadas.
Hizo un esfuerzo para levantar la cabeza, que le pesaba, y miró. Había menos gente. Golder seguía jugando. Alguien dijo:
- Ahora gana. Había perdido cerca de un millón.
Salía el sol, Joyce volvió instintivamente la cara hacia la luz y siguió durmiendo. Era ya muy de día cuando notó que la zarandeaban. Se despertó, tendió las manos y las cerró al sentirlas llenas de billetes prensados, arrugados, que su padre, de pie ante ella, le metía por entre los dedos.
Irène Némirovsky
(Francesa nacida en Ucrania y fallecida en Auschwitz, 1903-1942).
(Traducido al español por J. Campo Moreno).
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