"... se desprende de sus zapatos dorados y se tiende en la cama (...) Respira hondamente dos o tres veces y se queda dormida."
(Fragmento del capítulo 19)
- ¡Ven! -dice, de repente, Isabelle.
Titubeo unos instantes, pero por nada del mundo diría, ahora, que no. La sigo y subo con ella la escalera. Se dirige a su habitación sin mirar a su alrededor. Me detengo en la puerta. Rápidamente se desprende de sus zapatos dorados y se tiende en la cama.
¡Ven, Rudolf! -insiste.
Me siento junto a ella. No quiero volver a decepcionarla, pero no sé qué hacer ni qué podría decir en el caso de que una de las hermanas o Wernicke entrara en la habitación.
- ¡Ven! -repite Isabelle, tendiéndome los brazos.
Me trepo en la silla e Isabelle se abraza a mí.
- ¡Por fin! -murmura-. ¡Rudolf! -respira hondamente dos o tres veces y se queda dormida.
Las tinieblas han invadido el cuarto. Oigo la respiración de Isabelle y, de vez en cuando, murmullos de la habitación contigua. De repente se despierta, sobresaltada. Bruscamente me rechaza y percibo que su cuerpo se ha atiesado. Contiene su aliento.
- ¡Soy yo, Isabelle! -le digo-. ¡Yo, Rudolf!
- ¿Quién?
- Yo, Rudolf. No me he separado de tu lado.
- ¿Has dormido aquí?Su voz ha cambiado. Es aguda, jadeante.
- He estado aquí, a tu lado.
- ¡Vete! -bisbisea-. ¡Vete al instante!
Ignoro si me ha reconocido.
- ¿En dónde está el interruptor de la luz? -le pregunto.
- ¡No enciendas la luz! ¡Por favor! ¡Vete, vete!
Me pongo de pie y me dirijo a la puerta.
- No tengas miedo, Isabelle -le digo.
Se agita en la cama como si tratara de cubrirse el cuerpo con la colcha.
- ¡Por favor, vete! -musita con voz alterada-. De lo contrario ella te verá, Ralph. ¡Rápido!
Cierro tras mí la puerta y bajo la escalera.
Erich María Remarque
(Alemán fallecido en Suiza, 1898-1970).
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