"... y ella yacía con los ojos cerrados, casi dormida, en un baño de espuma químicamente enriquecida."
(Fragmento)
«¡Qué tonta soy -pensó-, qué tonta!» Pero no fue la perspectiva de
sus zapatos demasiado grandes y enlodados lo que la disuadió de llamar a su puerta, fue
simple- mente su nombre en la tarjeta, sujeta entre cuatro pequeños triángulos de
latón, lo que la hizo dudar.
Regresó a su habitación contigua, aliviada como lo estaría cualquiera por haber evitado el riesgo de
exponerse. Comenzó el ritual que acostumbraba a la hora de acostarse -un largo proceso para ella-, pero sabía que no dormiría si no lo hacía. «Primero me daré un
baño», pensó, «y luego una pastilla para dormir». El insomnio solía ser su problema.
El agua todavía estaba caliente (en algunas casas de campo se enfriaba
después de medianoche) y ella yacía con los ojos cerrados casi dormida, en un baño de espuma químicamente enriquecida. «¡Oh, morir así!», pensó, aunque no lo decía en serio. Algunas de sus neurosis las había logrado
superar -como era el caso de la claustrofobia que le provocaba viajar en un tren lleno de gente, por ejemplo-, y
otras no. Una amiga suya había muerto en su baño de un infarto. Había una
campana encima de la bañera -como solía ser la costumbre-, pero cuando llegó la
ayuda ya era demasiado tarde.
No había ningún timbre sobre este baño, suponiendo que hubiera alguien
para abrir, pero Mildred tenía como principio dejar la puerta del baño
entreabierta. Si alguien entraba -tant pis-, gritaba y el intruso, hombre o
mujer, por supuesto retrocedía.
Era bien sabido que un baño caliente es bueno para los nervios: ¡resulta tan
útil tener autorización médica para algo que uno quiere hacer!
Mildred estaba disfrutando del agua aromática de color verde pino, con
sus extremidades confusas pero todavía de color rosa pálido, cuando apareció
una sombra en la brillante pared blanca frente a ella. Podría haber sido
alguien que ella conocía, pero ¿quién puede ser capaz de reconocer una sombra?
Mildred tenía la costumbre, a diferencia de la mayoría de la gente, de
bañarse con la cabeza del lado de los grifos, y la sombra de enfrente, en la
reluciente pared, se hizo más grande y más oscura.
«¿Qué quieres?» -preguntó, sintiendo cierta seguridad física bajo su
opaca capa de espuma.
«Te
quiero?, respondió la sombra.
Sin embargo, ¿había hablado realmente? ¿O era una voz que escuchaba entre sueños? No se oía ningún ruido, ninguna otra señal, sólo la impresión de la cara en la pared que a cada momento se tornaba más vívida, hasta que sus labios se abrieron de repente, como las branquias de un pez, hacia su hocico.
Nadie sabe cómo se comportará ante una crisis. Midred saltó de la bañera gritando: «¡Largo de aquí!» Y por primera vez en muchos años cerró la puerta del baño.
Leslie Poles Hartley (Inglaterra, 1895-1972).
(Traducido del inglés por Jules Etienne).
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