"... a mitad de la noche, abría la puerta, entraba y durante algunos momentos clavaba su penetrante mirada en Angélica, que estaba dormida..."
El huésped siniestro
(Fragmento)
- Así, pues, me veo forzada a creer -comenzó a decir lentamente la coronela- en cosas contra las que se rebela lo más íntimo de mi ser. Pero lo que ciertamente me resultaba muy extraño era cuan presto se había olvidado Angélica de Moritz y se había vuelto hacia el conde. No se me ha escapado que continuamente se encontraba en un estado de exaltación enorme, que me tenía muy preocupada. Recuerdo que la inclinación de Angélica comenzó a manifestarse del siguiente modo: ella me decía que casi todas las noches soñaba con el conde y que eran sueños muy agradables.
- Cierto -continuó Dagoberto-, Margarita me confesó que por orden de aquél todas las noches se acercaba a Angélica y pronunciaba a su oído el nombre del conde, suave, suavemente, con voz agradable. Incluso que el mismo conde muchas veces, a mitad de la noche, abría la puerta, entraba y durante algunos momentos clavaba su penetrante mirada en Angélica, que estaba dormida, alejándose luego.
El castillo desierto
(Fragmento)
Bajaron el féretro y cuando la tierra empezó a cubrirle, haciendo un sordo ruido, se apoderó de mí una amarga tristeza como si acabasen de meter bajo aquella tierra a mi mayor amigo.
Ya me disponía a subir la colina, en cuya cumbre estaba situado el castillo, cuando el cura se me acercó y le pregunté acerca del muerto que acababan de enterrar. Era el viejo pintor Franz Bickert, que desde hacía tres años vivía en el castillo desierto, del que había llegado a ser el castellano. Tuve deseos de ver el castillo; el sacerdote se había encargado de las llaves hasta la llegada del que presentase los poderes como actual poseedor, y entré, no sin una penosa angustia, en los amplios y vacíos salones, que en otro tiempo habían habitado alegres moradores y que ahora estaban desiertos y en un silencio mortal.
Bickert, durante los tres últimos años que pasó allí como un ermitaño, se había ocupado muy activamente en su arte. Sin la menor ayuda, ni aun para prepararle la mecánica necesaria para sus trabajos, se lanzó a pintar en estilo gótico todo el primer piso en que él ocupaba un aposento. A la primera mirada, se adivinaban ya extrañas alegorías en la fantástica composición que había hecho de los temas heterogéneos, cuyo empleo motivaban los adornos góticos. Una fea figura de diablo acechando a una doncella dormida se repetía muchas veces. Volé al aposento de Bickert. Su sillón estaba aún a dos pasos de la mesa, en la cual se veía un dibujo empezado, como si el pintor acabase en aquel momento de dejar su trabajo; del respaldo de su sillón colgaba su capote gris y un gorro también gris estaba junto al dibujo… Me parecía que iba a ver entrar al anciano con su rostro complaciente, en el cual ni los padecimientos de la muerte habían dejado huellas, dispuesto a recibir al visitante extranjero con cordial franqueza.
Ernst Theodor Amadeus Hoffmann
(Alemania, 1776-1822).
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