(Fragmento del capítulo III)
Pensando en ella se apoderó de mí un suave sueño, en
el que me sobrevino una visión maravillosa, pues parecíame ver en mi estancia
una nubecilla de color de fuego, en cuyo interior percibía la figura de un varón
que infundía terror a quien lo mirase, aunque mostrábase tan risueño, que era
cosa extraña. Entre otras muchas palabras que no pude entender, díjome éstas,
que entendí: Ego dominum tuus. Entre sus brazos parecíame ver a una
persona dormida, casi desnuda, sólo cubierta por un cendal, y, mirando más
atentamente, advertí que era la mujer que constituía mi bien, la que el día
antes se había dignado saludarme.
Y parecióme que el varón en una de sus manos, sostenía
algo que intensamente ardía, así como que pronunciaba estas palabras: Vide
cor tuum. Al cabo de cierto tiempo me pareció que despertaba la durmiente
y, no sin esfuerzo de ingenio, hacíale comer lo que en la mano ardía, cosa que
ella se comía con escrúpulo. A no tardar, la alegría del extraño personaje se
trocaba en muy amargo llanto. Y así, llorando, sujetaba más a la mujer entre
sus brazos, y diríase que se remontaba hacia el cielo. Tan gran angustia me
aquejó por ello que no pude mantener mi frágil sueño, el cual se interrumpió, quedando
yo desvelado.
Dante Alighieri (Italia, 1265-1321).
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