(Fragmento del capítulo 5)
Observó con mucha atención el rostro de la durmiente,
los hombros, el pecho, el pelo rubio. Todo esto le había embelesado, le había
engañado, le había seducido, todo le había hecho creer en el placer y la
felicidad. Ahora todo había acabado, ahora saldarían cuentas. Había entrado en
el teatro Wagner y había descubierto por qué todos los rostros, una vez
disipado el engaño, eran tan desfigurados e insoportables.
Klein se levantó de la cama y fue en busca de un
cuchillo. Al pasar junto a Teresina rozó sus largas medias marrón claro; en un
santiamén recordó cuando la vio por primera vez en el parque y cómo le habían
seducido su manera de andar, sus zapatos y sus medias ceñidas. Rió en voz baja,
maliciosamente, y cogió la ropa de Teresina, pieza a pieza, la manoseó y la
dejó caer al suelo. Luego volvió a buscar, olvidando el qué por momentos. Su
sombrero estaba sobre la mesa, lo cogió distraído, lo hizo girar, notó que
estaba mojado y se lo puso. Estaba de pie junto a la ventana, miraba la
oscuridad exterior, oía cantar la lluvia. Parecía el sonido de tiempos perdidos.
¿Qué querían de él la ventana, la noche, la lluvia?, ¿qué le importaban las
viejas imágenes de su infancia?
(Traducido al español por Ester Berenguer).
Súbitamente saltó en una tremenda sacudida y corrió a
la cama. Se inclinó sobre la almohada y vio cómo dormía la muchacha del cabello
dorado. Aún vivía. Aún no lo había hecho. Quedó helado de espanto. Dios mío,
había llegado el momento, y había sucedido lo que una y otra vez había visto
venir en sus horas más terribles. Había llegado el momento. Allí estaba él,
Wagner, al pie del lecho de una durmiente, y buscaba un cuchillo… No, no
quería. No, no estaba loco. Gracias a Dios, no estaba loco.
Todo estaba bien. Recobró la paz. Se vistió despacio: los
pantalones, la chaqueta, los zapatos. Todo estaba bien.
Cuando quiso acercarse otra vez a la cama, sintió algo
blando bajo los pies. Allí yacían por el suelo las ropas de Teresina, las
medias y el vestido gris claro. Los levantó cuidadosamente del suelo y los
colocó sobre la silla. Apagó la luz y salió de la habitación. Delante de la
casa caía una lluvia mansa y fría; no se veía un alma, ni se oía un ruido, sólo
la lluvia. Volvió la cara arriba y dejó que la lluvia corriera sobre la frente
y las mejillas. No se veía el cielo. Qué oscuridad. Le hubiera gustado ver una
estrella…
(Traducido al español por Manuel Olasagasti).
Hermann Hesse (Alemán nacionalizado suizo y fallecido en Suiza 1877-1962).
Obtuvo el premio Nobel en 1946.
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