domingo, 24 de septiembre de 2023

Tequila: FLOR DE JUEGOS ANTIGUOS, de Agustín Yáñez

"Éntrenle al buen tequila de mi tierra, que es el lindo Amatitán."

Juegos en la canícula

(Fragmentos)

Unos arrieros, borrachos, echan gritos de gusto, gritan junto a ellos El Águila y El Tejón. Un arriero viejo, barbón, con barba blanca y ojos legañosos, calzonudo y con huaraches retejidos, echa el brazo en el hombro del Tejón:

- Muchachitos lindos, me lleva el maiz. Éntrenle al buen tequila de mi tierra, que es el lindo Amatitán. Así me gustan los güenmozos que no se pandean en lo tupido del tencuarnís. Ora, mariacheros, hijos de su mamacita linda, échenles a estos niños el guas de la Alejandra, doña Alejandra chula, pa' acordarme de mi vieja que se quedó en el pueblo y griten que Amatitán es lindo, tapatíos catrines.

(...)

Échenme La Pajarera, musiquitos de Zihuatlán, y que viva su tierra; échenme La Pajarera que me hace llorar por el recuerdo de una ingrata juilona...: "cuando a México llegues, Rosita..." Eso es lindo, nomás, y el tequila, y mi mula compañera que tiene bordado en la retranca el nombre de la juilona, vieja ingrata; ay va por los caminos sonando la campana, como quien dice: ay va Francisco Núñez, el de la mejor recua de Amatitán, y que venga otra que se le pare por delante en todo Jalisco.

Juegos de agua

(Fragmento)

Camina y camina, cuando el sol se santigua disponiéndose a vagar mundos o a dormir sueños negros (quién sabe qué haga el sol cuando se nos desaparece), llegamos a la hacienda de San José del Castillo. (Todavía no éramos amigos, Alfonso Gutiérrez Plermosillo, mayorazgo de esta hacienda, poeta de ojos verdes cuando estudias códigos, claros en las noches de sábado y en los días de vigilia, porque eras un niño rico que apenas se te miraba, de lejos, en la Congregación, los domingos y fiestas de guardar). Nuestra voracidad, cinco horas reprimida y hostigada, consiguió en un jacal dos platos -burdos- de frijoles cocidos y una jícara -resobada- con doce tortillas. Me tocó un traguito de caldo, cinco frijole y un cuarto -menguante- de tortilla. Eran días de revolución y no había qué comer. Ponce, Hernández... ¿quiénes más entraron a la taberna a echarse un cuernito de tequila? (- Soplones, les cae de a madre si le dicen al Padre.)

Agustín Yáñez (México, 1904-1980).

La ilustración correponde a una antigua taberna tequilera considerada la más antigua, en Amatitán, Jalisco.

sábado, 23 de septiembre de 2023

Tequila: PARALELO 42, de John Dos Passos

"Antes de cenar cada uno bebió un tequila en un bar donde no se despachaba otra cosa."

(Fragmentos del capítulo Mac)

Cuando meses después Wilson ordenó la evacuación de México por parte de los estadounidenses, Mac estaba instalado en un apartamentito del Plaza del Carmen con una muchacha llamada Concha y dos gatos persas blancos. Concha había trabajado de taquígrafa e intérprete para una firma americana y había sido durante tres años amante de un petrolero, así que hablaba inglés perfectamente. El petrolero se había colgado del estribo del tren de Veracruz en la época del pánico, cuando la fuga de Huerta, dejando a Concha a pan y agua. Ella se había ilusionado con Mac desde el momento mismo de verlo por primera vez en el correo. Lo atendía a cuerpo de rey, y cuando él hablaba de unirse a los de Zapata solía reírse y decir que los peones eran unos salvajes ignorantes que no entendían otro idioma que el del látigo. Su madre, una vieja perpetuamente envuelta en un rebozo negro, iba a cocinarles, y a Mac empezaron a gustarle el pavo con salsa de chocolate y las enchiladas con queso. Los gatos se llamaban Porfirio y Venustiano y dormían al pie de la cama. Concha era muy ahorrativa, podía lograr que el sueldo de Mac se estirara hasta límites insospechados y jamás se quejaba cuando él se iba a vagar por la ciudad y volvía tarde, con la cabeza a punto de explotarle de tanto beber tequila.

(...)

Antes de cenar cada uno bebió un tequila en un bar donde no se despachaba otra cosa. La guardaban en barrilitos barnizados. Salvador le enseñó a G. H. Barrow cómo se tomaba: primero se ponía sal en el hoyuelo entre el pulgar y el índice, después se bebía el tequila de un solo trago, se chupaba la sal y finalmente se comía un poco de salsa de chile. Pero Barrow invirtió el proceso y se atragantó.

Para la hora de la cena estaban borrachos como cubas y G. H. Barrow repetía que los mexicanos sí que sabían lo que era el arte de vivir, lo cual dio pie a que Salvador hablara del genio indio y del genio latino y confesara que Mac y Ben eran los únicos gringos soportables que había conocido en su vida e insistiera en pagar la cuenta.

John Dos Passos (Estados Unidos, 1896-1970).

(Traducido al español por Marcelo Cohen).

viernes, 22 de septiembre de 2023

Tequila: LA SOMBRA DEL CAUDILLO, de Martín Luis Guzmán

 "A ver, tú; que te den el embudo del aceite… ¿Conque no bebe?"

(Fragmento del libro cuarto, capítulo II: Camino al desierto)

- ¡Lévantese de ay!

La voz era enérgica y ronca.

Mientras Axkaná se incorporaba, dos manos lo cogieron por un brazo; otras lo arrojaron contra el asiento. Ahora sentía apoyado sobre el pecho el cañón de la pistola.

- Saca el tequila –dijo la misma voz.

El cuello de una botella vino a tocarle la boca.

- Beba un trago -mandó la voz.

- No bebo.

- ¿No bebe?

- No. No bebo.

- Conque no, ¿eh?

Las ondas de la voz siguieron dirección distinta.

- A ver, tú; que te den el embudo del aceite… ¿Conque no bebe?

Se oía el ruido que hacían delante al remover los trebejos del automóvil.

- Conque no bebe… Conque no bebe… -repetía la voz.

“Va a ser inútil resistir –pensó Axkaná-. Acaso fuera más juicioso no oponerse.”

Tuvo, sin embargo, miedo de que lo envenenaran.

- Y ¿quién me asegura –preguntó- que es sólo tequila lo que quieren darme?

- Nadie. Y sobran las preguntas. Si quisiéramos envenenarlo o matarlo de otro modo cualquiera, ¿quién lo había de impedir? Pero ya oyó que pedí el tequila. Sienta la botella: está nuevecita, la acabamos de destapar. Beba, pues, por las buenas o por las malas. Traiga la mano… ¿No es ésta una botella?

A despecho de todo, aquel lenguaje hizo cierta gracia a Axkaná. Tocando la botella, dijo:

- Sí, es una botella.

- Beba un trago, pues… Mire: bebo yo primero.

Breve silencio… Chascaba una lengua:

- Buen tequila, ¡la verdad de Dios!... Ahora usted.

Axkaná bebió.

- ¿Es tequila o no es tequila?

- Así parece.

La botella seguía apoyada, en parte, en la mano derecha de Axkaná.

- Beba otra vez.

- No, ya no.

- Beba otra vez, le digo… Y nomás no se me mueva tanto, que la pistola puede dispararse.

Y diciendo así, el desconocido volvió a hacer que la botella y los labios de Axkaná se juntaran. Axkaná tornó a beber.

- ¿No es buen tequila?

- Sí, si es bueno… Pero ¿para qué me han traído a este sitio?

Con el cuello de la botella golpeaba el desconocido los labios de Axkaná. Lo hacía, evidentemente, con intención de causarle daño y mantenerlo dócil. Para que cesara en aquello, Axkaná bebió.
 
Martín Luis Guzmán (México, 1887-1976)
 
La ilustración corresponde a un fotograma de la película La sombra del caudillo (1960), dirigida por Julio Bracho.

jueves, 21 de septiembre de 2023

Tequila: LA SERPIENTE EMPLUMADA, de D. H. Lawrence

"... o áloe, con su enorme rosetón de hojas erguidas y puntiagudas, cuyas hileras férreas cubren kilómetros y kilómetros  de suelo en el valle de México..."

(
Fragmentos del capítulo IV: Quedarse o no quedarse)

Aquellos pálidos mexicanos de la capital, políticos, artistas, profesionales y hombres de negocios, no le interesaban. Como tampoco le interesaban los hacendados y los rancheros, con sus pantalones ceñidos y sensualidad débil y blanda, pálidas víctimas de su propia falta de disciplina emocional. México seguía significando para ella la masa de silenciosos peones. Y volvió a pensar en ellos, en estos hombres silencio- sos, de espalda rígida, que conducían sus recuas de asnos por los caminos, en el polvo de la infinita sequedad de México, frente a paredes ruinosas, casas ruinosas y haciendas ruinosas, a lo largo de la interminable desolación causada por las revoluciones; frente a los vastos campos de maguey, el gigantesco cactus, o áloe, con su enorme rosetón de hojas erguidas y puntiagudas, cuyas hileras férreas cubren kilómetros y kilómetros de suelo en el valle de México, cultivado para fabricar esa maloliente bebida, el pulque. El Mediterráneo tiene la uva oscura, la vieja Europa tiene la cerveza malteada, China tiene el opio de la amapola blanca. Pero del suelo mexicano brota un ramillete de espadas negruzcas, y un gran capullo cerrado del monstruo que antes florecía empieza a horadar el cielo. Cortan el gran capullo fálico y exprimen el jugo parecido a la esperma para hacer el pulque, ¡Agua miel! ¡Pulque!

Pero hay un pulque mejor que el ardiente coñac blanco destilado del maguey: mescal, tequila, o en las tierras bajas, el horrible coñac de caña de azúcar, el aguardiente.

Y el mexicano quema su estómago con esos terribles aguardientes y cauteriza las quemaduras con el ardoroso chile. Traga un fuego infernal para extinguir el anterior.

(...)

El airoso balanceo de los enormes sombreros. Los hombros echados hacia atrás con un sarape doblado como un manto real. Y la mayoría guapos, con la piel suave y viva, entre bronce y dorada, la cabeza altiva, los cabellos negros y brillantes como plumas salvajes. Con ojos negros y brillantes que miran con curiosidad y carecen de centro. Con una sonrisa repentina y atrayente si uno les sonríe antes. Pero sin cambio en los ojos.

Sí, y también había que recordar una amplia proporción de hombres más bajos, a veces de aspecto insignificante, algunos recubiertos por escamas de suciedad, que miraban con un antagonismo glacial y fangoso mientras pasaban con movimientos felinos. Hombres venenosos, flacos y rígidos, fríos y muertos como los escorpiones e igualmente peligrosos.

Y después, las caras realmente terribles de algunos seres de la ciudad, algo hinchadas por el veneno del tequila, de ojos negros, apagados e inquietos, despren- diendo maldad pura. Kate no había visto nunca caras tan brutalmente malignas, frías y rastreras como las que podían verse en la ciudad de México.


David Herbert Lawrence (Inglés fallecido en Francia, 1885-1930).

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Tequila: JUGANDO CON BOMBAS, de B. Traven


(Fragmento)

El jurado se retira. En menos de media hora, pues sus miembros tienen asuntos que atender, regresa. El veredicto es: "No culpable".

Natalio es puesto en libertad inmediatamente. El y sus testigos, incluyendo a Filomena y a su nuevo hombre, van a la cantina más próxima a celebrar el acontecimiento con dos botellas de tequila. Las botellas pasan de boca en boca sin que ninguno haga uso de los vasos. Todos saborean un poco de sal y chupan limón. Cuando las botellas están vacías, Natalio regresa a su trabajo, pues restando algunas horas hábiles todavía, él, minero honesto, no quiere perderlas.

Como de costumbre el sábado siguiente se celebra el baile en el pueblo, al que Natalio asiste. Allí encuentra a una joven que, sabedor a de sus virtudes de hombre sobrio y trabajador, acepta su proposición para vivir con él como su mujer.


B. Traven: Ret Marut, Hal Croves o Traven Torsvan
(Escritor alemán nacionalizado mexicano; 1882-1969)

martes, 19 de septiembre de 2023

Tequila: LOS DE ABAJO, de Mariano Azuela

"... el hallazgo de un barril de tequila por uno de los oficiales fue acontecimiento de la magnitud del milagro."

(Fragmentos)

Primera parte

I

- Sargento, tráeme una botella de tequila; he decidido pasar la noche en amable compañía con esta morenita... ¿El coronel?... ¿Qué me hablas tú del coronel a estas horas?... ¡Que vaya mucho a...! Y si se enoja, pa mí... ¡plin!... Anda, sargento, dile al cabo que desensille y eche de cenar. Yo aquí me quedo... Oye, chatita, deja a mi sargento que fría los blanquillos y caliente las gordas; tú ven acá conmigo. Mira, esta carterita apretada de billetes es sólo para ti. Es mi gusto. ¡Figúrate! Ando un poco borrachito por eso, y por eso también hablo un poco ronco... ¡Como que en Guadalajara dejé la mitad de la campanilla y por el camino vengo escupiendo la otra mitad!... ¿Y qué le hace...? Es mi gusto. Sargento, mi botella, mi botella de tequila. Chata, estás muy lejos; arrímate a echar un trago. ¿Cómo que no?... ¿Le tienes miedo a tu... marido... o lo que sea?... Si está metido en algún agujero dile que salga..., pa mí ¡plin!... Te aseguro que las ratas no me estorban.

Una silueta blanca llenó de pronto la boca oscura de la puerta.

- ¡Demetrio Macías! -exclamó el sargento despavorido, dando unos pasos atrás.

El teniente se puso de pie y enmudeció, quedóse frío e inmóvil como una estatua.

- ¡Mátalos! -exclamó la mujer con la garganta seca.

- ¡Ah, dispense, amigo!... Yo no sabía... Pero yo respeto a los valientes de veras.

Segunda parte

I

Al champaña que ebulle en burbujas donde se descompone la luz de los candiles, Demetrio Macías prefiere el límpido tequila de Jalisco.

Hombres manchados de tierra, de humo y de sudor, de barbas crespas y alborotadas cabelleras, cubiertos de andrajos mugrientos, se agrupan en torno de las mesas de un restaurante.

III

- Le presento a usted, mi general Macías, a mi futura -pronunció enfático Luis Cervantes, haciendo entrar al comedor a una muchacha de rara belleza.

Todos se volvieron hacia ella, que abría sus grandes ojos azules con azoro.

Tendría apenas catorce años; su piel era fresca y suave como un pétalo de rosa; sus cabellos rubios, y la expresión de sus ojos con algo de maligna curiosidad y mucho de vago temor infantil.

Luis Cervantes reparó en que Demetrio clavaba su mirada de ave de rapiña en ella y se sintió satisfecho.

Se le abrió sitio entre el güero Margarito y Luis Cervantes, enfrente de Demetrio.

Entre los cristales, porcelanas y búcaros de flores, abundaban las botellas de tequila.

XIII

- Güero -observa la Codorniz-, a ése que va saliendo le prendió la avispa; mira cómo cojea

El güero, sin parar mientes ni volver siquiera la cara hacia el herido, afirma con entusiasmo que a treinta pasos de distancia y al descubrir le pega a un cartucho de tequila.

- A ver, amigo, párese -dice al mozo de la cantina. Luego, de la mano lo lleva a la cabecera del patio del hotel y le pone un cartucho lleno de tequila en la cabeza.

El pobre diablo resiste, quiere huir, espantado, pero el güero prepara su pistola y apunta.

- ¡A tu lugar... tasajo! O de veras te meto una calientita.

El güero se vuelve a la pared opuesta, levanta su arma y hace puntería.

El cartucho se estrella en pedazos, bañando de tequila la cara del muchacho, descolorido como un muerto.

- ¡Ahora va de veras! -clama, corriendo a la cantina por un nuevo cartucho, que vuelve a colocar sobre la cabeza del mancebo.

Torna a su sitio, da una vuelta vertiginosa sobre los pies, y al descubrir, dispara.

Sólo que ahora se ha llevado una oreja en vez del cartucho.

Y apretándose el estómago de tanto reír, dice al muchacho:

- Toma, chico, esos billetes. ¡Es cualquier cosa! Eso se quita con tantita árnica y aguardiente...

Tercera parte

II

¿Villa?... ¿Obregón?... ¿Carranza?... ¡X... Y... Z...! ¿Qué se me da a mí?... ¡Amo la revolución como amo al volcán que irrumpe! ¡Al volcán porque es volcán; a la revolución porque es revolución!... Pero las piedras que quedan arriba o abajo, después del cataclismo, ¿qué me importan a mí?...

Y como al brillo del sol de mediodía reluciera sobre su frente el reflejo de una blanca botella de tequila, volvió grupas y con el alma henchida de regocijo se lanzó hacia el portador de tamaña maravilla.

III

Aquel pueblecillo, a igual que congregaciones, haciendas y rancherías, se había vaciado en Zacatecas y Aguascalientes.

Por tanto, el hallazgo de un barril de tequila por uno de los oficiales fue aconteci- miento de la magnitud del milagro. Se guardó profunda reserva, se hizo mucho misterio para que la tropa saliera otro día, a la madrugada, al mando de Anastasio Montañés y de Venancio; y cuando Demetrio despertó al son de la música, su Estado Mayor, ahora integrado en su mayor parte por jóvenes ex federales, le dio la noticia del descubrimiento, y la Codorniz, interpretando los pensamientos de sus colegas, dijo axiomáticamente:

- Los tiempos son malos y hay que aprovechar, porque "si hay días que nada el pato, hay días que ni agua bebe".

Mariano Azuela (México, 1873-1952).

lunes, 18 de septiembre de 2023

Tequila: LA HORMA DE SU ZAPATO, de José López Portillo y Rojas

"Aquí tiene otro güen marchante, don Crisanto (...) A ver si me le va dando un trago de vino."

(
Fragmentos)

Así era, pues, como aquel desalmado parecía gozar del privilegio exclusivo del desorden, del insulto y de la violencia en Zaulán y en su cercanías. El domingo de que hablábamos, había amanecido el tal desvelado y nervioso por haberse pasado en un rancho donde hubo fandango toda la noche; y para soportar la trasnochada, había empinado el codo de lo lindo por más de doce horas consecutivas. Bien entrada la mañana, y cuando el sol estaba ya alto, fastidiado de la música serrana y del baile de los rancheros, montó su caballito moro y se dirigió al pueblo en busca de teatro más vasto y de más amplios horizontes para sus proezas. A la entrada de Zaulán se detuvo en el tendajo de don Crisanto Gómez, llamado el «Pavo», por tener en el frontis pintado un volátil de ese género, haciendo la rueda, con la cola de pintadas plumas bien elevada y extendida en forma de abanico. Luego que don Crisanto le vio venir, se puso lívido y habló por lo bajo a su mujer, que aún no era muy vieja, para que se marchase de la tienda. No bien se había puesto en cobro la amedrentada matrona, entró por la puerta del frente, sin apearse del caballo y como un torbellino, el desaforado jinete.

- ¡A la güena de Dios, don Crisanto! -gritó Patricio al hacer irrupción en el estrecho local-. ¿Qué es de su güena vida?

- Aquí pasándola, lo mesmo que siempre.

- Sólo que jaciendo muchos pesos con su comercio.

- Ansí lo quijiera Dios; pero no es ansina. Apenas me sostengo yo y mi familia.

- A ver, don Crisanto, tenga la fineza de servirme un cacho de vino.

- ¿Tequila?

- Sí, del más mejor que tenga; más que sea del viudo de la viuda del fabricante.

El tendero tomó una botella de a litro, de vidrio verde, que estaba tapada con un pedazo de olote, y puso sobre el mostrador la medida ordinaria de cristal para servir el aguardiente.

- ¡Y yo pa’ qué quero esa miseria, don Crisanto! Ese dedal sírvaselo a su señora madre; a mí deme como a los hombres -gritó el jinete.

- No te esaltes, Patricio -repuso don Crisanto poniéndose todavía más pálido-. ¿Qué tanto queres que te dé? Aquí estoy para servite.

- Pos écheme de una vez medio cuartillo, no sea tan pedido de por Dios.

El tendero cogió el vaso destinado al agua y lo llenó de aguardiente, no sin hacer ruido de campanitas al golpear con mano trémula vidrio contra vidrio. Patricio se inclinó, cogió el vaso y le apuró de un sorbo.

- Este vino no es más que una pura tarugada -dijo golpeando el mostrador con la vasija vacía-. De buena gana les diera yo una agarrada a esos fabricantes. Ya ni con una botija se puede uno emborrachar; es la viva agua.

(...)

Íbamos diciendo que el jinete hizo al Moro cejar por toda la tienda. No contento con eso, y terminado aquel escarceo, le llevó junto al viejo, mugriento y vacilante mostrador, e hincándole las espuelas, le obligó a alzar en alto las patas delanteras, y a posarlas sobre aquella armazón de madera, que se dio a temblar como si tuviera miedo.

- Aquí tiene otro güen marchante, don Crisanto -dijo con ironía refiriéndose a la bestia-. A ver si me le va dando un trago de vino.

- Patricio, me tumbas el mostrador -exclamó el tendero con angustia.

- ¡Y a mí qué diantres me importa! ¡Que se lo lleven los diablos! ¡Ponga vino pa’ mi caballo!

Don Crisanto sirvió dos vasos de tequila y los puso sobre la tabla.

- ¿Y cómo quere que lo beba el moro ansina? ¿Pos qué le ve trompa de elefante pa’ meterla en el vaso? ¡No me haga tantas y le pegue una cintareada!

- ¡Pos cómo queres!

- Pos sírvale media botija en un lebrillo pa’ que meta el hocico. Mi penco vale más que usté.

José López Portillo y Rojas (México, 1850-1923).

domingo, 17 de septiembre de 2023

Tequila: CUADROS DE COSTUMBRES, de Guillermo Prieto


(
Fragmento)

Las salvas de artillería anunciaron el "grito", y repiques, cohetes y vivas saludaron a la patria independiente.

Partieron de la plaza "gallos" en todas direcciones, encabezando el movimiento músicos, cantantes, proveedores de tlamapa y tequila, y siguiendo la comitiva de patriotas de cañaveral o hachón de brea, parejas afortunadas en el éxtasis del amor callejero.

Trabajos tuvo la aurora del 16 para meter en cintura y hacer que se retirara a sus casas la chinaca brava.

En el teatro se hicieron rajas oradores y poetas: por todas partes brillaba el regocijo.


Guillermo Prieto (1818-1897).

sábado, 16 de septiembre de 2023

El tequila como símbolo del festejo patrio


"... y podía cuando menos agradecer al tequila tal
honestidad, por breve que fuese su duración."

Malcolm Lowry en Bajo el volcán.
 
Cada año, durante esta temporada septembrina en que se acostumbra a celebrar, con desvelos y tragos, el llamado Grito de la Independencia, el fervoroso ritual gira con frecuencia en torno a una botella de tequila. En ningún momento durante el resto del año ni bajo cualquier otro pretexto, se consume tanto tequila como en estas fechas. Las estadísticas no mienten, los robos de licores se triplican y el principal objetivo suele ser el tequila, la bebida más simbólica para refrendar la condición de mexicano: euforia, patrioterismo ocasional y violencia, que exaltan su intensidad.
 
La literatura no ha sido ajena a su influjo. Tal vez la novela más emblemática sea Nieves, de José López Portillo y Rojas, no sólo porque acontece precisamente en la población de Tequila, en el estado de Jalisco, sino porque además el protagonista desciende de fabricantes de tequila. Los renglones con que da principio ya presagian el entorno en el que acontecerá la acción: "Cierto que Tequila debe su celebridad a ser el centro de producción alcohólica que lleva su nombre." Más adelante un pasaje de la obra se ocupa del proceso para su destilación y se extiende a lo largo de varias páginas. Luego de esa prolija descripción concluye con que: "El líquido que se recoge es el famoso aguardiente de Tequila, que tibio, es dulce y no quema la boca; embria- ga fácilmente y se llama tuba".

El poeta Efraín Huerta recordaba su encuentro con Pablo Neruda en 1942:
 
Tres oradores abrieron el programa, y dos poetas lo cerraron: Pablo Neruda y yo.  Poco antes de empezar el acto, Pablo me invitó a tomar una copa. Lo  que quería era leerme el poema que diría. Era el Canto a Stalingrado.  La cantina donde brindamos con tequila está allí todavía: La Castellana, en Antonio Caso e Insurgentes Centro. Yo sólo le recomendé a Pablo que cierta palabra sucia la suprimiera, o que la pusiera en francés, por sonar más belicosa. Se quedó en francés.”
 
El mismo Huerta que le recomendaría a su amigo, el peruano Hildebrando Pérez, la mejor manera de beberlo, en Para que aprenda a tomar un caballito de tequila.
 
Acerca la mano hacia la ansiosa boca, como a la distancia de más o menos veinte centímetros: abre la boca y con la mano derecha golpea los dedos –tensos– de la mano izquierda. La sal salta hacia la boca y el ritual empieza. Chupa un limón. Bebe.
Un caballito te da de cinco a seis sorbitos
”.
 
Muchos años después, el chileno Roberto Bolaño, quien viviera una larga temporada en México, escribió en su poema Para Efraín Huerta: “… mientras a tus espaldas los poetas/ bebían tequila y hablaban en voz baja.”
 
Carlos Fuentes en Cambio de piel, tras de que el mozo entra con una botella de tequila sobre una bandeja de latón y la deja sobre la mesa, advierte:
 
- Esto no me va a caer bien, Ligeia. Lo sabes de sobra. Los dos se miraron mientras sorbía lentamente el tequila.”
 
El cónsul alcohólico que protagoniza la novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, exaltaba algunas de sus cualidades: “hasta (y podía cuando menos agradecer al tequila tal honestidad, por breve que fuese su duración) de ser amado.”
 
Jack Kerouac, emblema de la generación beatnik, es autor de En el camino, donde define a México como el país de la tierra caliente y el tequila. Tom Robbins lo alude con frecuencia, por ejemplo, en También las vaqueras sienten melancolía, cuando comienza el incendio y la orquesta sigue tocando Allá en el rancho grande: “Sacó la madre a la hija del remolque como si la sacase del Club El Lagarto en llamas. (En el punto culminante del pavoroso incendio una hilera de botellas de tequila sobrecalentadas empezaron a estallar entre las llamas)". Y en Naturaleza muerta con pájaro carpintero se ocupa a su vez del tequila, como “la bebida favorita de los delincuentes” a quienes suele traicionar, y lo define como “líquido geométrico de la pasión”, un “dios majadero que copula en el aire con las almas de las vírgenes moribundas” y también “agua salvaje de la hechicería”.

Relación que viene a coincidir  con la que por su parte establece el británico D. H. Lawrence en La serpiente emplumada, cuando describe: “... las caras verdaderamente terribles de algunos tipos de la ciudad, tumefactas a causa del veneno del tequila y con los ojos un poco vidriosos y como si mirasen a través de un velo de maldad. En ninguna parte había encontrado rostros en los que se pintase el mal con tanta claridad como los que se veían en México.”

Otro inglés, como lo era Lawrence, que se ocupó de México a lo largo de su obra -con una visión a menudo acerba-, fue Graham Greene, quien menciona al tequila en sus novelas El poder y la gloria y Caminos sin ley, además del relato El billete de lotería, las cuales revisaremos en otra ocasión.
 
Debo, por supuesto, mencionar los poemas Ponderación y signo del tequila, del colombiano Álvaro Mutis y Entre la piedra y la flor, de Octavio Paz, pero mejor he optado por  incluirlos completos en los próximos días, lo mismo que las referencias hechas por José Revueltas en sus novelas Los días terrenales y Los errores, por Martín Luis Guzmán en La sombra del caudillo, y Mariano Azuela en Los de abajo, así como unos párrafos del relato Jugando con bombas, del enigmático B. Traven.

Cómo olvidar que el perro del rancho en Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, se llamaba precisamente Tequila, y que los personajes gemelos de La zona del silencio, de Homero Aridjis, llevaban por nombre Mezcal y Tequila.
 
Jules Etienne

viernes, 15 de septiembre de 2023

Septiembre: Reflexiones sobre la Independencia en EL LABERINTO DE LA SOLEDAD, de Octavio Paz

"Con ese grito, que es de rigor gritar cada 15 de septiembre, aniversario de la Independencia..."

(Fragmentos)

IV: Los hijos de la Malinche

Toda la angustiosa tensión que nos habita se expresa en una frase que nos viene a la boca cuando la cólera, la alegría o el entusiasmo nos llevan a exaltar nuestra condición de mexicanos: ¡Viva México, hijos de la Chingada! Verdadero grito de guerra, cargado de una electricidad particular, esta frase es un reto y una afirmación, un disparo, dirigido contra un enemigo imaginario, y una explosión en el aire. Nuevamente, con cierta patética y plástica fatalidad, se presenta la imagen del cohete que sube al cielo, se dispersa en chispas y cae oscuramente. O la del aullido en que terminan nuestras canciones, y que posee la misma ambigua resonancia: alegría rencorosa, desgarrada afirmación que se abre el pecho y se consume a sí misma.
 
Con ese grito, que es de rigor gritar cada 15 de septiembre, aniversario de la Indepen- dencia, nos afirmamos y afirmamos a nuestra patria, frente, contra y a pesar de los demás. ¿Y quiénes son los demás? Los demás son los "hijos de la chingada", los extranjeros, los malos mexicanos, nuestros enemigos, nuestros rivales. En todo caso, los "otros". Esto es, todos aquellos que no son lo que nosotros somos. Y esos otros no se definen sino en cuanto hijos de una madre tan indeterminada y vaga como ellos mismos. 
 
VI. De la Independencia a la Revolución
 
La Independencia hispanoamericana, como la historia entera de nuestros pueblos, es un hecho ambiguo y de difícil interpretación porque, una vez más, las ideas enmasca- ran a la realidad en lugar de desnudarla o expresarla. Los grupos y clases que realizan la Independencia en Suramérica pertenecían a la aristocracia feudal nativa; eran los descendientes de los colonos españoles, colocados en situación de inferioridad frente a los peninsulares. La Metrópoli, empeñada en una política protec- cionista, por una parte impedía el libre comercio de las colonias y obstruía su desarrollo económico y social por medio de trabas administrativas y políticas; por la otra, cerraba el paso a los "criollos" que con toda justicia deseaban ingresar a los altos empleos y a la dirección del Estado. Así pues, la lucha por la Independencia tendía a liberar a los "criollos" de la momificada burocracia peninsular aunque, en realidad, no se proponía cambiar la estructura social de las colonias. Cierto, los programas y el lenguaje de los caudillos de la Independencia recuerdan al de los revolucionarios de la época. Eran sinceros, sin duda. Aquel lenguaje era "moderno", eco de los revolucionarios franceses y, sobre todo, de las ideas de la Independencia norteamericana. Pero en la América sajona esas ideas expresaban realmente a grupos que se proponían transformar el país conforme a una nueva filosofía política. Y aun más: con esos principios no intentaban cambiar un estado de cosas por otro sino, diferencia radical, crear una nueva nación. En efecto: los Estados Unidos son, en la historia del siglo XIX, una novedad mundial, una sociedad que crece y se extiende naturalmente. Entre nosotros, en cambio, una vez consumada la Indepen- dencia las clases dirigentes se consolidan como las herederas del viejo orden español. Rompen con España pero se muestran incapaces de crear una sociedad moderna. No podía ser de otro modo, ya que los grupos que encabezaron el movimiento de Independencia no constituían nuevas fuerzas sociales, sino la prolongación del sistema feudal. La novedad de las nuevas naciones hispanoame- ricanas es engañosa; en verdad se trata de sociedades en decadencia o en forzada inmovilidad, supervivencias y fragmentos de un todo deshecho. El Imperio español se dividió en una multitud de Repúblicas por obra de las oligarquías nativas, que en todos los casos favorecieron o impulsaron el proceso de desintegración. No debe olvidarse, además, la influencia determinante de muchos de los caudillos revolucio- narios. Algunos, más afortunados en esto que los conquistadores, su contrafigura histórica, lograron "alzarse con los reinos", como si se tratase de un botín medieval. La imagen del "dictador hispanoamericano" aparece ya, en embrión, en la del "libertador". Así, las nuevas Repúblicas fueron inventadas por necesidades políticas y militares del momento, no porque expresasen una real peculiaridad histórica. Los "rasgos nacionales" se fueron formando más tarde; en muchos casos, no son sino consecuencia de la prédica nacionalista de los gobiernos. Aún ahora, un siglo y medio después, nadie puede explicar satisfactoriamente en qué consisten las diferencias "nacionales" entre argentinos y uruguayos, peruanos y ecuatorianos, guatemaltecos y mexicanos. Nada tampoco -excepto la persistencia de las oligarquías locales, sostenidas por el imperialismo norteamericano- explica la existencia en Centroamé- rica y las Antillas de nueve repúblicas.
 
No es esto todo. Cada una de las nuevas naciones tuvo, al otro día de la Indepen- dencia, una constitución más o menos (casi siempre menos que más) liberal y democrática. En Europa y en los Estados Unidos esas leyes correspondían a una realidad histórica: eran la expresión del ascenso de la burguesía, la consecuencia de la revolución industrial y de la destrucción del antiguo régimen. En Hispanoamérica sólo servían para vestir a la moderna las supervivencias del sistema colonial. La ideología liberal y democrática, lejos de expresar nuestra situación histórica concreta, la ocultaba. La mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucional- mente. El daño moral ha sido incalculable y alcanza a zonas muy profundas de nuestro ser. Nos movemos en la mentira con naturalidad. Durante más de cien años hemos sufrido regímenes de fuerza, al servicio de las oligarquías feudales, pero que utilizan el lenguaje de la libertad. Esta situación se ha prolongado hasta nuestros días. De ahí que la lucha contra la mentira oficial y constitucional sea el primer paso de toda tentativa seria de reforma. Éste parece ser el sentido de los actuales movi- mientos latinoamericanos, cuyo objetivo común consiste en realizar de una vez por todas la Independencia. O sea: transformar nuestros países en sociedades realmente modernas y no en meras fachadas para demagogos y turistas. En esta lucha nuestros pueblos no sólo se enfrentan a la vieja herencia española (la Iglesia, el ejército y la oligarquía), sino al Dictador, al Jefe con la boca henchida de fórmulas legales y patrióticas, ahora aliado a un poder muy distinto al viejo imperialis- mo hispano: los grandes intereses del capitalismo extranjero.
  
Octavio Paz (México, 1914-1998)
Obtuvo el premio Nobel en 1990.

jueves, 14 de septiembre de 2023

Septiembre: LOS PASOS DE LÓPEZ (LOS CONSPIRADORES)*, de Jorge Ibargüengoitia

"Es urgente redactar y firmar al acta de declaración de independencia."

(Fragmento del capítulo 20)

Diego, que estaba muy bien vestido, de negro, salió del calabozo y Periñón le dio un abrazo. Diego lloró de emoción. Después, cuando fue mi turno abrazarlo, me dijo:

- No te imaginas los sufrimientos que hemos pasado.

Después fuimos por Carmen, que estaba reclusa en el convento de Santa Renegada, de las monjas cordelarias, que está en la orilla del pueblo. Periñón quiso que fuéramos en el coche adornado él, Diego, Ontananza y yo. Nos siguió un gentío. En el patio del convento nos esperaba toda la congregación. Cuando entramos, se hincaron, la monja superiora fue a besar la mano a Periñón y por más que éste quería que las monjas se levantaran no lo hicieron hasta que les dio a todas la bendición. Después nos condujeron a la celda donde estaba encerrada Carmen -era la más amplia del convento-. Ella estaba tan bella como la primera vez que la vi: muy bien peinada, muy bien vestida, con la mirada fulgurante. La superiora abrió la puerta y entramos. Carmen, emocionada, nos abrazó estrechamente primero a Ontananza, después a mí, en tercer lugar a Periñón y por último a su marido.

- Bendito sea Dios porque estás vivo -dijo cuando me abrazó.

Cuando salimos con Carmen a la calle estalló el griterío. En la emoción de aquella tarde, la gente desunció los caballos y arrastró el coche hasta la corregiduría. A pesar de la ausencia de los señores, la casa de los Aquino estaba en orden: un criado nos abrió la puerta, el perrito estaba ladrando en la escalera, etc. Cuando entramos en la sala, Carmen nos anunció:

- Lamento no poder ofrecerles nada, pero el marqués de la Hedionda cargó con todas sus botellas.

Diego hizo entrar a todos los de la Junta y dijo:

- Es urgente redactar y firmar el acta de declaración de la independencia.

Periñón, Ontananza y yo cambiamos una mirada pero no dijimos nada. En consecuencia, Diego dictó el acta y el joven Manrique escribió, mientras los demás platicábamos. Cuando el documento estuvo terminado, Diego lo leyó en voz alta. Periñón interrumpió una vez la lectura:

- Tienes un error importante, Diego: la independencia la declaré yo el quince de septiembre, no vas a declararla tú hoy. Sin oponer resistencia, Diego hizo la corrección, Periñón firmó al pie de la hoja y los demás firmamos después. Al fin de la ceremonia, Diego dijo:

- Ahora, yo delego la autoridad real que tengo en la Junta, para que la Junta pueda proceder a hacer nombramientos. Entonces Periñón intervino.

- Yo creo, Diego, que es mejor hacer la cosa de otra manera: yo soy el jefe del Ejército Libertador, la ciudad está en nuestro poder. Entonces, basando mi autoridad en esta premisa, te nombro a ti corregidor de Cañada. Espero que sigas administrándola tan bien como lo has hecho hasta ahora.

Diego aceptó el cargo sin titubear. Al día siguiente, en la mañana, nos pusimos en marcha.


Jorge Ibargüengoitia (Méxicano fallecido en España, 1928-1983).

* La novela fue publicada originalmente en España por editorial Argos Vergara en 1981 con el título de Los conspiradores. Más tarde apareció en México, publicada primero por editorial Océano y posteriormente por Joaquín Mortiz como Los pasos de López. 

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Septiembre: LA REGIÓN MÁS TRANSPARENTE, de Carlos Fuentes

"La mujer se sentó y vació la jarra de chocolate perfumado dentro de una taza de barro tosco."

(
Fragmentos)

Mercedes Zamacona

Ya se había apagado el cielo. Un escuadrón de caballería que regresaba del desfile del 16 de septiembre rompió, con sus cascos cansados, el silencio de la plaza. Mercedes se puso de pie y cerró la ventana. Nuevamente los pasos de la criada corrían por su sendero habitual a anunciarle la cena. Como una lámina de lutos incomprendidos, Mercedes caminó en la oscuridad. Sus espaldas rígidas cargaban sólo aquellos instantes de revelación y amor y orgullo y redención. Después no había sucedido nada. Manuel Zamacona no había muerto estúpidamente en una cantina de Guerrero, la noche anterior. Federico Robles no había desencadenado su poder en la muerte antes de volver a encontrar la verdad ofrecida, en la semilla inicial, por Mercedes. La mujer se sentó y vació la jarra de chocolate perfumado dentro de una taza de barro tosco.

El águila reptante

No buscaba nada, no preveía nada en su caminata fría y ciega; el somero esqueleto gris de la ciudad apenas lograba rasgar su vista mientras caminaba, sin lentitud y sin prisa, acarreado por sus ojos antiguos, entre los residuos de la fiesta del Grito; los grupos de mariachis desvelados, de borrachines simpáticos, de mujeres que hacían cola frente a las lecherías de barrio.

Carlos Fuentes (Mexicano nacido en Panamá, 1928-2012).