"... y podía cuando menos agradecer al tequila tal
honestidad, por breve que fuese su duración."
Malcolm Lowry en Bajo el volcán.
Cada año, durante esta temporada septembrina en que se acostumbra a
celebrar, con desvelos y tragos, el llamado Grito de la Independencia, el fervoroso ritual gira con frecuencia en torno a una botella de tequila. En ningún
momento durante el resto del año ni bajo cualquier otro pretexto, se consume
tanto tequila como en estas fechas. Las estadísticas no mienten, los robos de
licores se triplican y el principal objetivo suele ser el tequila, la bebida
más simbólica para refrendar la condición de mexicano: euforia, patrioterismo
ocasional y violencia, que exaltan su intensidad.
La literatura no ha sido ajena a su influjo. Tal vez la novela más emblemática sea Nieves, de José López Portillo y Rojas, no sólo porque acontece precisamente en la población de Tequila, en el estado de Jalisco, sino porque además el protagonista desciende de fabricantes de tequila. Los renglones con que da principio ya presagian el entorno en el que acontecerá la acción: "Cierto que Tequila debe su celebridad a ser el centro de producción alcohólica que lleva su nombre." Más adelante un pasaje de la obra se ocupa del proceso para su destilación y se extiende a lo largo de varias páginas. Luego de esa prolija descripción concluye con que: "El líquido que se recoge es el famoso aguardiente de Tequila, que tibio, es dulce y no quema la boca; embria- ga fácilmente y se llama tuba".
El poeta Efraín Huerta
recordaba su encuentro con Pablo Neruda en 1942:
“Tres oradores abrieron el
programa, y dos poetas lo cerraron: Pablo Neruda y yo. Poco antes de empezar el acto, Pablo me
invitó a tomar una copa. Lo que quería
era leerme el poema que diría. Era el Canto
a Stalingrado. La cantina donde
brindamos con tequila está allí todavía: La Castellana, en Antonio Caso e
Insurgentes Centro. Yo sólo le recomendé a Pablo que cierta palabra sucia la
suprimiera, o que la pusiera en francés, por sonar más belicosa. Se quedó en
francés.”
El mismo Huerta que le recomendaría a su amigo, el peruano Hildebrando
Pérez, la mejor manera de beberlo, en Para
que aprenda a tomar un caballito de tequila.
“Acerca la mano hacia la ansiosa boca, como a la
distancia de más o menos veinte centímetros: abre la boca y con la mano derecha
golpea los dedos –tensos– de la mano izquierda. La sal salta hacia la boca y el
ritual empieza. Chupa un limón. Bebe.
Un caballito te da de cinco a seis sorbitos”.
Un caballito te da de cinco a seis sorbitos”.
Muchos años después, el chileno Roberto Bolaño, quien viviera una larga temporada en México, escribió en su poema Para
Efraín Huerta: “… mientras a tus espaldas los poetas/ bebían tequila y hablaban en voz
baja.”
Carlos Fuentes en Cambio de piel, tras de que el mozo entra con una
botella de tequila sobre una bandeja de latón y la deja sobre la mesa, advierte:
“- Esto no me va a caer bien, Ligeia. Lo sabes de
sobra. Los dos se miraron mientras sorbía lentamente el tequila.”
El cónsul alcohólico que protagoniza la novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry,
exaltaba algunas de sus cualidades: “hasta (y podía cuando menos
agradecer al tequila tal honestidad, por breve que fuese su duración) de ser
amado.”
Jack Kerouac, emblema de la generación beatnik, es autor de En el camino, donde define a México como
el país de la tierra caliente y el tequila. Tom Robbins lo alude con
frecuencia, por ejemplo, en También las
vaqueras sienten melancolía, cuando comienza el incendio y la orquesta
sigue tocando Allá en el rancho grande:
“Sacó la madre a la hija del remolque
como si la sacase del Club El Lagarto en llamas. (En el punto culminante del pavoroso incendio una hilera de botellas de tequila sobrecalentadas empezaron a estallar entre las llamas)". Y en Naturaleza muerta con pájaro carpintero
se ocupa a su vez del tequila, como “la
bebida favorita de los delincuentes”
a quienes suele traicionar, y lo define como “líquido geométrico de la pasión”, un “dios majadero que copula en el aire con las almas de las vírgenes
moribundas” y también “agua salvaje
de la hechicería”.
Relación que viene a coincidir con la que por su parte establece el británico D. H. Lawrence en La serpiente emplumada, cuando describe: “... las caras verdaderamente terribles de algunos tipos de la ciudad, tumefactas a causa del veneno del tequila y con los ojos un poco vidriosos y como si mirasen a través de un velo de maldad. En ninguna parte había encontrado rostros en los que se pintase el mal con tanta claridad como los que se veían en México.”
Otro inglés, como lo era Lawrence, que se ocupó de México a lo largo de su obra -con una visión a menudo acerba-, fue Graham Greene, quien menciona al tequila en sus novelas El poder y la gloria y Caminos sin ley, además del relato El billete de lotería, las cuales revisaremos en otra ocasión.
Debo, por supuesto, mencionar los poemas Ponderación y signo del tequila, del colombiano Álvaro Mutis y Entre la piedra y la flor, de Octavio
Paz, pero mejor he optado por incluirlos
completos en los próximos días, lo mismo que las referencias hechas por José Revueltas
en sus novelas Los días terrenales y
Los errores, por Martín Luis Guzmán
en La sombra del caudillo, y Mariano
Azuela en Los de abajo, así como
unos párrafos del relato Jugando con
bombas, del enigmático B. Traven.
Cómo olvidar que el perro del rancho en Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, se llamaba precisamente Tequila, y que los personajes gemelos de La zona del silencio, de Homero Aridjis, llevaban por nombre Mezcal y Tequila.
Cómo olvidar que el perro del rancho en Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, se llamaba precisamente Tequila, y que los personajes gemelos de La zona del silencio, de Homero Aridjis, llevaban por nombre Mezcal y Tequila.
Jules Etienne
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