"Rumbo Tampico, mientras el aparato vuela tierra adentro (...) yo observaba los tres discos resplandecientes, que a veces parecían detenerse, lo cual es debido a una ilusión óptica..."
Apenas despierto, me
hice cargo de la situación: Debajo de nosotros, el mar...
Era el motor de la
izquierda el que estaba averiado; una hélice formando una cruz estática en el
cielo sin nubes; eso era todo.
Debajo de nosotros,
como ya he dicho, el golfo de México.
Nuestra azafata, una
muchacha de veinte años, una niña a juzgar por su aspecto, me había tomado del
hombro izquierdo para despertarme, pero yo me di cuenta de todo antes de que
ella me lo explicara, mientras me ofrecía un salvavidas verde; mi vecino se estaba
abrochando el salvavidas, con aire de buen humor como se acostumbra a tener en
los ensayos de alarma de ese tipo.
En aquel momento
estábamos volando a dos mil metros de altura, por lo menos.
Naturalmente, no se me
habían caído las muelas, ni siquiera el diente de espiga, el cuarto de arriba a
la derecha; me sentí aliviado, verdaderamente satisfecho.
Delante, en el pasillo,
el capitán:
There is not danger at all... (No hay el menor peligro...)
Se trata sólo de una
medida de precaución, nuestro aparato puede volar incluso con sólo dos motores,
nos hallamos a 8,5 millas de la costa mexicana, rumbo a Tampico, se ruega a
todos los pasajeros que no se muevan y que, de momento, no fumen.
Thank you. (Gracias.)
(...)
Los otros tres motores
marchaban perfectamente; ni hablar de peligro; vi que manteníamos la altura,
luego apareció la costa envuelta en niebla, una especie de laguna, más allá
pantanos. Pero todavía no se vislumbraba Tampico. Yo conocía Tampico de otra
vez, en ocasión de una intoxicación por pescado que no olvidaré hasta el fin de
mis días.
- Tampico -dije- es la
ciudad más sucia del mundo, un puerto petrolífero, ya verá usted; cuando no
apesta a petróleo, apesta a pescado...
Mi vecino se tocó el
salvavidas.
- Le aconsejo de verdad
-dije-, que no coma pescado, pase lo que pase...
El hombre intentó una
sonrisa.
- Los indígenas,
naturalmente, están inmunizados -le dije-, pero lo que es nosotros...
Asintió sin escucharme.
Parece que yo pronuncié toda una conferencia sobre amibas y sobre los hoteles
de Tampico. En cuanto vi que el individuo de Düsseldorf no me escuchaba, le
agarré de la manga, cosa que no acostumbro, al contrario: odio esta manía de agarrarse
mutuamente de la manga. Pero si no era así, no me escuchaba. Y le conté toda la
historia de mi aburrida intoxicación en Tampico, en 1951, o sea hace seis años.
Entre tanto, no volábamos, como se demostró, a lo largo de la costa, sino
súbitamente tierra adentro. De manera que no nos dirigíamos a Tampico. Yo
estaba asombrado, dispuesto a pedir información a la azafata.
(...)
Un buen mapa como los
ofrece la Swissair, aquí no lo hay, y lo que me pone nervioso es sencillamente
esa información idiota: Rumbo Tampico, mientras el aparato vuela tierra
adentro... subiendo, como ya he dicho antes, con tres motores; yo observaba los
tres discos resplandecientes, que a veces parecían detenerse, lo cual es debido
a una ilusión óptica: una sacudida negra, como de costumbre. No había motivo de
alarma, lo único que resultaba extraño era ver la cruz fija de una hélice
parada en pleno vuelo.
Nuestra azafata me daba lástima.
Max Frisch (Suiza, 1911-1991).
(Traducido al español por Margarita Fontseré).
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