- Suplico a Vuestras Altezas que me dispensen, señora.
Mas Vuestra Alteza -añadió la duquesa dirigiéndose al príncipe- lee
perfectamente el francés. Para calmar nuestros agitados espíritus ¿querría Vuestra
Alteza leernos una fábula de La Fontaine?
La princesa encontró ese nos muy insolente,
pero pareció a la vez extrañada y divertida, cuando la mayordoma mayor, que se había
dirigido con gran tranquilidad a la biblioteca, volvió trayendo un volumen de
las Fábulas de La Fontaine, lo hojeó un instante y dijo al príncipe, ofreciéndoselo:
- Suplico a Vuestra Alteza que lea toda la
fábula.
El hortelano y su señor
Cierto hombre a la horticultura aficionado,
Un jardín en su pueblo tenía.
Adquirió la huerta de al lado
Y la cercó de penca y de zarza bravía
La col y la lechuga en la huerta se daban,
En el jardín las flores no sobraban,
Pero había para regalar
Un ramo de clavel, de jazmín y de rosa
A Teresa, la moza más hermosa
De aquel lugar.
Mas habiendo esta dicha una liebre turbado,
Al señor de la aldea nuestro hombre se quejó.
"- El maldito animal, dijo, está en el cercado
Y se harta de comer de lo que Dios creó.
Ni trampa, ni palo, ni piedra
Valen con él; nada le arredra.
Es brujo. -¿Brujo? Vamos, que yo le desafío,
le replicó el señor. Aunque fuera Merlín,
Ten por seguro, amigo mío,
Que mis perros sabrán echar de tu jardín
Al voraz animal. -¿Y cuándo? - Sin demora,
Mañana, a la primera hora."
Llegó el señor con todos sus criados.
“- Almorcemos. ¿Están tus pollos bien cebados?”
Tras del almuerzo, alegres empezaron
A preparar la caza, con un tumulto ingente
De tropas y de perros y de gente,
Que a nuestro buen villano atónito dejaron.
Pero fue lo peor; que el barón y sus perros
En lamentable estado pusieron el jardín.
¡Adiós flores, rosa, jazmín!
¡Adiós coles, lechuga, puerros!
“- Juegos son de señor, suspiraba contrito
El buen hombre, pero la turba cazadora
Destrozó, sin oírle, en menos de una hora
Más que en cien años todas las liebres del distrito."
Resolved, principillos, a solas vuestras guerras.
Fuera locura insigne acudir a los reyes,
No permitáis jamás que os impongan sus leyes
Ni le hagáis entrar en vuestras tierras.
A esta lectura siguió un profundo silencio. El
príncipe se paseaba por el gabinete, después de haber ido él mismo a dejar el
volumen en su sitio.
Stendhal:
Henri Beyle (Francia, 1743-1842).
La ilustración corresponde a un grabado de Martin Marvie para la edición de las Fábulas de La Fontaine en 1668.
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