"... la reverberación rosada de la nieve en la tardía aurora y la niebla que hay por la Epifanía..."
(Fragmento del capítulo V)
Tatiana, alma rusa, sin saber por qué, amaba el
invierno con su fría belleza, la escarcha al sol en un día glacial, los
trineos, la reverberación rosada de la nieve en la tardía aurora y la niebla
que hay por la Epifanía. Estas noches triunfaban en su casa a la moda antigua;
las sirvientas echaban la buenaventura a sus señoritas y les predecían cada año
maridos militares y campañas en las que ellos intervenían.
Tania creía en la tradición popular de la antigüedad,
en la buenaventura echada en cartas, en los sueños y en lo que auguraba la
luna. Le atormentaban los objetos y secretamente todos le decían algo, el
presentimiento le oprimía el corazón; el gato mimoso, sentado encima de la
estufa, ronroneando, se lavaba la cara con la patita; esto era para ella un
infalible presagio de la llegada de los invitados. Si veía el cuerno estrecho
de la luna en el lado izquierdo del cielo, temblaba y palidecía.
Cuando la estrella fugaz volaba por el cielo oscuro,
para luego desvanecerse, Tania, con turbación, se daba prisa a murmurarle el
deseo de su corazón antes que desapareciese. Cuando en algún sitio se
encontraba con un fraile vestido de negro, o cuando una liebre le cortaba el
camino en el campo, llena de dolorosos presenti- mientos, esperaba la desgracia,
y por miedo no sabía qué empezar. Encontraba un placer indecible en el mismo
horror, porque la Naturaleza nos creó de tal manera, que nos gustan las
contradicciones.
Aleksandr Pushkin (Rusia, 1799-1837).
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