"... para desayunar, tomaba pan con miel, bebía una taza de café; «No, no, mamá, por favor, no quiero huevo»..."
(Fragmento del capítulo 4)
El
radio del semicírculo comprendía un kilómetro: dentro de aquella línea vivía la
mujer que se casaría conmigo; todavía no la conocía, no sabía su nombre, sólo sabía
que la sacaría de una de aquellas casas patricias de que me había hablado mi
padre: él había servido tres años aquí en el regimiento de ulanos, había
acumulado odio en su corazón, odio a los caballos y a los oficiales, odio que
yo respetaba sin compartirlo; me alegré de que mi padre ya no pudiera ver que
yo a mi vez era oficial: alférez de zapadores de la reserva: me reía, me reía repetidamente
aquella mañana de hace cincuenta y un años; yo sabía que sacaría a mi esposa de una de
aquellas casas, que se llamaría Brodem o Cusenius, Kilb o Ferve; tendría veinte
años; salía ahora, precisamente ahora, en aquel mismo instante, de misa
primera, dejaba su devocio- nario en el mueblecito del recibidor, llegaba a punto
para recibir en la frente un beso de su padre, antes de que su estentórea voz
de bajo resonara a través del patio y desapareciera en la oficina; para
desayunar, tomaba pan con miel, bebía una taza de café; «No, no, mamá, por
favor, no quiero huevo»; leía a su madre el programa de bailes. ¿La dejarían ir
al baile de los universitarios? Sí, la dejaban.
A lo
más tardar, sabría, el día 6 de enero, en el baile de los universitarios, cuál
era la que iba a elegir; bailaría con ella; sería bueno con ella, la amaría y
ella me daría hijos, cinco, seis, siete; estos se casarían y me darían nietos,
cinco, seis, siete veces siete, y mientras escuchaba el resonar de las herraduras
que se alejaban, veía el grupo de mis nietos, me veía a mí mismo como patriarca
de ochenta años presidiendo aquella familia que
pensaba fundar: fiestas de cumpleaños, entierros, bodas de plata y bodas de
oro, bautizos, niños recién nacidos colocados en mis manos de anciano, bisnietos
a los que querría como a mis bellas nueras, a las que invitaría a almorzar, a
las que regalaría flores y bombones, perfumes y cuadros; yo lo sabía mientras estaba
allí dispuesto a empezar la danza.
Heinrich Böll (Alemania, 1917-1985).
Obtuvo el premio Nobel en 1972.
(Traducido al español por Margarita Fontseré).
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