domingo, 27 de noviembre de 2022

Letras de la revolución: ¡VÁMONOS CON PANCHO VILLA!, de Rafael F. Muñoz


(Fragmento del capítulo Becerrillo)

«¡Vámonos con Pancho Villa!», había dicho a Miguel Ángel un ranchero de San Pablo, llamado Tiburcio Maya, en quien muchos hombres del rumbo habían encontrado ciertas dotes de cabecilla, y lo declararon su guía en un intento de unirse a la Revolución. «¿Pancho Villa?» «Sí, él es el jefe: muy atrevido y muy valiente, entró de los Estados Unidos en marzo con ocho hombres, y ahora tiene más de mil, bien armados y bien montados…» Tiburcio le explicó cómo habían sido derrotados los soldados del Gobierno en varios encuentros, le dijo por qué era que peleaban los revolucionarios, y le aconsejó que dinamitara el puente.

Cuando Miguel Ángel surgió de las aguas del río, aún trémulas por el estallido, cinco hombres montados lo esperaban, teniéndole preparado un caballo con silla. Y dejando atrás el humo de la explosión, que manchaba la tarde, se fueron en busca de Francisco Villa, hasta encontrarlo: treinta y cuatro años de edad, cien kilos de peso, cuerpo musculoso, como una estatua. Su mirada parece desnudar las almas: sin interrogar, averigua y comprende. Es cruel hasta la brutalidad, dominante hasta la posesión absoluta. Su personalidad es como la proa de un barco, divide el oleaje de las pasiones: o se le odia, o se le entrega la voluntad, para no recobrarla nunca.

Ante él se presentaron expresándole su deseo de unirse a la Revolución. ¿Por qué? Por la intuición vaga de que iban a luchar por una causa que les favorecía. Ellos mismos no sabían a punto cierto qué quería la Revolución, pero cada cual tenía sus motivos de queja y sus deseos de una situación mejor. Sus odios, sus deseos de venganza, sus anhelos de mejoramiento económico, todo creían poderlo satisfacer.

«¡La Revolución!». La sonoridad del grito arrastra a los espíritus rebeldes. Y los hombres acostumbrados a la vida armada del campo, donde a tiros se defiende una milpa contra los ladrones de elotes, a tiros se disputa un caballo salvaje si más de un jinete lo persigue, a tiros se vive y a tiros se muere, esos rancheros fueron de una vez a disputarse en la Revolución, no una mazorca o un potro, sino un derecho a la vida más alto. Ellos no habían sido peones nunca, y no iban como éstos a la Revolución con el solo deseo de un pedazo de tierra que llamar propio. «Entonces, los ayudaremos…» ¡A tiros!

Rafael Felipe Muñoz (México, 1899-1972).

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