jueves, 3 de noviembre de 2022

Día de los muertos: TODA LA BELLEZA DEL MUNDO, de Jaroslav Seifert

"De niño, cuando veía un crisantemo, no sé por qué, sentía ganas de llorar."

Cuatro paradas en la tumba de un poeta

III

Cuando Hrubín hubo cumplido sesenta años, la editorial Albatros celebró en la sala de conferencias de su palacio un homenaje al poeta. Era a mediados de septiembre y estaba lleno. Mucha gente quería estrecharle la mano.

Al final Hrubín se liberó de la muchedumbre y, un poco cansado, vino a sentarse a mi mesa. De esta forma tuvimos un momento, durante la celebración, para recordar otra cosa: los cuarenta años de nuestra amistad. Cuarenta años bajo su cielo azul, sin ninguna nube. Un poco ceremoniosamente, como no lo acostumbrábamos a hacer nunca, brindé a la salud de Hrubín. ¡Cómo podía sospechar que aquellas serían las últimas gotas de vino que beberíamos juntos!

Hemos bebido mucho vino durante esos largos cuarenta años. Dulce y áspero, caprichoso y lleno de tribulaciones, amargo y turbio, tal como eran nuestros caminos a través de la vida checa y las dos guerras.

¡Cómo podía sospechar que estábamos sentados allí por última vez! Pero sí que podía. Tenía que haberle mirado mejor a la cara. Cuando después de su muerte me enviaron a la editorial las fotos de Hrubín y una de ellas era la de la mesa donde estuvimos sentados juntos, me espanté al ver su rostro. Parecía ya tres veces besado por la muerte. En la foto, Hrubín miraba a alguna parte indefinida. Pero no, miraba como detrás de la vida. Y como desde dentro de su rostro, mal cubierto por una piel grisácea y transparente, me miraba otra cara, esa cara tan conocida de la decadencia humana, la sonriente calavera.

En septiembre, los días de sol están endulzados por las manzanas que maduran. Septiembre es tan bello como mayo. Pero noviembre se pone agrio de putrefacción y la mesa está vacía.

El día de la fiesta de los muertos, la primera después del fallecimiento del poeta, su sepulcro estaba cubierto de velas. En medio de ellas había un florero con un ramo de crisantemos.

De niño, cuando veía un crisantemo, no sé por qué, sentía ganas de llorar.

Jaroslav Seifert (República checa, 1901-1986).
Obtuvo el premio Nobel en 1984).

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