domingo, 3 de abril de 2022

Día de reyes: UN PAR DE VISIONES AMARGAS, de Gabriel Miró y Marco Denevi

"Herodes, viéndose burlado por los magos, se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños de Belén."

Los tres caminantes

(Fragmento)

Gaspar, Balthásar y Melchor subían las manos, y las familias les maldijeron. Les veían demacrados y pobres, pero invocaban la misma estrella que la turba del rey señalaba cuando degolló a sus hijos.

Lejos, en el albergue, se torcían los rojos corazones de las hogueras. Y en el portal se les cayeron las carroñas exhaustas de sus bestias. Llamaron los tres caminantes. Les recibió un husmo de castas, un tufo de hachones y fogariles, un olor agrio de frutas que se derretían, un aliento de intemperies cobijadas toda la noche». Ganados y recuas rodeando los pozos. Judíos en oración, inmóviles, hacia Jerusalem. Soldados, mayorales, trajineros disputándose armas, aparejos, rameras. Despertaban las caravanas a punto de abrirse en una rosa de rutas y climas. Como en todos los paradores. Seguir; comenzar; volver en curvas de río por la misma planicie. Ahora estaría la cumbre de ellos ungida de las esencias de la madrugada, como en los tiempos de su quietud, antes de la aparición de la estrella. Como entonces y sin ellos; sin poder retornar a entonces. Se internaron por corredores cavados dentro de la colina que sostiene la obra de la caravanera. Salían hatos, acémilas, familias... Después todo se quedaba recogido, tierno de la flor del alba; y por una pared rota bajaba muy grande el lucero. En lo último del refugio había un rodal de gentes con gallaruzas de vellones, con capuces peludos de olor de majada. Ponían sus manos de cepas a la lumbre despertando el rescoldo no como los magos hacían con el fuego divino de sus losas, sino como fuego terrenal creado para el bien de los hombres. Conversaban mirando a una rinconada donde se guarecía un matrimonio de Nazareth: la mujer lisa, frágil de recién parida, aniñada por la maternidad; el marido tostado, maduro, con sayal tosco y el paño de su frente desatado, y se le juntaban la cabellera aceitosa y la barba que principiaba a encanecer.

Los pastores les daban agua y lienzos con que lavar y aviar el hijo, y después se lo pusieron al pecho de la madre. Todo lo iban reflejando los gordos ojos de la jumenta que les trajo de su país y los de un buey echado detrás del pesebre que volvía su cuerna moviendo despacio las quijadas con un crujido de grama, dejando el humo de su morro caliente; y cuando paraba de rumiar se sentía mamar a la criatura.

Marido, mujer, pastores y bestias se volvieron pasmados a los tres aparecidos.

¿Serían tres ángeles? Tres ángeles de blancuras ajadas, extenuados, envejecidos de tanto caminar. Vendrían de las orillas del cielo, donde el cielo y la tierra tienen un vado de montes azules.

Gaspar, Balthásar y Melchor se arrimaron poco a poco entre garbas de lena y atadijos y vasijas del ajuar de la familia de Nazareth, hasta postrarse en el pajuz.

El hijo soltose del pecho. Y Balthásar le dejó delante un terrón de oro; Gaspar, un alabastro de incienso; Melchor, un pomo de mirra. No dijeron nada. Callando era más clara la suavidad de su cansancio en el descanso. Así, con el silencio de su boca respondían al silencio interior de su vida. Ni se preguntaban si habían venido, si habían bajado de su cumbre lejana para eso. Si habían pasado desiertos, fragas, ríos, naciones para ver un matrimonio artesano con un hijo recién nacido. No se lo reprocharon. Nunca habían sentido esta emoción de humanidad. Buscaron la gloria prometida al mundo, y se encontraban a sí mismos en su alma trémula de ternuras. No se calcinaría el misterio ni el deseo. No se les vería regresar con la estrella apagada.

Siempre los tres magos camino de Bethlem, con el lucero llagándoles los ojos.

Gabriel Miró (España, 1879-1930).

Desastroso fin de los tres reyes magos

“Herodes, viéndose burlado por los Magos se irritó
sobremanera y mandó matar a todos los niños de Belén.”
(Mateo, 2, 16).

Camino de regreso a sus tierras, los tres Reyes Magos oyeron a sus espaldas el clamor de la Degollación. Más de una madre corrió tras ellos, los alcanzó y los maldijo. De todos modos la noticia se propagó velozmente. Marcharon entre puños crispados y sordas recriminaciones de hombres y mujeres. En una encrucijada vieron a José y a María que huían a Egipto con el Niño. Cuando llegaron a sus respectivos países los mató el remordimiento.

Marco Denevi (Argentina, 1922-1998).

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