jueves, 11 de julio de 2019

Tu boca: LA SEÑORITA DE LOS OJOS VERDES, de Maurice Leblanc

"Pero encontrar ojos verdes y labios que se abandonan; ¡qué voluptuosidad!..."

(Fragmentos)

Capítulo III: Un beso en la sombra

Conocía bien la contestación a semejante pregunta. Si se había interesado por la joven a causa de tener esos ojos de jade, ¿cómo no iba a protegerla, cuando la había sentido desfalleciendo cerca de él y con los labios muy próximos a los suyos? ¿Acaso se puede entregar una mujer cuya boca se ha besado? Cierto que era una asesina; pero se había estremecido bajo sus caricias. Y Raúl se percataba de que nada del mundo podría hacer que no la defendiese contra todo y contra todos. El ardiente beso de aquella noche dominaba todo el drama y todas las resoluciones a que el instinto de Raúl, más que su razón, le ordenaba dedicarse.

Capítulo IV: Es robada la Villa B...

Permaneció, pues, todo el día bajo el toldo del vagón, mientras el tren de mercancías se dirigía hacia el sur, entre campos soleados. Soñaba tranquilamente, comiendo manzanas para engañar al hambre. Y sin perder el tiempo en edificar frágiles hipótesis sobre La bella señorita, sus crímenes y su alma tenebrosa, saboreaba los recuerdos de la boca más tierna y más exquisita que la suya hubiera besado. Ese hecho era el único de que deseaba preocuparse. Vengar a la inglesa, castigar a la culpable, atrapar al tercer cómplice, volver a la posesión de los billetes robados, todo eso, evidentemente, era interesante. Pero encontrar ojos verdes y labios que se abandonan; ¡qué voluptuosidad!...

Capítulo VI: Entre la hojarasca

La joven calló. Había recogido su sombrero y con él se tapaba la parte inferior de la cara, principalmente los labios. Para Raúl no cabían dudas en la explicación de la conducta adoptada por la joven. Si le detestaba no era porque hubiese sido testigo de los crímenes cometidos y de tanta vergüenza, sino porque la había tenido en sus brazos y porque le había besado la boca. Aquel pudor, tan extraño en una mujer como ella, en una mujer tan sincera, arrojaba tal claridad sobre la intimidad de su alma y de sus instintos, que Raúl, a su pesar, murmuró:

- Le ruego que olvide.

Capítulo VII: Una de las bocas del infierno

- Por una parte, pues, la denuncia pública, los tribunales y el temible castigo... Por la otra, el segundo término del dilema en que deberás escoger el acuerdo en las condiciones que ya puedes adivinar. Claro está que no me conformo con una promesa; exijo que, puesta de rodillas, me jures que una vez en París vendrás a verme a mi casa. Además, como prueba inmediata de que el acuerdo es leal, quiero que lo firmes poniendo tu boca sobre la mía. Pero no ha de ser un beso de odio y asco, sino un beso de buena gana, como los que me han dado otras tan bellas y más difíciles que tú... ¡Un beso de amor!... Pero ¡contesta! -exclamó en un estallido de rabia-. Contéstame que aceptas. Ya me está molestando tu actitud de alma en pena. Contéstame, si no quieres que te obligue y, además de dármelo por la fuerza, ganarte la cárcel.


Maurice Leblanc (Francia, 1864-1941).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario