"... incesante y funeral clamoreo que comenzaba en la Catedral y que se repetía en los cien campanarios..."
(Fragmento inicial)
En los antiguos tiempos, es decir antes de la Reforma, México se despertaba el 2 de noviembre al funeral clamor de las campanas que doblaban en todas las iglesias, recordando que era el día de la conmemoración de los fieles difuntos. ¡Ah! ¡Qué tristeza y qué tedio causaba ese incesante y funeral clamoreo que comenzaba en la Catedral y que se repetía en los cien campanarios de los conventos y en todas las iglesias, parroquias, capillas y ermitas que bordaban la ciudad de oriente a poniente, y de norte a sur! Era una incesante vibración acompasada, ronca, lúgubre, que daba origen a variados sentimientos, pero todos amargos. La tristeza, el pesar el desaliento, se apoderaban del corazón, como el cortejo pavoroso de los recuerdos del día. Porque ¿quién no había perdido alguna persona amada, cuya memoria venía a evocar la voz de la campana?, mortuos plango.
¡Era, en fin, una invitación al recogimiento, al recuerdo, a la plegaria, a las lágrimas, al dolor!
¡Tristes y respetables costumbres de la piadosa ciudad de México!
Hoy, este año, algo de eso ha pasado; es decir, ha habido dobles, porque de poco tiempo á esta parte, se observa que van volviendo furtivamente y alentadas por una cierta tolerancia, las bellas manifestaciones públicas, los venerandos ruidos del culto católico. Las campanas han elevado su clamor al cielo, han vibrado en el espacio esas notas doloridas y lúgubres con que la iglesia recuerda á los fieles que deben llorar sobre las tumbas y orar por los muertos para que sean libres, según el dogma fundado en un texto del libro de los Macabeos.
Y los fieles conmovidos han obedecido hoy, lo mismo que en los antiguos tiempos, al mandato sagrado, porque aunque las campanas habían enmudecido por algunos años y se han disminuido en los presentes, la costumbre piadosa de conmemorar á los difuntos ha permanecido firme, mantenida por la tradición y por la ternura de las familias.
Así, pues, aunque yo conocía ya las costumbres mexicanas en este dia, y aunque venciendo la repugnancia que siento por los cementerios de. las grandes ciudades, pues cuando quiero meditar sobre el gran problema de la muerte y envolverme en las sombras de la tumba para soñar en ellas, prefiero buscar, como el poeta inglés Gray, el cementerio de las aldeas, me dirigí á visitar los panteones.
Ignacio Manuel Altamirano (Mexicano fallecido en Italia, 1834-1893).
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