viernes, 5 de enero de 2018

Nieve: HISTORIA DE ROMA, de Theodor Mommsen


Paso de los Alpes
 
(Fragmento)
 
Ninguno, a excepción del jefe y de sus allegados, veía ya en la empresa más que una quimera; pero jamás llegó a flaquear la confianza de Aníbal. Además encontraron numerosos soldados que habían rodado por las laderas; los galos aliados se hallaban muy próximos, y estaban en el punto de partida de las aguas. Tenían ante sí la bajada, cuya vista alegra siempre al que viaja por las montañas. Después de haber descansado un poco, el ejército recobró su valor y comenzó la última y más difícil operación, que debía conducirlo a la llanura. El enemigo no lo incomodaba ya mucho, pero el mal tiempo había llegado, era ya comienzos de septiembre, y reemplazó en la bajada las molestias que los bárbaros les habían hecho sufrir en la subida. Por las pendientes resbaladizas y heladas de las orillas del Duria, donde la nieve había borrado toda huella y todo camino, se extraviaban hombres y animales, perdían la tierra y caían en los abismos. Al anochecer del primer día llegaron a un sitio de unos doscientos pasos de extensión, por donde se precipitaban a cada momento enormes avalanchas que se desprendían de los escarpados picos del Cramont, cubiertos casi perpetuamente por las nieves. La infantería pudo pasar, aunque con dificultad; pero no sucedió lo mismo con los elefantes y los caballos, que se resbalaban en las masas de hielo ocultas bajo una nueva y tenue capa de nieve. Aníbal acampó más arriba con los elefantes y la caballería. A la mañana siguiente rompieron la capa de hielo a fuerza de trabajo, e hicieron practicable el camino para los mulos y los caballos. Sin embargo, se necesitaron tres días de grandes esfuerzos, en los que los soldados se iban relevando sin cesar, para que pudiesen pasar los elefantes. Al cuarto día se había ya reunido por fin todo el ejército; el valle se iba ensanchando y era más fértil cada vez. Por último, después de otros tres días de marcha, llegaron al territorio de los salasas, ribereños del Duria y clientes de los insubrios, que recibieron a los cartagineses como amigos y salvadores.
 

Theodor Mommsen (Alemania, 1817-1903). Obtuvo el premio Nobel en 1902.

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