"... como una seña celestial, como la aparición de un cometa o un eclipse solar, contemplaban ahora la escisión."
(Fragmento del capítulo décimo)
Escisión.
Todos estos últimos días, en las fachadas de las casas, en los cristales de su
coche, en las puertas, en los mapas, en el rostro de los transeúntes, en todas
partes, no había visto más que grietas. Todo se cuarteaba, al principio
suavemente, luego cada vez con mayor vigor, como producto de un terremoto.
Ahora todo estaba confirmado. Había escisión. Los gigantes se habían enfriado.
El campo había perdido... el sueño... la unidad. Ya no dormirá más... Recordó
su primer viaje sobre el cielo comunista, aquel deambular por el vacío, aquel
crepúsculo, aquella ceguera, cuando iba en busca de la grieta, la lagartija por
el desierto, cuando no creía nada, cuando se sentía perdido. Ahora la escisión
correteaba vivaz por la superficie del globo, atravesaba penínsulas,
continentes, se distinguía desde lejos, desde los polos, desde el ecuador. Su
noticia volaba ya por el éter. En todas partes, en innumerables oficinas
ministeriales, especialistas de todas clases, consejeros secretos, ministros,
embajadores, generales y mariscales, presidentes de gobierno, millonarios,
presiden- tes de Estados seculares y presidentes de Estados recientes, todos, sin
excepción, como una seña celestial, como la aparición de un cometa o un
eclipse solar, contem- plaban ahora la escisión.
Acababa de
transmitir la noticia y se dirigía con prisa a un café.
El mundo, como
quiera que sea, es bello, se dijo al pasar junto al quiosco de los periódicos,
donde, entre la gente que esperaba de pie, vio de refilón a una bella muchacha con
los ojos anegados de lágrimas. Sonrió para sus adentros, como si viera la cosa
más increíble.
Ismail Kadaré (Albania, 1936).
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