sábado, 4 de noviembre de 2017

Eclipse: ANIARA, de Harry Martinson


Prólogo, del propio Harry Martinson

Aniara es, podríamos decir, un producto de la imaginación escrito por el tiempo. Y es, por ende y en cierto sentido, una creación anónima. Trata de la esperanza universal, del dolor y la decepción que son propiedad común de todos nosotros, pero también de nuestros intentos de concedernos plazos o de retrasar o diferir procesos implacables con la ayuda de la imaginación.
 
Aniara trata de todo aquello que no dominamos personalmente aunque formemos parte indisociable de ello. No importa cómo vivamos, nuestra existencia discurre en unos parámetros que, de un modo u otro, nos vienen inexorablemente definidos. Uno de esos parámetros es el biológico. Nacemos, maduramos, envejecemos y morimos. Y ese parámetro alberga él solo toda la dicha y todo el terror. Además, vivimos sujetos a las directrices que el ser humano ha creado junto con la naturaleza: sociales, políticas, religiosas y científicas. Nuestra existencia toda es una serie de tentativas de explicar el mundo dentro de esos parámetros, hasta el límite del enigma o del temor, o de acotarlo y protegernos merced a los símbolos de la introspección, las metamorfosis del instinto. Que debemos sacar el máximo partido de dicha situación universal es una verdad antigua, o un truismo. Pero nuestro mundo y la imagen que de él tenemos se han ampliado en menos de una centuria en tal medida que incluso las obviedades se tambalean. Aquello que antaño pertenecía al ámbito de loevidente y asequible se ha expandido hasta coincidir con lo enigmático e inaudito. Pese a todas las directrices protectoras que nos rodean, nos hemos visto arrojados a la infinitud.
 
El relato de Aniara discurre por distintos planos, en el seno de ilusiones humanas de distintas categorías. La forma está al servicio del relato, de ahí su relativa sencillez. Paralelamente al carácter épico, el relato recorre numerosas formas diversas de conocimiento humano y espacios de conciencia. Sin embargo, por extraño que parezca, la experiencia ha demostrado que Aniara puede leerse de principio a fin como una narración apasionante sobre un devenir donde realidad e irrealidad se solapan. Nos introduce en un medio que no existe, pero al que nos acostumbramos en el transcurso de la lectura y que pronto acabamos reconociendo de una forma u otra. Se convierte en un medio real, persistente y cautivador, y a la postre insobornable y fiel: como un espejo. Se convierte, digámoslo así, en nuestro medio fatal, el que llevamos dentro como un espacio interior de contenido en el que nuestra conciencia aprehende y distribuye el enigma de la existencia en aquellas categorías en virtud de las cuales devenimos seres humanos. Una de esas categorías es la conciencia de la responsabilidad y la culpa de lo que por nosotros le sucede al mundo. Las numerosas dependencias y salas de la goldondra Aniara son, si así queremos verlas, espacios de categorías espirituales, cámaras actitudinales, círculos de experiencias o simplemente diversos modos de sentir, de pensar y de vivir. Pero todo se halla reunido intramuros de las mismas paredes y, simultáneamente, expuesto y arrojado al vacío, al interior y al exterior. Un denominador común es el deseo y el instinto de convertirlo todo en una representación teatral, de ser al mismo tiempo actor y espectador en un teatro delmundo que se expande paulatinamente hasta extremos inauditos. En un mundo tal se imponen exigencias terribles al arte y a la cultura. Como símbolo de todos los esfuerzos ampliados en ese camino se encuentra la mima, de construcción misteriosa; la gran captadora y restituidora de todo cuanto se va y pasa, de todo lo que sigue irradiando en torrentes pandireccionales hacia el vacío y el olvido. En la entropía, en el desfallecimiento de los valores, la mima reúne una y otra vez en el seno de su espejo todo aquello que se ha ido y no es ya más. Por esa razón representa la Memoria, la nostalgia incurable, la elegía del mundo, pero también la Historia, la culpa.
 
En virtud de su construcción misteriosa y refinada, la mima siente mucho más y con más intensidad que los hombres. De ahí que su fragilidad, su delicadeza y sus sentimientos de culpa se vean magnificados. Hasta que sucumbe «eclipsada ya su central celular», y se descompone. La mima muere.

Así podría seguir explicando el relato de Aniara, pero el riesgo de intelectualizar los motivos a posteriori es demasiado grande. Recorrer el mismo camino que nos llevó al poema es demasiado aventurado. La visión de los demás es ahí mejor que la del poeta que, por otra parte, solo ha prestado servicio como un médium, como un informador de su propio tiempo, como un mimarob.
 
Un par de alusiones al eclipse en Aniara:
 
No devuelve luz alguna, sino que aparece como un eclipse de varias estrellas que, tan solo un mes atrás se divisaban en la misma mancha que el sol negro se ve hoy perfectamente recortado como una moneda de carbón.
 
(...)
 
Al comenzar el año vigésimo cuarto, colapsó la inteligencia, pereció la imaginación. Destrozados por la perpetuidad enigmática de un cosmos galáctico sin fin, claudicaron los sueños y confesaron la nimiedad de su rango en el espacio Ghazilnut.
 
El eclipse se apoderó de muchas almas, con la realidad rota, deambulaban por las salas preguntándose mutuamente por el camino a casa, por aquello que, aunque lejano, conocían. Se agolpaban bajo la luz igual que las polillas en otoño allá en los valles de Doris.
 
Harry Martinson (Suecia, 1904-1978). Obtuvo el premio Nobel en 1974.

Las ilustraciones corresponden a un supuesto mapa astronómico con la ubicación de Aniara que aparece en una de tantas ediciones de la obra y a una portada de la misma.
 
(Traducido al español por Carmen Montes Cano).

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