"... la atmósfera siniestra y sombría que acompaña siempre al eclipse de sol..."
(Fragmento del capítulo VII)
(Fragmento del capítulo VII)
Se
habla de las diez plagas, que Dios envió una tras otra sobre Egipto para
ablandar el corazón del faraón, al tiempo que deliberadamente lo hacía más
obstinado, a fin de poder demostrarle su poder con plagas mayores:
transformación de agua en sangre, ranas, moscas y mosquitos, fieras, tiña,
epidemias, granizo, langostas, tinieblas y muerte del primogénito. Así se
llamaron estas diez plagas, y no hay nada de imposible en ninguna de ellas;
pero debemos preguntarnos en rigor si cabe atribuir a ellas el resultado final,
excepción hecha de la última cuyo origen es impenetrable y que nunca ha sido
develado exactamente. El Nilo, bajo ciertas condiciones, toma un color rojo,
las aguas se tornan hediondas y mueren los peces. Puede suceder también que las
ranas de los pantanos se reproduzcan exageradamente o que los piojos y las
moscas se multipliquen en forma desmedida hasta asumir proporciones de plaga.
Había todavía muchos leones en el linde del desierto y la jungla, próximos a
los brazos muertos del río, y de cundir el ataque de hombres y bestias, bien
podría llamarse a eso una plaga. ¡Y qué frecuentes son en Egipto la sarna y la
tiña, y con cuánta facilidad se propagan las enfermedades de la piel en la
población debido a la falta de higiene! En esa región el cielo es siempre de un
intenso azul, de modo que una tempestad violenta debía causar una profunda
impresión en el pueblo, y mucho más si ésta venía acompañada de relámpagos y
granizo que azotara los sembrados y destrozara los árboles, sin que mediara
designio sobrenatural alguno. En cuanto a la langosta, es huésped harto
conocido en la zona, y contra tan voraces visitantes los hombres han ido
hallando varias medidas de defensa que entonces no se conocían; con toda
seguridad vastas extensiones de cultivos eran devoradas literalmente, dejando
los campos yermos. Y finalmente, quienquiera haya presenciado la atmósfera
siniestra y sombría que acompaña siempre al eclipse de sol, comprenderá
fácilmente que para un pueblo habituado a un sol radiante, esa oscuridad bien podía
antojársele una plaga divina.
Thomas Mann
(Escritor alemán nacionalizado primero checoslovaco y más tarde estadounidense, 1875-1955).
Obtuvo el premio Nobel en 1929.
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