"Punto de partida: la materia; punto de llegada: el alma. La hidra al principio, el ángel al fin."
Quinta parte: Jean Valjean; Libro primero: La guerra entre cuatro paredes
(Fragmento del capítulo XX: Los muertos tienen razón y los vivos no se equivocan)
No
hay nada que decir. Los pueblos, como los astros, tienen el derecho al eclipse.
Y todo está bien, con tal de que vuelva la luz y el eclipse no degenere en
noche. Alba y resurrección son sinónimos. La reaparición de la luz es idéntica
a la persistencia del yo.
Hagamos
constar estos hechos con calma. La muerte en la barricada o la tumba en el
exilio es un recurso aceptable para la abnegación. El verdadero nombre de la
abnegación es desinterés. Que los abandonados se dejen abandonar, que los exiliados
se dejen exiliar, y limitémonos a suplicar a los grandes pueblos que no vayan
demasiado lejos cuando retrocedan. No se debe, so pretexto de volver a la
razón, descender demasiado. La materia existe, y el minuto y los intereses y el
vientre existen; pero no se deben oír los consejos del vientre. La vida
momentánea tiene su derecho, lo admitimos, pero la vida permanente tiene el
suyo. ¡Ay! El haber subido no impide caer. Ejemplos de esto, más de los que se
quisieran, se encuentran en la historia. Una nación es ilustre, toma el gusto
al ideal, y luego se revuelve en el fango, y le sabe bien; y si se le pregunta
cómo es que deja a Sócrates por Falstaff, responde: «Porque me gustan más los
hombres de Estado». Unas palabras más antes de volver a la refriega.
Una
batalla como la que referimos en este momento no es otra cosa que una
convulsión hacia lo ideal. El progreso con trabas es enfermizo y padece
epilepsias trágicas. Esa enfermedad del progreso, la guerra civil, hemos debido
encontrarla a nuestro paso. Es una de las fases fatales, a la vez acto y
entreacto, de ese drama cuyo pivote es un condenado social, y cuyo título
verdadero es: El Progreso. ¡El Progreso! Este grito que lanzamos a menudo es
todo nuestro pensamiento; y en el punto del drama al que hemos llegado,
teniendo que experimentar aún más de una prueba la idea que contiene, quizá nos
sea permitido, si no descorrer el velo, al menos dejar entrever claramente la
luz.
El
libro que el lector tiene ante los ojos en este instante, en su conjunto y en
sus pormenores, cualesquiera que sean las intermitencias, las excepciones o las
debilidades, es la marcha del mal al bien, de lo injusto a lo justo, de lo
falso a lo verdadero, de la noche al día, del apetito a la conciencia, de la
podredumbre a la vida, de la bestialidad al deber, del infierno al cielo, de la
nada a Dios. Punto de partida: la materia; punto de llegada: el alma. La hidra
al principio, el ángel al fin.
Víctor Hugo (Francia, 1802-1885).
(Traducido al español por Aurora Alemany).
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