(Fragmento del capítulo XVII)
Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que entre la gente que estaba
en la venta se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del Potro de
Córdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada,
maleante y juguetona; los cuales, casi como instigados y movidos de un mismo
espíritu, se llegaron a Sancho, y apeándole del asno, uno dellos entró por la
manta de la cama del huésped, y, echándole en ella, alzaron los ojos y vieron
que el techo era algo más bajo de lo que habían menester para su obra, y
determinaron salirse al corral, que tenía por límite el cielo; y allí, puesto
Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarle en alto, y a holgarse con
él, como con perro por carnestolendas.*
Las voces que el mísero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los
oídos de su amo; el cual, deteniéndose a escuchar atentamente, creyó que alguna
nueva aventura le venía, hasta que claramente conoció que el que gritaba era su
escudero; y, volviendo las riendas, con un penado galope llegó a la venta, y,
hallándola cerrada, la rodeó, por ver si hallaba por donde entrar; pero no hubo
llegado a las paredes del corral, que no eran muy altas, cuando vio el mal
juego que se le hacía a su escudero. Viole bajar y subir por el aire, con tanta
gracia y presteza, que, si la cólera le dejara, tengo para mí que se riera.
Miguel de Cervantes y Saavedra (España, 1547-1616).
* Es decir, por la época de carnaval, cuando se acostumbraba mantear a los perros.
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