"Más allá se extendían los espacios insondables del Laberinto de Espejos..."
(Fragmento)
En el prado, la tienda, la feria esperaba. Esperaba a alguien, a cualquiera que vadeara la marejada de hierba. Las grandes tiendas estaban hinchadas como fuelles. Dulcemente exhalaban el aire, que olía a antiguas bestias amarillas. Pero sólo la luna miraba esos huecos de oscuridad, las profundas cavernas. Afuera, unas bestias nocturnas colgaban a medio galope sobre un carrusel.
Más allá se extendían los espacios insondables del Laberinto de Espejos, que albergaban una multiplicación de vacías vanidades, silenciosas, serenas, plateadas por los años, blanqueadas por el tiempo. Cualquier sombra, a la entrada del Laberinto, podría provocar reverberaciones del color del miedo, y descubrir lunas profundamente sepultadas.
Si un hombre se detuviese allí, ¿se vería a sí mismo repetido un billón de veces hasta la eternidad? ¿Miraría detrás ese billón de imágenes, una cara y la siguiente y la otra, cada una más vieja que la anterior? ¿Se encontraría ese hombre perdido en medio de un fino polvo, muy lejos y muy profundamente un hombre no de cincuenta años sino de sesenta, no de sesenta sino de setenta, no de setenta sino de ochenta, noventa, noventa y cinco años?
El Laberinto no preguntó.
El Laberinto no respondió.
El Laberinto estaba allí, simplemente, esperando como un témpano ártico.
Ray Bradbury (Estados Unidos, 1920-2012)
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