miércoles, 8 de agosto de 2012

Páginas ajenas: MARILYN, LA FLOR EXÓTICA, de Guillermo Cabrera Infante

"Lo que Marilyn ofreció fue una pose, pero Sam Shaw la hizo, con su modestia de siempre, imperecedera."
 
 
"Conocí a Marilyn Monroe mucho antes de ser Marilyn Monroe”, me dijo Sam Shaw. “Ocurrió en la filmación de ¡Viva Zapata!”. Sam Shaw fue el fotógrafo que hizo famosa a Marilyn con una sola foto y, con ella, se hizo famoso él mismo. Sam fue un gran fotógrafo (y no sólo de estrellas), pero era mejor persona: uno de los hombres más buenos y generosos que he conocido -un verdadero Uncle Sam-. Ya Marilyn Monroe había hecho Los años peligrosos* (muchos lo fueron para ella) y estaba por filmar La jungla de asfalto, donde algunos la notaron más a ella que a la principal Jean Hagen. “Todos dicen que fue hecha por los estudios. Marilyn se hizo a sí misma”, me dijo Sam. “La operación plástica en su nariz fue idea suya. Ella no fue Kim Novak, inventada por la Columbia y su mandamás Harry Cohn”.

Pero The Asphalt Jungle fue producida por la Metro. Como curiosa simetría esta película fue dirigida por John Huston, quien la dirigió en su última aparición, Vidas rebeldes, cuyo título en inglés, The Misfits (Los contrahechos, en traducción literal), se podía muy bien aplicar a ella tanto como a su protagonista Montgomery Clift. Marilyn, según dijo Billy Wilder que la conocía bien, “era una original”. Lo que ella creía que lo debía a sus maestros Lee Strasberg y señora, sólo lo debía a su afán de llegar a ser una actriz seria. (¡Por favor!) “Marilyn”, según decía Billy Wilder, “era una gran comedianta pero una pobre actriz dramática”.

Esa filmación de Viva Zapata! la reunió con Sam Shaw. Sam había ido a fotografiar no sólo a Marlon Brando sino también a Anthony Quinn, que era su amigo íntimo. “Ella”, decía Sam, “resultaba un poco, cómo decirlo, desmesurada”. Para ser como había sido hasta hace poco modelo de fotografías sus tetas se salían de las blusas y su culo era enorme. Después cuando le llegó la fama lo exhibía y lo movía y lo mostraba orgullosa. Marilyn no era deforme, sino todo lo contrario: muy bien formada, pero ella creaba lo que se dice el canon de la rubia que era demasiado. Tenía razón Sam. Marilyn Monroe pronto tuvo imitadoras. La más famosa y bella y misteriosa (mientras Marilyn era toda ella evidente) fue, por supuesto, Kim Novak. Pero esa es, de veras, otra historia.

Además la forma de caminar de Marilyn como si estuviera muy segura de sus piernas pero no sabía caminar con tacones se hizo evidente en Niagara. Luego todas las actrices de Hollywood que vinieron después, rubias o no, intentarían caminar como ella. “Pero Marilyn”, decía Sam, “fue el artículo genuino”. El artículo femenino, añado yo. Su persona, en el sentido de máscara, era toda suya, hasta la voz entre susurrante y sugestiva. Además Marilyn tenía un agudo sentido del humor, demostrado aun en esa manifestación impresa de la fama, la entrevista -que ella decía odiar. Un periodista le preguntó qué se ponía para dormir y ella susurró: “La radio”. En otra ocasión le preguntaron cómo se vestía para acostarse y ella dijo: “Solamente Chanel número 5”. Su franqueza llegaba hasta la intimidad de su profesión. Durante la filmación de Bus Stop le dijeron que la llamaba a su oficina un rijoso jerarca y al acudir a la cita ella comentó a sus íntimos, “no se vayan, que vuelvo en seguida. él no dura más de cinco minutos”.

La publicidad de Niagara llegó a compararla con la famosa caída de agua: MM “era un espectáculo natural”. Sólo que Marilyn aparecía en vibrantes colores y añadía a su melena rubia un vestido tan apretado que hace falta un topólogo para describirla.

Es precisamente en La tentación vive arriba en que Marilyn se convierte en la Monroe, diciendo cosas como aquella explicación de por qué guarda sus panties en la nevera, “es por la calor”, dice ella feminista y Jacinto Benavente le explica: “Es que el calor es masculino”. Aquí hay otras revelaciones que muestran el carácter y la compasión de Marilyn. Al salir de ver, acompañada por el triple feo de Tom Ewell, El monstruo de la Laguna Negra, se compadece de la suerte del monstruo “tan solo como está sin ninguna compañía”. (Como mi nieto Jacobito a quien le exhibí un video de King Kong y al acabar suspiró: “El pobre mono!”). Entrando en calor en la calle Marilyn tiene un encuentro memorable con el aparato de ventilación del subway, que expira un aire tibio como la noche. La Monroe lo encuentra delicioso (nosotros también) y se baña en esta invertida ducha seca, que le alza la falda para revelar sus piernas perfectas y Ewell y el espectador comprueban que ha sacado sus pantaloncitos, por lo menos, del refrigerador. Esta revelación de sus partes por el aire que sopla un Eolo subterráneo, nos convierte a todos en mirones deleitados. También muestra que Marilyn siempre está sofocada -cuando no está fogosa. Como en Luces de Candilejas que se deja llevar por el viento (bochornoso por partida doble) cantando A Tropical Heat Wave, una ola de calor tropical, y más aún: ella queda en la zona tórrida. En Cómo casarse con un millonario está más refrescada, pero todavía tiene sofocos y aunque todos la miramos, ella no nos ve. O no nos ve bien: es una cegata que, al negarse a usar gafas, comete todos los gafes -y de paso enamora a más de uno. (Entre ellos el espectador convertido en mirón). No es la pícara puritana sino la inocente que nos hace a todos culpables de escoptofilia, enfermedad muchas veces mortal -como Diana cazadora. Es la diosa a quien Norman Mailer llamó “el ángel dulce del sexo”. Pero ella es Diana convertida por sus flechazos en Cupido. La Monroe está en nuestra mitología pero es más que un mito: es un ícono.

Sam Shaw fue el culpable de haber convertido a Marilyn Monroe en mito y a la vez propagador del mito en la iconografía del siglo XX. Fue Sam el creador de Marilyn como imago mundi (la imagen del mundo) o por lo menos propagó su doble. Una réplica de veinte metros de altura colgaba ese verano fogoso por encima de los paseantes en Times Square, y se veía todavía en el septiembre ardiente cuando trató de calmarse la canícula con el aire acondicionado que no todos -como se ve en La tentación vive arriba- tenían en su casa.

Hoy Marilyn Monroe está muerta y Sam Shaw también, pero siempre tendremos la imagen en que ambos coincidieron una tarde de verano en Manhattan. Lo que Marilyn ofreció fue una pose, pero Sam Shaw la hizo, con su modestia de siempre, imperecedera. Ustedes como los voyeurs de ayer podrán verla inmarcesible. Si se mira bien se podrá discernir, entre el dulce viento y la amarga victoria del olvido, que Marilyn parece una flor exótica. Lo era cuando estaba viva, lo es todavía en su imagen: en la imagen que reveló Sam Shaw.


Guillermo Cabrera Infante (Cuba, 1929-2005)
 
* Los títulos corresponden a los de su exhibición en España, tal y como aparecen en el texto original.

martes, 7 de agosto de 2012

Páginas ajenas: MÚSICA PARA CAMALEONES, de Truman Capote


(Fragmento inicial de Una hermosa niña)

Escena: La capilla de la funeraria Universal en la Avenida Lexington y la calle Cincuenta y dos, Nueva York. Un interesante grupo representativo se apretuja en los asientos: celebridades, en su mayoría, del ambiente teatral, cinematográfico y literario internacional presentes todos en homenaje a Constance Collier, la actriz nacida en Inglaterra, que murió el día anterior, a los setenta y cinco años.

Nacida en 1880, Miss Collier comenzó su carrera como corista de teatro de variedades, pasando de allí a convertirse en una de las principales actrices shakesperianas de Inglaterra (y novia, de por vida, de Sir Max Beerbhom, con quien nunca se casó, siendo talvez por esa razón la inspiración de la traviesa e inconseguible heroína de la novela de Sir Max, Zuleika Dobson). Después de un tiempo emigró a los Estados Unidos, donde se convirtió en una importante figura en el teatro de Nueva York y el cine de Hollywood. Durante las últimas décadas de su vida vivió en Nueva York; allí daba clases de teatro de alto nivel: sólo aceptaba profesionales como estudiantes, y por lo general profesionales que ya eran “estrellas”. Katharine Hepburn fue su alumna permanente. Otra Hepburn, Audrey, fue igualmente una de las protegidas de la Collier, igual que Vivian Leigh y, unos meses antes de su muerte, una neófita a quien Miss Collier llamaba “mi problema especial”: Marilyn Monroe.

Marilyn Monroe, a quien conocí por intermedio de John Huston cuando dirigía La jungla de asfalto*, la primera película en que Marilyn habló, pasó a ser protegida de Miss Collier por sugerencia mía. Conocía a Miss Collier desde hacía unos seis años, y la admiraba como mujer de mucho valor en el aspecto físico, emocional y creativo, y por ser, a pesar de sus modales altaneros y de su voz de gran catedral, una persona adorable, levemente malvada pero excesivamente cálida, digna pero gemütlich. Me encantaba ir a los pequeños almuerzos que ofrecía con frecuencia en su oscuro estudio victoriano en el centro de Manhattan; tenía una infinidad de historias acerca de sus aventuras como primera figura con Sir Beerbhom y el gran actor francés Coquelin, su relación con Oscar Wilde, Chaplin de joven y la Garbo en los primeros años de la sueca, en las películas mudas. En realidad, era una delicia, igual que su fiel secretaria y compañera, Phyllis Wilbourn, una solterona brillante pero callada que, después de su muerte pasó a ser, y sigue siendo, acompañante de Katharine Hepburn. Miss Collier me presentó a muchas personas de quienes me hice amigo: los Lunt, los Olivier y especialmente Aldoux Huxley. Pero fui yo el que le presentó a Marilyn Monroe, y al principio no le interesó conocerla, no veía muy bien, no había visto las películas de Marilyn, y en realidad no sabía nada de ella, excepto que era una especie de bomba sexual de pelo platinado, de fama mundial. En fin, no parecía arcilla adecuada para la severa y clásica formación de Miss Collier. Pero yo pensé que podían hacer una combinación estimulante.

Así fue. “Oh, sí”, me informó Miss Collier. “Tiene algo. Es una hermosa niña. No lo digo por lo obvio, tal vez demasiado obvio. No es una actriz, en absoluto, en el sentido tradicional. Lo que ella tiene, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que sólo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: sólo la cámara puede congelar su poesía. Pero quien piense que la chica es otra Harlow, o una puta, está loco. Hablando de locura, es de eso que nos estamos ocupando: de Ofelia. Supongo que la gente se reiría de sólo pensarlo, pero realmente podría ser la Ofelia más deliciosa del mundo. Estaba hablando con Greta la semana pasada, y le hablé de Marilyn como Ofelia, y Greta dijo sí, que lo creía porque la había visto en dos películas, muy comunes y vulgares, pero que de todos modos dejaban entrever las posibilidades de Marilyn. En realidad, Greta tiene una idea divertida. ¿Sabes que quiere hacer una película de Dorian Gray? Con ella como Dorian, por supuesto. Bueno, dijo que le gustaría que Marilyn fuera una de las chicas que Dorian seduce y destruye. ¡Greta! ¡Tan desaprovechada! Y qué talento, bastante parecido al de Marilyn, cuando se piensa. Por supuesto, Greta es una actriz consumada, de máximo control. Esta hermosa criatura carece de todo concepto de disciplina o sacrificio. No sé por qué, pero me parece que no llegará a vieja. Es absurdo que lo diga, pero siento que morirá joven. Espero, ruego, que viva lo suficiente para liberar ese talento tan extraño y encantador que es en ella como un espíritu prisionero.”

Ahora Miss Collier ha muerto, y yo estaba en el vestíbulo de la capilla Universal esperando a Marilyn. Hablamos por teléfono la noche anterior y quedamos en sentarnos juntos en el servicio, que empezaría al mediodía. Ya llevaba más de media hora de retraso. Siempre llegaba tarde, pero pensé que, por una sola vez, podía llegar a horario. ¡Por el amor de Dios! ¡Maldición! De repente llegó, pero no la reconocí hasta que me dijo...


Truman Capote (Estados Unidos, 1924-1984)

* Mientras la ciudad duerme (Asphalt Jungle, 1950)
La ilustración corresponde a una fotografía de Marilyn Monroe bailando con Truman Capote.

lunes, 6 de agosto de 2012

Páginas ajenas: EL DÍA QUE MURIÓ MARILYN, de Terenci Moix


(Fragmentos)

... o cuando la criada de los Llovet nos llevaba de paseo, y al pasar por el Fémina nos embobábamos ante las fotografías de Niágara, con aquella Marilyn Monroe tan rubia, de vestido rojo tan ceñido. Jordi me miró un poco perplejo, porque había decidido que Marilyn era demasiado ordinaria, dando así la razón a su madre y no empezando él a imitar sus posturas y aquella forma de sonreír desengañada y mórbida a la vez hasta que Marilyn decidió ser fina y casó con Arthur Miller, intelectual serio y digno...
...
Había sido muy nuestra, había sido el gran símbolo de tantos pecadotes que nos esperaban a la puerta de la madurez. Marilyn era prohibición, y lo prohibido era un País de Maravillas donde habitaban todos los sueños no realizados. The day Marilyn died. Habíamos odiado la adolescencia a causa de Marilyn, habíamos deseado ser tan viejos como para poder pecar con su sola visión. Los caballeros las prefieren rubias. Toda una generación se hacía adulta con la muerte de Marilyn. Le bastó entreabrir la boca para para que toda una generación descubriera el deseo; a la hora de su muerte, eso parecía una especie de sacrilegio: yo tenía conciencia de que mi anhelo, reproducido en tantos millones de hombres de todo el mundo, era una parte de su muerte.

...
Toda provocación de Marilyn no fue nunca hecha sin que en el fondo de ella no adivinásemos la existencia de una tremenda humanidad, que gritaba por los ojos, mientras la boca se estremecía en un típico gesto Monroe, una llamada de labios nunca igualada, ni antes ni después.


Terenci Moix (España, 1942-2003)

domingo, 5 de agosto de 2012

La sonrisa de Marilyn


¿Desde cuándo había dejado de ser Norma Jeane al mirarse en el espejo? ¿En qué momento las breves noches del verano se volvieron el prolongado desierto de la soledad? Se había cansado de que la llamaran Marilyn, estaba harta de seguir siendo quien ya no quería ser. Sin embargo, a estas alturas de la vida, o de la muerte, ¿quién más podría ser? ¿La hija de Gladys y alguien que ni siquiera sabía de su existencia o, peor aún, tendría conocimiento de ella pero habría preferido ignorarla? Ese alguien que lo mismo podía ser Martin Mortensen, el ex marido de su madre, o aquel Charles que se parecía a Clark Gable y que la propia Gladys le señaló en una fotografía, ¿cómo saberlo si estaba loca y había pasado años recluida en un manicomio?

¿Sería Norma Jeane otra vez? Hacía dieciséis años que nadie la llamaba así, y muchos más desde que había decidido dejar de recordar. Porque los recuerdos hieren. Mienten quienes piensan que cualquier tiempo pasado pudo ser mejor, el pasado no existe, no es más que un extenso, interminable silencio del tiempo. Y ahí estaba el presente convirtiéndose en pretérito a cada segundo que transcurre, mirando siempre el futuro como una ilusión, una quimera que tal vez nunca llegue porque nadie puede saber con certeza si amanecerá de nuevo mañana.

Por eso y tantos otros pensamientos que la atormentaban, estiró su mano para alcanzar entre los frascos de Thorazine, Amital, Fenobarbital, y Demerol, el que contenía las píldoras de Nembutal. Por eso, y a pesar de todo el esfuerzo para al fin dejar de recordar, la habitación se fue llenando de rostros y de voces. La de Joe reclamando cualquiera de las cosas que siempre le reprochaba, pero ¿si bien sabía que ella había aparecido desnuda en Playboy antes de que se casaran, cuál era el afán de molestarse por un calendario? Y la de Arthur, a cuyo lado siempre se sintió ignorante. El resplandor efímero de las cámaras fotográficas y los reporteros preguntándole cualquier cosa: ¿qué se pone para dormir? Chanel número 5, los ejecutivos de la Fox amenazando con rescindir su contrato. También estaba Bobby, celoso de su propio hermano. Feliz cumpleaños, señor presidente, balbuceó en voz alta. Y esos relámpagos de los fotógrafos que parecían no detenerse jamás.

El doctor Greenson se fue de su casa a las siete y le encomendó a Eunice, el ama de llaves, que estuviera al pendiente de ella. Aunque ¿quién puede mantenerse atento de una muerta? Norma Jeane había muerto legalmente en 1956 cuando se cambió el nombre por el de Marilyn, y también murió como cristiana puesto que se convirtió a la religión judía. Había muerto cuando perdió la impunidad de la inocencia al ver a su madre encerrada en una clínica para enfermos mentales, había vuelto a morir después de cada uno de sus divorcios, de James, de Joe y de Arthur. En realidad llevaba muerta desde que el desamor se le había arraigado en el alma dejando la fama de su piel deshabitada.

Cuando la llamó Peter Lawford, le pidió que la despidiera de Pat, su esposa, también del presidente y le dijo adiós. Más tarde intentó comunicarse de nuevo con ella pero ya nunca le respondería. El teléfono permaneció descolgado sin respuesta. En el hotel St. Charles de San Francisco siempre negaron haber recibido su llamada. Era la hora para dejar de temer al pasado. Reconocer que es imposibe transformar lo que ha quedado como testimonio de lo vivido. Entonces ya sólo le aterraba el futuro, aquello que todavía estaría por vivir.

Se miró al espejo y advirtió arrugas en las comisuras de sus ojos, hubiera preferido verse como cuando era la joven veinteañera que posaba desnuda para los almanaques. Pero los espejos traicionan, suelen tener mala memoria y no devuelven la imagen que se desearía ver sino aquella que se le antoja a la realidad. La edad es un monstruo invencible y se prometió que nunca la verían envejecer. Entonces ingirió de un solo golpe todas las tabletas de nembutales que quedaban en el frasco. Igual que como había llegado, la vida se fue desnuda esa madrugada.

Hay quienes suponen un imperceptible halo de tristeza en la sonrisa con la que aparece en sus fotografías. Advierten un peculiar contraste en la mezcla voluptuosa que confunde la alegría del momento con su nostalgia por aquello que habría preferido vivir o de quien le hubiera gustado ser: una mujer real, de carne, con la sangre latiendo en su realidad cotidiana en lugar de eso a lo que llaman mito sexual, la ilusión mórbida para tantos desconocidos que sólo soñaban acostarse con ella, colgada de las paredes como un calendario o atrapada en el marco de los carteles. En todo caso, el despliegue sonriente de sus labios coloreados con el carmesí de Revlon, captura tantos enigmas como la Monalisa. Las sonrisas de ambas siguen allí, quién sabe por cuanta eternidad, en la memoria de todos.


Jules Etienne

sábado, 4 de agosto de 2012

MARILYN: El ángel del sexo, un poema trágico



Señor
recibe a esta muchacha conocida en toda la tierra con el nombre de
Marilyn Monroe
aunque ese no era su verdadero nombre
(pero tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta ante la noche espacial.

Esta es la primera estrofa de la Oración por Marilyn Monroe del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal. No ha sido el único poema inspirado por ella, conozco otro titulado simplemente Marilyn, del japonés Makoto Ooka. Estos son algunos fragmentos (los he traducido del inglés, de la versión de Thomas Fitzsimmons sobre el original en japonés. La palabra final: Blue, podría también traducirse como triste, pero he respetado su acepción literal azul, debido a que resulta más poética y congruente con Marina, la palabra que le precede):

La muerte
regresa la película en reversa.
Un espejo el giro de su mirada
ya no alcanza el bosque de cristal soñado
...
ahora su cabellera trémula
yace sobre un espejo oscuro
como en un tablero.
Arriba un bisturí tiembla.
Ningún bisturí puede descubrir
la verdad del alma y su imagen.
...
Marilyn
alma más ruidosa que el mundo y más ansiosa
tímida como un molusco
espejo de la feminidad.
Tu risa
sol y cactus.
Primero contaste un cuento de hadas
que ningún yanqui jamás había conocido
para desaparecer después
tras las puertas giratorias
entre el sueño y la vigilia.
...
Los poemas son pálidos ahora
las naciones son aldeas
las ventanas lloran en secreto.

Marilyn
Marina
Azul

Cada año el 5 de agosto, los admiradores de Marilyn que suman legiones dispersas por el mundo, recuerdan la fecha de su muerte. La literatura no le era tan ajena como se podría suponer, y no sólo porque estuvo casada con el dramaturgo Arthur Miller, sino porque ella escribía sus propios poemas y reflexiones sobre su angustia existencial:

Vida
soy de tus dos direcciones
de algún modo permanezco colgada hacia abajo
casi siempre
aunque fuerte como una telaraña al viento
existo más con la escarcha fría resplandeciendo.

El polémico Norman Mailer escribió una biografía novelada que originó controversias tras su publicación, en 1973. Desde el inicio, Mailer establecía que Marilyn era el romance soñado por América (en referencia a los Estados Unidos, pero ya sabemos que suelen nombrar América a su país, soslayando que el resto del continente también lo es). "Era nuestro ángel, el dulce ángel del sexo", afirma Mailer, y procede a elaborar una analogía de Marilyn con los violines, para concluir en que era "un verdadero Stradivarius del sexo". Después de eso prosigue: "Y ella era todavía más. Era una presencia. Era ambigua. Era el ángel del sexo, y eso la hacía distinta".

Tanto Bob Dylan como Elton John compusieron canciones inspirados en ella. Marilyn Monroe, que nunca logra dormir -cantaba Miguel Ríos- Marilyn Monroe se ha suicidado/ aprieta el teléfono entre sus manos. Pero regresando al poema de Cardenal con el que inicié este texto:

La película terminó sin el beso final.
La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono.
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
...
Señor
quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de Los Ángeles)
¡contesta tú el teléfono!


Jules Etienne