(Fragmentos)
... o cuando la criada de los Llovet nos llevaba de paseo, y al pasar por el Fémina nos embobábamos ante las fotografías de Niágara, con aquella Marilyn Monroe tan rubia, de vestido rojo tan ceñido. Jordi me miró un poco perplejo, porque había decidido que Marilyn era demasiado ordinaria, dando así la razón a su madre y no empezando él a imitar sus posturas y aquella forma de sonreír desengañada y mórbida a la vez hasta que Marilyn decidió ser fina y casó con Arthur Miller, intelectual serio y digno...
...
Había sido muy nuestra, había sido el gran símbolo de tantos pecadotes que nos esperaban a la puerta de la madurez. Marilyn era prohibición, y lo prohibido era un País de Maravillas donde habitaban todos los sueños no realizados. The day Marilyn died. Habíamos odiado la adolescencia a causa de Marilyn, habíamos deseado ser tan viejos como para poder pecar con su sola visión. Los caballeros las prefieren rubias. Toda una generación se hacía adulta con la muerte de Marilyn. Le bastó entreabrir la boca para para que toda una generación descubriera el deseo; a la hora de su muerte, eso parecía una especie de sacrilegio: yo tenía conciencia de que mi anhelo, reproducido en tantos millones de hombres de todo el mundo, era una parte de su muerte.
Toda provocación de Marilyn no fue nunca hecha sin que en el fondo de ella no adivinásemos la existencia de una tremenda humanidad, que gritaba por los ojos, mientras la boca se estremecía en un típico gesto Monroe, una llamada de labios nunca igualada, ni antes ni después.
Terenci Moix (España, 1942-2003)
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