miércoles, 4 de marzo de 2020

Marzo: LA ROMANA, de Alberto Moravia

"... un gato blanco y negro que se lamía las patas en el umbral de un portal."

(Fragmento del capítulo VIII)

No sé por qué, recuerdo muy bien incluso el tiempo que hacía aquellos días. Había acabado febrero, frío y lluvioso, y con marzo empezaban las primeras jornadas más tibias. Una tupida red de tenues nubes blancas velaba todo el cielo y deslumbraba los ojos en cuanto se salía de la sombra de la casa a la calle. El aire era suave, pero todavía como dolorido por los rigores invernales. Yo caminaba con un placer asombrado en aquella luz mortificada, delgada y somnolienta, y a veces aminoraba el paso y cerraba los ojos, o me detenía, atónita, contemplando las cosas más insignificantes: un gato blanco y negro que se lamía las patas en el umbral de un portal; una rama colgante de oleandro aplastado por el viento, que tal vez hubiera florecido lo mismo; una mata de hierba verde que había crecido entre las hojas de la acera.

El musgo que las lluvias de los últimos meses había dejado a los pies de los zócalos de las casas me infundían un gran sentimiento de tranquilidad y de confianza. Pensaba que si aquel terciopelo esmeralda podía arraigar en un borde de tierra, también mi vida, que no tenía raíces más profundas que el césped y se conformaba igualmente para vegetar con escaso alimento y no era en realidad más que una especie de moho a los pies de una casa, tenía quizá alguna probabilidad de seguir adelante y florecer.

Alberto Moravia (Italia, 1907-1990).  

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