lunes, 27 de junio de 2011

El retorno al origen



Tal vez porque al haber cortado las raíces con el país en el que nací he tratado de sustituirlas con experiencias más recientes, o porque en aspectos emocionales siempre procuramos ocupar los vacíos aunque sea con sucedáneos, pero el caso es que por estas fechas en las que me encuentro en el proceso de mudarme al departamento que ocupaba hace algunos años, y que estuve rentando durante todo este tiempo, primero a mexicanos, luego a unos jóvenes chilenos y actualmente a una pareja irlandesa que regresa a su patria dentro de un par de días, me provoca cierta nostalgia. Entrar de nuevo al mismo espacio en el que terminé de escribir Decir adiós es morir un poco, me deja la sensación de que hubiese transcurrido más tiempo de lo que en realidad ha sido este último lustro. Pensé entonces en aquellos que todavía tienen la posibilidad de regresar al lugar en el que nacieron. Cuando algunas amigas muy queridas de la infancia y juventud, como Clara Martha o Elvia, intentan entusiasmarme con la idea de visitar nuevamente Tampico -a donde no voy desde hace ya casi veinte años-, siempre me detiene el pensamiento de que con mis padres fallecidos, no tengo una casa familiar que visitar, y las fotografías que me hacen llegar a través de los correos electrónicos me muestran una ciudad ajena, tan diferente de la que recuerdo, que prefiero conservarla intacta, para expresarlo aprovechando la frase conclusiva de uno de mis epigramas: "en el glaciar de la memoria".

No existe en la historia de la literatura, una obra que exprese mejor el retorno al origen que La Odisea homérica. Todo el trayecto de veinte años, en el que Ulises y sus marinos enfrentan cíclopes, lestrigones, a la hechicera Circe, el canto de las sirenas y la ira de Poseidón, no tenía otra finalidad que el regreso a Ítaca, en donde había nacido en el monte Nérito, durante una tormenta -y por eso el significado de su nombre era "Zeus llovió sobre el camino"-, y en el que le esperaba su esposa Penélope, epítome de la fidelidad.

Un autor que me provoca la sensación de que hay para quienes la búsqueda de las raíces puede ser el sentido mismo de la vida, es Le Clézio. Ya me he ocupado con anterioridad de El buscador de oro, y tanto el hecho de que la narración en primera persona sea introspectiva, como su reiterado viaje a la isla Mauricio en busca de la casa familiar, así como también Viaje a Rodrigues, La cuarentena y Revoluciones, constituyen todo un ciclo del autor que aborda el mito intemporal del retorno al origen.

En Decir adiós es morir un poco, el protagonista -que según establece Manuel Rodríguez Lozano en su análisis de la novela, es "casi un alter ego de Etienne"-, se la pasa añorando su puerto natal: "No sería mala idea aprovechar estas vacaciones para ir unos días a tu tierra, a comer jaibas y camarones, a beber sin culpa, a mirar el amanecer desde la playa. Si allá tenías el mar, ¿con qué fin lo abandonaste para venir a sufrir al altiplano?".

Cuando visité por primera vez el departamento que ahora estoy a punto de volver a ocupar en unos cuantos días, recuerdo que al bajar por la calle de Thurlow y llegar a la esquina donde se encuentra ubicado, frente a la bahía, percibí el olor del mar, el mismo de mi infancia, del edén extraviado en los avatares de la vida. No lo dudé ni un momento y antes de haber entrado al edificio yo ya había decidido que era el lugar en que quería vivir. Concluyo con uno de mis epigramas.

Pienso permanecer fiel a mi instinto

ya no regresaré al camino andado

prefiero la aventura de lo inexplorado:

la vida no es itinerario, es laberinto.



Esta es la entrada correspondiente a El buscador de oro, de Le Clézio: http://mitosyreincidencias.blogspot.com/2010/09/le-clezio-el-buscador-de-oro.html


La ilustración es una fotografía del Palacio Municipal de Tampico, donde trabajé cuando era muy joven, como director de servicios culturales a principios de la década de los ochenta.

1 comentario:

  1. BUENO, OJALA TE DECIDAS VISITAR ALGUN DIA
    ESTA DESCONOCIDA, NUEVA, LEJANA Y POR LO TANTO
    AJENA, TAMPICO...PORQUE LOS QUE ACA ESTAMOS, EN
    CUANTO A AFECTOS NO CAMBIAMOS.
    UN BESO
    CLARA MARTHA..

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