lunes, 16 de mayo de 2011

Los ciegos recurrentes de Juan Bañuelos

Con el pretexto de recopilar las alusiones a los ciegos entre los diferentes géneros literarios, me encontré con una curiosa reincidencia del poeta Juan Bañuelos sobre dicho tema quien, por cierto, afirma que asume a las palabras como "hijas de la vida".

En Celebración de la infancia dice: "Mas yo celebro, celebro y danzo al son/ de las flautas oscuras que apagan el oro del otoño./ Pues ¿qué es lo cierto, y qué es el júbilo del niño ciego?/ ¿Y de quién es la trampa y el juego del viento vagabundo?/ La fuente de ayer mana cerca de una tumba/ y un árbol crece en la mano abierta de la tierra./ Soñamos,/ soñamos y las aguas de la infancia/ se cierran por encima de nuestras cabezas/ como una cúpula astral."

Hace alusión al mítico Tiresias en su poema Esta noche y sus viejos nómadas de blanco, que principia así: "Y todavía, todavía el ciego Tiresias va cojeando mientras recuerda al mar." Y culmina en su última estrofa: "Nosotros nos iremos por los viejos caminos transitados,/ por las vías donde desovan los reptiles, por donde se quedó/ una estrella que olvidó la noche recoger, por el lugar del sueño,/ por donde el colibrí canta y su canto es liquen que cae/ para formar nido en el ojo de un ciego./ ¡Ah, esta noche y sus viejos nómadas de blanco!"

También en Viento de diamantes -que tiene un espléndido epígrafe de William Blake: "La eternidad está enamorada de las obras del tiempo."-, hace alusión a la ceguera momentánea: "E igual que una palabra lanzada a la mitad del mar/ caigo en el seno del prodigio. Y como el minero que se cubre/ con las manos la faz cuando de pronto, ciego, reencuentra la luz/ así la dulzura levanta su toga y me envuelve temerosa."

En El mapa, poema doliente sobre la nación en la que vive, encontramos otra referencia: "He mirado la patria largamente./ Se le nota la tristeza hasta en el mapa./ Las personas mayores nos explican/ que es libre, sin acecho atentísimo de zarpas./ Y a punto estuve de quedarme ciego/ porque a la patria la oscurecen llagas,/ la pisan botas, se le cierran puertas:/ necesaria prisión con calles vigiladas."

No estaba muy seguro de haber conocido a Bañuelos, a pesar de que tuve la oportunidad de tratar a otros miembros de su grupo de poetas chiapanecos denominado La espiga amotinada. Con Eraclio Zepeda coincidí en varios congresos y encuentros de narradores y no recuerdo cómo, pero Óscar Oliva nos enviaba textos a un suplemento cultural en la revista Tamaulipas que publicaba don Silvio Lattuada en Tampico -ignoro si todavía exista-, y en la que formaba parte de un consejo de redacción junto con el maestro Luis de la Cuesta y Víctor Palacios, harán ya treinta años de eso. Sin embargo después de leer su Festín de las imágenes de alcohol, recordé claramente a Bañuelos, la tarde de un domingo en la casa de Ramírez Heredia, en Coyoacan, en la que también se encontraba Poli Délano, un escritor chileno de quien guardo buenos recuerdos. Todos ellos bebedores de largo alcance que yo no era por aquel entonces y todavía menos ahora que intento -vanamente- encontrar la paz espiritual. Este es un fragmento del citado poema:

"A la puerta del bar/ se despide de nosotros nuestra sombra,/ y de pronto, de trago en trago, con mansedumbre caminamos/ (ceremoniosas marionetas manipuladas desde el hipo.)/ Es un quehacer de ciegos en la oscura medusa del desastre, /un árbol de lisonjas puesto en pie como un domingo,/ y esa lana de vergüenza que brota entre las piedras/ de la estriada guitarra."


La ilustración corresponde a una vieja fotografía del poeta Juan Bañuelos.

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