Aquel día tuvo suerte en su convite; los hombres estaban deslumbrados. Entre tantas mujeres destacadas, hubo que decidir cuál era la más bella: la elección no fue fácil, pero al fin quedó proclamada reina del baile la princesa Vanina, aquella joven de pelo negro y ojos de fuego. Inmediatamente los extranjeros y los jóvenes romanos abandonaron los demás salones y se aglomeraron en el que estaba ella.
(...)
A medianoche se difundió por el baile una noticia que suscitó bastante interés. Un joven carbonario que estaba encarcelado en el fuerte de Sant'Angelo acababa de fugarse, disfrazado, esa misma noche y, en un alarde de audacia novelesca, al llegar al último cuerpo de guardias de la prisión, había atacado a los soldados con una daga; pero resultó herido, los esbirros le seguían por las calles siguiendo el rastro de su sangre por lo que se esperaba su captura.
Mientras se comentaba esa anécdota, don Livio Savelli, deslumbrado por la gracia y la belleza de Vanina, con quien había estado bailando, le decía, al acompañarla a su lugar y deslumbrado por ella:
- Pero, por Dios, ¿quién puede conquistar su agrado?
- Ese joven carbonario que recién acaba de fugarse -le respondió Vanina-. Por lo menos, ha hecho algo más que tomarse el trabajo de nacer.
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Sus dos hijos se hicieron jesuitas y luego murieron locos. El padre los ha olvidado pero le contraría mucho que su hija única, Vanina, no quiera casarse. Tiene ya diecinueve años y rechaza partidos brillantísimos. ¿Por qué razón? Por la misma que tuvo Sila para abdicar: su desprecio por los romanos.
(...)
- Pues bien, tú tienes valor; no te falta más que una elevada posición: te ofrezco mi mano y doscientas mil liras de renta. Yo me encargo de obtener el consentimiento de mi padre.
Pietro se arrojó a sus pies; Vanina estaba radiante de gozo.
- Te amo con pasión -le dijo el carbonario-, pero soy un pobre servidor de la patria, y cuanto más desgraciada es Italia, más obligado estoy a serle fiel. Para obtener el consentimiento de don Asdrúbal tendría que desempeñar un triste papel durante años. No te acepto, Vanina.
Missirilli se apresuró a comprometerse con estas palabras. Iba a faltarle el valor.
- Para mi desgracia -exclamó-, te amo más que a la vida y dejar Roma es para mí el peor de los suplicios.
(...)
- Pero -le dijo- me hice de una llave del despacho de mi tío, por los papeles que encontré allí, me he enterado de que una comisión compuesta por los cardenales y los prelados más importantes, se reúnen en el mayor secreto para deliberar sobre la cuestión de si conviene juzgar a esos carbonarios en Ravena o en Roma. Los nuevos carbonarios detenidos en Forli, y su jefe, un tal Missirilli, que cometió la tontería de entregarse, están en este momento detenidos en el castillo de San Leo.*
(...)
- Si yo amara algo en el mundo, sería usted, Vanina; pero, gracias a Dios, ya no tengo más que una finalidad en la vida: moriré encarcelado o intentando dar la libertad a Italia.
Stendhal: Henri Beyle (Francia, 1783-1842)
* El castillo de San Leo es el mismo en el que murió Cagliostro, se dice que estrangulado.
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