(Fragmento)
- La prueba de lo que siento por ti -le dije tan lentamente como me fue posible-, es que amo a mi mujer, entiendes, la amo, y sin embargo sigo viéndote.
- Muy elegante -dijo-. Me quedaré con la vuelta.
¿No son iguales todas estas conversaciones? Seguimos durante cinco minutos más, y luego otros cinco minutos más, antes de que pudiera colgar, y cuando dejé el teléfono me sentí lleno de aflicción. Todo escudo de indiferencia o distanciamiento con que pude haber sido capaz de ocultar mi doble vida había sido despedazado por la llamada. La idea de que era crucial volver al dormitorio, a Kittredge, me acosó con tal intensidad que tuve que preguntarme si algo que no podía nombrar se había acercado tanto a mí, tanto que subí los peldaños de dos en dos y de tres en tres hasta llegar al piso superior. Sin embargo, al llegar junto a la puerta del dormitorio mi voluntad pareció replegarse, y empecé a sentirme tan débil como quien tiene fiebre. Incluso tuve una de esas fantasías que parecen surgir de nuestras propias extremidades cuando nos sentimos doloridos y enfermos, y al mismo tiempo curiosa- mente alegres. Pude imaginarme a Kittredge, dormida sobre la cama. «Estaría profundamente dormida -pensé- y yo podría instalarme en una silla y vigilarla.» Con todo el cuidado posible recorrí la distancia que me separaba de la puerta, miré hacia adentro, y sí, estaba dormida, tal como había imaginado. Qué alivio poseer este aspecto de mi mujer: su presencia muda era superior a la soledad de estar sin ella. ¿Podía interpretar eso como un signo? ¿Durante cuántos años la mera visión de su antebrazo pecoso sosteniendo una raqueta había sido mi pasaporte a la felicidad?
La miré fijamente, y disfruté de la primera sensación de alivio desde mi llegada a casa, como si en verdad volviera a ser virtuoso. La amaba de nuevo, la amaba tanto como aquel primer día, no el primer día de nuestra relación, sino cuando le salvé la vida. Ése fue el logro más notable de mi existencia.
Norman Mailer
(Estados Unidos, 1923-2007).
(Traducido al español por Rolando Costa Picazo).
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